La victoria de Trump no es un motivo para la tristeza, ni un signo de retroceso, sino todo lo contrario. Lo verdaderamente importante no es como sea Donald Trump o qué barbaridades dijo en la campaña electoral, sino que fue derrotado el oficialismo, el poder instituido, el establishment que lleva décadas manejando el mundo a su antojo, enriqueciendo a los más ricos y empobreciendo a las clases medias y a los pobres, infectando el mundo de guerras, apoyando a los canallas y golpeando la justicia, la esperanza y la ilusión de la gente con una maza de hierro.
La grandeza del triunfo de Trump es que conecta con los anhelos de la parte mejor de la ciudadanía mundial, que estaba cansada y agobiada ante el poder casi invencible que acumulaban unos gobiernos que ganaban siempre las elecciones sin tener valores ni méritos para tomar el timón en sus manos, culpables de haber construido una cultura política deleznable, donde los poderosos acumulan privilegios y dinero, mientras practican el abuso, la corrupción, la mentira y el asesinato de la democracia. A partir de Trump, esos ciudadanos han asumido que el poder del voto puede mover montañas y que es posible derrotar a los que conducían el mundo hacia la catástrofe.
En la última columna dominical que publica en El Mundo, el escritor Fernando Sánchez Dragó ha señalado que los votantes de Trump "no son conscientes de que sus votos levantan el telón de una nueva era", pero menos aún sus opositores, es decir, "quienes patalean desde las tribunas mediáticas, las poltronas del "Ancien Régime", los ayuntamientos obamitas, los manifestódromos callejeros y las troneras de la corrección política".
Dragó señala que "el órdago de Trump activa un mecanismo de tracción que llevará al poder en Francia -las encuestas dan como primera fuerza al Frente Nacional de Marine Le Pen en las presidenciales de 2017-, en Alemania, en Italia, en Holanda, en Austria y en otros muchos países europeos a quienes son tildados de ultraderechistas, sin serlo, y de populistas, siéndolo". "Todo eso está por ver. Lo que no lo está, porque ya se ha visto, es el huracán que hace menos de dos semanas se llevó por delante todos los tópicos del discurso político vigente desde que la chiquillería del mayo francés levantó los adoquines del bulevar Saint-Michel para apedrear con ellos a los agentes del orden.", argumenta, antes de asegurar que Trump se enfrenta a una época convulsa, la de "la identidad frente a la inmigración, lo alternativo frente a lo sistémico, la igualdad de sexos frente a la ideología de género y la nación frente a la globalización".
Los derrotados son una estirpe entrenada para manipular la opinión y engañar al mundo. Llamaban "antisistemas" a los que se oponían a la injusticia; tachaban de "ultraderechistas" a los que querían un mundo más justo desde la iniciativa privada que crea empleo y riqueza, calificaban de "fascistas" a todo el que pensaba diferente a los gobernantes.
Sus condenas injustas y argumentos, falsos pero convincentes, apoyados desde unos medios de comunicación vergonzosamente entregados al poder y a la mentira, sometían y engañaban a una población, cada día mas confundida, embrutecida por la televisión basura y peor educada en escuelas y universidades que los políticos mismos han convertido en templos de la mediocridad.
Todos repetían el "mantra" de que ellos gobernaban de la mejor manera posible, pero se habían cargado todos los resortes y defensas de la democracia, hasta el punto de que gobernaban (y gobiernan) como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, sin tener en cuenta los deseos y anhelos del pueblo, como sátrapas, sin rendir cuenta, sin pagar jamás por sus abusos, corrupciones y grandes errores.
Dragó, que ya había proclamado mucho antes su apoyo a Trump, fue muy crítico con Hillary, a la que criticó por "armar al Estado Islámico, cerrar filas con Al Qaeda, ceder secretos militares a China, humillar al ejército, propiciar la inmigración masiva y ser la correa de transmisión de una política económica que ha aumentado la deuda exterior en todo el mundo y la de su país en 20 trillones de dólares.
La tesis de Dragó es que, tras la victoria del magnate entramos en la quinta era a la que se podría llamar la del "Fin de la Progredumbre" generada por "los jacobinos, los bolcheviques y los bobos burgueses bohemios de la primavera del 68".
