España está llena de hombres y de mujeres "cuotas", puestos al frente de instituciones o empresas por gobiernos o partidos políticos. Son gente que nunca sabrá lo que realmente vale ni qué habría sido de sus vidas sin el apoyo ajeno, porque se lo deben todo a los partidos y a los líderes políticos que les protegen, les encumbran y que, a cambio, exigen lealtad ciega. Están presentes en consejos de administración, en instituciones financieras, en empresas públicas y en extraños organismos públicos que es difícil saber para qué sirven, muchos de ellos creados para colocar a los "amigos del poder".
No se comportan igual que los militantes colocados, que admiten ser gente sometida a la disciplina de sus partidos. Éstos disimulan su esclavitud y dedican un gran esfuerzo a aparentar libertad y dignidad, pero que arrastran la tristeza de saber en cada instante que su libertad de expresión y de actuación están limitadas y condicionadas por los intereses de los políticos que les apadrinan.
Hace días estuve conversando con un "hombre-cuota" andaluz, colocado por el PSOE, con un generoso sueldo que roza los 100.000 euros al año, al frente de una institución que, para no hacer sangre, no mencionaré. Estuvo durante casi veinte minutos exhibiendo y aparentando ante mí su libre albedrío y criterios. Parecía independiente, pero, lógicamente, no lo era. Era lastimoso ver su esfuerzo por aparentar libertad. En un momento de la conversación cometió el error de decirme que estaba meditando sobre si adoptar una decisión u otra y que, seguramente, elegiría la más demócrata de las dos opciones.
Le respondí con la mayor delicadeza que pude que en vez de pensar, lo que tenía que hacer es "evacuar consultas" ante los que realmente mandan: "con tu consejero o con el responsable del partido, porque ellos son los que deben decidir en definitiva".
No tuvo más remedio que admitirlo, pero, a partir de ese momento, la tristeza se hizo más presente y la conversación, ya sin el aliciente del engaño, perdió para él todo su encanto.
No se comportan igual que los militantes colocados, que admiten ser gente sometida a la disciplina de sus partidos. Éstos disimulan su esclavitud y dedican un gran esfuerzo a aparentar libertad y dignidad, pero que arrastran la tristeza de saber en cada instante que su libertad de expresión y de actuación están limitadas y condicionadas por los intereses de los políticos que les apadrinan.
Hace días estuve conversando con un "hombre-cuota" andaluz, colocado por el PSOE, con un generoso sueldo que roza los 100.000 euros al año, al frente de una institución que, para no hacer sangre, no mencionaré. Estuvo durante casi veinte minutos exhibiendo y aparentando ante mí su libre albedrío y criterios. Parecía independiente, pero, lógicamente, no lo era. Era lastimoso ver su esfuerzo por aparentar libertad. En un momento de la conversación cometió el error de decirme que estaba meditando sobre si adoptar una decisión u otra y que, seguramente, elegiría la más demócrata de las dos opciones.
Le respondí con la mayor delicadeza que pude que en vez de pensar, lo que tenía que hacer es "evacuar consultas" ante los que realmente mandan: "con tu consejero o con el responsable del partido, porque ellos son los que deben decidir en definitiva".
No tuvo más remedio que admitirlo, pero, a partir de ese momento, la tristeza se hizo más presente y la conversación, ya sin el aliciente del engaño, perdió para él todo su encanto.
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