La pésima gestión del incendio de Guadalajara, especialmente grave porque ha dejado un saldo no sólo de miles de hectáreas de alto valor ecológico arrasadas sino también de once seres humanos muertos, ha abierto en España un preocupante e interesante debate sobre la incompetencia y escasa preparación de nuestros políticos, sean del partido que sean, siempre expertos en ganar votos y en acumular poder pero inexpertos y peligrosamente ineptos a la hora de gestionar una sociedad moderna.
Ni siquiera la plausible dimensión de la consejera de Medio Ambiente del gobierno de Castilla la Mancha, Rosario Arévalo, ha servido para apagar la ardiente indignación de los ciudadanos ante la ineficacia de los políticos.
Los ciudadanos españoles están llegando a la conclusión de que cada vez que se entra en situación de crisis, es decir, cada vez que se necesitan decisiones acertadas y pericia en el gobierno, se fracasa. Y lo más interesante del debate es que, quizás por primera vez, la critica de inexpertos y malos gestores afecta por igual a todos los partidos, a las derechas y a las izquierdas, a los que hoy están controlando el poder y a los que lo controlaron hasta un par de años.
Guadalajara es sólo un caso más, especialmente doloroso, de una larga cadena de errores y de fracasos que pusieron de manifiesto la incapacidad de los gestores y políticos, con manifestaciones destacadas en casos como los del Prestige, la participación en la Guerra de Irak contra la voluntad popular, el accidente del avión Yacolev, cargado de miltares, la gestión de los atentados del 11 de Marzo, que generó un rechazo tan intenso en la sociedad que impidió el casi seguro éxito de la derecha en las elecciones, el titubeante y frustrante comportamiento de las autoridades catalanas en el barrio del Carmel, la manera burda como se gestionó la promesa electoral de retirarse de Irak, los inesplicables errores y carencias de la política exterior española, la imprevisión ante la actual sequía y el incendio del mayor pinar de Europa, en Guadalajara, primera crisis seria que afecta al gobierno socialista, merecedora de una clara nota de suspenso y de una oleada de despidos justificados por incompetencia, si los ciudadanos pudieran realmente exigir responsabilidades políticas en esta secuestrada democracia española.
Los ciudadanos, a medida que pasan los días y que los partidos, como es habitual , se ensalzan en la trifulca y, en este caso, casi llegan a las manos, descubren con estupor hechos como los siguientes: que los efectivos contra incendio tandaron demasiadas horas en movilizarse, que el grueso de los efectivos sólo se movilizó un día después de que estallara el incendio, cuando había once cadáveres calcinados sobre el campo, que el gobierno de Castilla la Mancha rechazó inexplicablemente la ayuda ofrecida por tres comunidades autónomas limítrofes (ojo al detalle, curiosamente gobernadas por la oposición), que el presidente de esa comunidad estaba en una cena con amigos mientas Guadalajara ardía, que el presidente del Gobierno, el señor Zapatero, estaba en la Opera mientras los cadáveres humeaban, que la vicepresidenta del gobierno, Doña María Teresa, no coordinó a esos trece ministerios que deben responder ante una catáctrofe, que el señor Zapatero no asistió a los funerales de las víctimas y se ha marchado a China, etc., etc.
El cepisodio último de esta tragedia española de fuego ha sido una trifulca que casi termina en pelea a golpes entre el señor Rubalcaba, perito en maniobras y cloacas del PSOE y vocero del "todo vale" en política, y el diputado Rafael Hernando, del PP, que reaccionó violento a la provocación del primero porque afirma sentir un especial dolor por su amistad con una de las víctimas del incendio.
El debate en curso, que pone de manifiesto el escaso nivel y preparación de nuestros políticos, a los que la sociedad, quizás irresponsablemente, entrega la gestión de un país avanzado sin exigirle a cambio los conocimientos profesionales y técnicos y los valores morales adecuados, está generando en la sociedad española, quizás también por vez primera, no sólo decepción y rechazo ante la ineficiencia política y la tendencia obsesiva de los políticos por acumular poder, sino también una honda preocupación y miedo ente la seria sospecha de que el timón de país tal vez no esté en las manos adecuadas.