Yo creo que la victoria de Trump, conseguida con el 90 por ciento de los periódicos y cadenas en contra, es, nada más y nada menos, que la primera victoria sonada de los ciudadanos en esa lucha entre los hombres y mujeres de a pie y sus gobernantes, de la rebeldía contra la sumisión, de la democracia contra el engaño, de la libertad contra la opresión, que será la espina dorsal del siglo XXI.
Francisco Rubiales
La grandeza del triunfo de Trump es que conecta con los anhelos de la parte mejor de la ciudadanía mundial, que estaba cansada y agobiada ante el poder casi invencible que acumulaban unos gobiernos que ganaban siempre las elecciones sin tener valores ni méritos para tomar el timón en sus manos, culpables de haber construido una cultura política deleznable, donde los poderosos acumulan privilegios y dinero, mientras practican el abuso, la corrupción, la mentira y el asesinato de la democracia. A partir de Trump, esos ciudadanos han asumido que el poder del voto puede mover montañas y que es posible derrotar a los que conducían el mundo hacia la catástrofe.
En la última columna dominical que publica en El Mundo, el escritor Fernando Sánchez Dragó ha señalado que los votantes de Trump "no son conscientes de que sus votos levantan el telón de una nueva era", pero menos aún sus opositores, es decir, "quienes patalean desde las tribunas mediáticas, las poltronas del "Ancien Régime", los ayuntamientos obamitas, los manifestódromos callejeros y las troneras de la corrección política".
Dragó señala que "el órdago de Trump activa un mecanismo de tracción que llevará al poder en Francia -las encuestas dan como primera fuerza al Frente Nacional de Marine Le Pen en las presidenciales de 2017-, en Alemania, en Italia, en Holanda, en Austria y en otros muchos países europeos a quienes son tildados de ultraderechistas, sin serlo, y de populistas, siéndolo". "Todo eso está por ver. Lo que no lo está, porque ya se ha visto, es el huracán que hace menos de dos semanas se llevó por delante todos los tópicos del discurso político vigente desde que la chiquillería del mayo francés levantó los adoquines del bulevar Saint-Michel para apedrear con ellos a los agentes del orden.", argumenta, antes de asegurar que Trump se enfrenta a una época convulsa, la de "la identidad frente a la inmigración, lo alternativo frente a lo sistémico, la igualdad de sexos frente a la ideología de género y la nación frente a la globalización".
Los derrotados son una estirpe entrenada para manipular la opinión y engañar al mundo. Llamaban "antisistemas" a los que se oponían a la injusticia; tachaban de "ultraderechistas" a los que querían un mundo más justo desde la iniciativa privada que crea empleo y riqueza, calificaban de "fascistas" a todo el que pensaba diferente a los gobernantes.
Sus condenas injustas y argumentos, falsos pero convincentes, apoyados desde unos medios de comunicación vergonzosamente entregados al poder y a la mentira, sometían y engañaban a una población, cada día mas confundida, embrutecida por la televisión basura y peor educada en escuelas y universidades que los políticos mismos han convertido en templos de la mediocridad.
Todos repetían el "mantra" de que ellos gobernaban de la mejor manera posible, pero se habían cargado todos los resortes y defensas de la democracia, hasta el punto de que gobernaban (y gobiernan) como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, sin tener en cuenta los deseos y anhelos del pueblo, como sátrapas, sin rendir cuenta, sin pagar jamás por sus abusos, corrupciones y grandes errores.
Dragó, que ya había proclamado mucho antes su apoyo a Trump, fue muy crítico con Hillary, a la que criticó por "armar al Estado Islámico, cerrar filas con Al Qaeda, ceder secretos militares a China, humillar al ejército, propiciar la inmigración masiva y ser la correa de transmisión de una política económica que ha aumentado la deuda exterior en todo el mundo y la de su país en 20 trillones de dólares.
La tesis de Dragó es que, tras la victoria del magnate entramos en la quinta era a la que se podría llamar la del "Fin de la Progredumbre" generada por "los jacobinos, los bolcheviques y los bobos burgueses bohemios de la primavera del 68".
Yo creo que la victoria de Trump, conseguida con el 90 por ciento de los periódicos y cadenas en contra, es, nada más y nada menos, que la primera victoria sonada de los ciudadanos en esa lucha entre los hombres y mujeres de a pie y sus gobernantes, de la rebeldía contra la sumisión, de la democracia contra el engaño, de la libertad contra la opresión, que será la espina dorsal del siglo XXI.
Francisco Rubiales
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