En Cataluña están ganando terreno los radicales. Acosan a los guardias civiles, están copiando las proetarras herrico tabernas y algunas tácticas de la lucha violenta vasca, han elaborado un plan para acosar a los no independentistas hasta lograr que emigren, están asustando a los hijos de guardias civiles y policías en los colegios y las calles y los CDR (Comités de Defensa de la República) se transforman, poco a poco, en guerrillas callejeras expertas en kale borroka.
El deslizamiento hacia la violencia en Cataluña, ya visible en la jornada del referéndum, los cortes de carreteras y las protestas callejeras contra el turismo, es un movimiento arriesgado que restaría al independentismo popularidad y apoyo internacional y que proporcionaría al gobierno español motivos y excusas para intervenir con fuerza y tal vez para suspender la enorme autonomía que disfruta Cataluña, la más amplia de toda Europa.
Esa migración hacia la violencia es también la consecuencia de la impaciencia y la desesperación del independentismo radical, que ve con angustia que el número de los que quieren la independencia disminuye en lugar de crecer, lo que les acerca a la derrota porque ellos saben que la primera condición para obtener la independencia es contar con el apoyo de la inmensa mayoría de la población y ellos se alejan cada día más del 50 por ciento.
Los kurdos, otro pueblo que plantea el reto de la independencia, cuentan con el 90 por ciento de la población, mientras que en Cataluña no han llegado al 50 por ciento ni siquiera en los días duros del referéndum y la toma de las calles.
Ante esa situación de retroceso, los más radicales apuestan por la violencia, un camino que a todas luces perjudica al "proceso" y que va a restarles apoyos internacionales y entre los catalanes moderados, al mismo tiempo que agudizará la polarización y la intervención del Estado em los asuntos catalanes.
Pero lo que más temen los centros de inteligencia del independentismo sigue siendo el boicot de los españoles. Se sienten felices porque el boicot se ha frenado, la huida de las empresas se ha ralentizado y, según algunos expertos, comienza a recuperarse el atractivo de Cataluña para el capital inversor.
La recién anunciada decisión de Facebook, que quiere abrir un centro internacional contra las noticias falsas (fake news) en nada menos la torre Glories (antes torre Agbar), el gran icono de la pujanza económica catalana, ha llenado de júbilo al catalanismo, que ve en ese proyecto el primer síntoma claro de la "resurrección".
Lo cierto es que el conflicto catalán vive en estos días su gran encrucijada y su momento decisivo porque existe un debate callado entre las distintas corrientes y tendencias internas del independentismo: Puigdemont si o no; violencia sí o no; prioridad de la economía o de la política; gobierno posible o nuevas elecciones... etc.
Francisco Rubiales
El deslizamiento hacia la violencia en Cataluña, ya visible en la jornada del referéndum, los cortes de carreteras y las protestas callejeras contra el turismo, es un movimiento arriesgado que restaría al independentismo popularidad y apoyo internacional y que proporcionaría al gobierno español motivos y excusas para intervenir con fuerza y tal vez para suspender la enorme autonomía que disfruta Cataluña, la más amplia de toda Europa.
Esa migración hacia la violencia es también la consecuencia de la impaciencia y la desesperación del independentismo radical, que ve con angustia que el número de los que quieren la independencia disminuye en lugar de crecer, lo que les acerca a la derrota porque ellos saben que la primera condición para obtener la independencia es contar con el apoyo de la inmensa mayoría de la población y ellos se alejan cada día más del 50 por ciento.
Los kurdos, otro pueblo que plantea el reto de la independencia, cuentan con el 90 por ciento de la población, mientras que en Cataluña no han llegado al 50 por ciento ni siquiera en los días duros del referéndum y la toma de las calles.
Ante esa situación de retroceso, los más radicales apuestan por la violencia, un camino que a todas luces perjudica al "proceso" y que va a restarles apoyos internacionales y entre los catalanes moderados, al mismo tiempo que agudizará la polarización y la intervención del Estado em los asuntos catalanes.
Pero lo que más temen los centros de inteligencia del independentismo sigue siendo el boicot de los españoles. Se sienten felices porque el boicot se ha frenado, la huida de las empresas se ha ralentizado y, según algunos expertos, comienza a recuperarse el atractivo de Cataluña para el capital inversor.
La recién anunciada decisión de Facebook, que quiere abrir un centro internacional contra las noticias falsas (fake news) en nada menos la torre Glories (antes torre Agbar), el gran icono de la pujanza económica catalana, ha llenado de júbilo al catalanismo, que ve en ese proyecto el primer síntoma claro de la "resurrección".
Lo cierto es que el conflicto catalán vive en estos días su gran encrucijada y su momento decisivo porque existe un debate callado entre las distintas corrientes y tendencias internas del independentismo: Puigdemont si o no; violencia sí o no; prioridad de la economía o de la política; gobierno posible o nuevas elecciones... etc.
Francisco Rubiales
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