Ni siquiera la plausible dimensión de la consejera de Medio Ambiente del gobierno de Castilla la Mancha, Rosario Arévalo, ha servido para apagar la ardiente indignación de los ciudadanos ante la ineficacia de los políticos.
Los ciudadanos españoles están llegando a la conclusión de que cada vez que se entra en situación de crisis, es decir, cada vez que se necesitan decisiones acertadas y pericia en el gobierno, se fracasa. Y lo más interesante del debate es que, quizás por primera vez, la critica de inexpertos y malos gestores afecta por igual a todos los partidos, a las derechas y a las izquierdas, a los que hoy están controlando el poder y a los que lo controlaron hasta un par de años.
Guadalajara es sólo un caso más, especialmente doloroso, de una larga cadena de errores y de fracasos que pusieron de manifiesto la incapacidad de los gestores y políticos, con manifestaciones destacadas en casos como los del Prestige, la participación en la Guerra de Irak contra la voluntad popular, el accidente del avión Yacolev, cargado de miltares, la gestión de los atentados del 11 de Marzo, que generó un rechazo tan intenso en la sociedad que impidió el casi seguro éxito de la derecha en las elecciones, el titubeante y frustrante comportamiento de las autoridades catalanas en el barrio del Carmel, la manera burda como se gestionó la promesa electoral de retirarse de Irak, los inesplicables errores y carencias de la política exterior española, la imprevisión ante la actual sequía y el incendio del mayor pinar de Europa, en Guadalajara, primera crisis seria que afecta al gobierno socialista, merecedora de una clara nota de suspenso y de una oleada de despidos justificados por incompetencia, si los ciudadanos pudieran realmente exigir responsabilidades políticas en esta secuestrada democracia española.
Los ciudadanos, a medida que pasan los días y que los partidos, como es habitual , se ensalzan en la trifulca y, en este caso, casi llegan a las manos, descubren con estupor hechos como los siguientes: que los efectivos contra incendio tandaron demasiadas horas en movilizarse, que el grueso de los efectivos sólo se movilizó un día después de que estallara el incendio, cuando había once cadáveres calcinados sobre el campo, que el gobierno de Castilla la Mancha rechazó inexplicablemente la ayuda ofrecida por tres comunidades autónomas limítrofes (ojo al detalle, curiosamente gobernadas por la oposición), que el presidente de esa comunidad estaba en una cena con amigos mientas Guadalajara ardía, que el presidente del Gobierno, el señor Zapatero, estaba en la Opera mientras los cadáveres humeaban, que la vicepresidenta del gobierno, Doña María Teresa, no coordinó a esos trece ministerios que deben responder ante una catáctrofe, que el señor Zapatero no asistió a los funerales de las víctimas y se ha marchado a China, etc., etc.
El cepisodio último de esta tragedia española de fuego ha sido una trifulca que casi termina en pelea a golpes entre el señor Rubalcaba, perito en maniobras y cloacas del PSOE y vocero del "todo vale" en política, y el diputado Rafael Hernando, del PP, que reaccionó violento a la provocación del primero porque afirma sentir un especial dolor por su amistad con una de las víctimas del incendio.
El debate en curso, que pone de manifiesto el escaso nivel y preparación de nuestros políticos, a los que la sociedad, quizás irresponsablemente, entrega la gestión de un país avanzado sin exigirle a cambio los conocimientos profesionales y técnicos y los valores morales adecuados, está generando en la sociedad española, quizás también por vez primera, no sólo decepción y rechazo ante la ineficiencia política y la tendencia obsesiva de los políticos por acumular poder, sino también una honda preocupación y miedo ente la seria sospecha de que el timón de país tal vez no esté en las manos adecuadas.