El huracán Katrina ha sido portador de terribles males para el pueblo de los Estados Unidos, porque ha causado miles de víctimas y casi ha borrado del mapa a la bella New Orleans, pero ha aportado algo positivo a la Humanidad porque nos ha hecho ver a con claridad que el mayor problema del presente es el mal gobierno, que nuestros políticos están gestionando muy mal el mundo.
Parecía imposible que un huracán pudiera poder de rodillas a la primera potencia mundial, pero ha ocurrido y, como afirmó el alcalde de Nueva Orleáns, la causa no han sido únicamente los vientos y lluvias del Katrina sino la ineptitud e impericia de las administraciones públicas.
Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fue la guerra, que causó casi cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos. Pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el mal gobierno, una lacra que amenaza también con arruinar el siglo XXI.
No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, que dice que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. Los Estados Unidos no son una excepción y en los próximos meses veremos como la solución proviene de la sociedad civil americana, bien articulada y capaz de reaccionar con sensibilidad y energía ante el caos y el dolor.
La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.
Basta echar una mirada al telediario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental: se queman los bosques, arden los edificios que acogen a los pobres, muere un ciudadano en un cuartel, una intoxicación alimentaria masiva, inseguridad ciudadana, pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, mequetrefes convertidos en ídolos de la sociedad, manipulación del pensamiento y de la información y la seguridad casi matemática de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, el gobierno no está a la altura del desafío.
Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia.
Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.
Parecía imposible que un huracán pudiera poder de rodillas a la primera potencia mundial, pero ha ocurrido y, como afirmó el alcalde de Nueva Orleáns, la causa no han sido únicamente los vientos y lluvias del Katrina sino la ineptitud e impericia de las administraciones públicas.
Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fue la guerra, que causó casi cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos. Pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el mal gobierno, una lacra que amenaza también con arruinar el siglo XXI.
No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, que dice que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. Los Estados Unidos no son una excepción y en los próximos meses veremos como la solución proviene de la sociedad civil americana, bien articulada y capaz de reaccionar con sensibilidad y energía ante el caos y el dolor.
La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.
Basta echar una mirada al telediario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental: se queman los bosques, arden los edificios que acogen a los pobres, muere un ciudadano en un cuartel, una intoxicación alimentaria masiva, inseguridad ciudadana, pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, mequetrefes convertidos en ídolos de la sociedad, manipulación del pensamiento y de la información y la seguridad casi matemática de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, el gobierno no está a la altura del desafío.
Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia.
Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.
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