imagen de La Kodorniz
Existía otro camino para regenerar y fortalecer la opción de izquierda que, lastimosamente, ha sido dejado de lado por los generales que están atravesando el Rubicón. Es la ruta de la ética y de la defensa de la democracia auténtica, un camino cargado de esperanzas que habría colocado a la izquierda al frente de los defensores de la libertad, de los derechos individuales y de un mundo armado de valores y principios.
Esa ruta también lleva a enfrentarse con el “establecimiento”, a plantar batalla al pensamiento dominante y a desafiar la hegemonía estadounidense, pero desde las nobles posiciones de defender de verdad unos valores de la cultura occidental, que hoy son más teóricos que reales, y de regenerar una democracia sin ciudadanos que sólo subsiste porque beneficia al poder establecido.
Desde su nacimiento en la historia, la izquierda se ha debatido siempre entre dos obsesiones: la ética y el poder. Pero la tentación del poder siempre ha sido más fuerte que la ética.
Lamentablemente, la izquierda está equivocando de nuevo el camino y está dejando huérfanos a los millones de ciudadanos que siguen esperando que la izquierda lidere el rearme moral del mundo y la lucha real por la libertad, la justicia y la paz. Lamentablemente, el camino elegido está contaminado por el vicio autoritario y por el elitismo que la historia demuestra que desemboca siempre en el drama totalitario.
La regeneración de la democracia y la recuperación de viejos valores que, aunque universalmente aceptados y presentes en la mayoría de los textos constitucionales, hoy nadie respeta, habría sido la opción ganadora de una izquierda que parece haber sido maldecida por los dioses para que siempre esté buscando su camino, sin encontrarlo jamás. Entre esos valores figuran la implicación de ciudadano en la política, las listas abiertas y la lucha por derechos que no se cump0len como la libertad, la igualdad, la cooperación, la solidaridad, la justicia igualitaria y la paz.
De haber elegido esa ruta ética y democrática, la izquierda se habría fortalecido y garantizado un siglo de hegemonía política frente a una derecha que entiende la política sólo como un ejercicio de eficacia. Pero optar por la ética habría sido casi una "misión imposible" para partidos acostumbrados a vivir en el poder, la vida en partidos con estructuras internas autoritarias, la ventaja, el privilegio y, en muchos casos, la corrupción.
La Libertad, la Igualdad, la Fraternidad, la Paz y la Justicia seguirán abandonadas en el desierto político de este nuevo siglo, también por una izquierda que es la única que podría defenderlos con solvencia y credibilidad.
La incorporación de los ciudadanos a una democracia que, de hecho, es una oligocracia dominada por los grandes poderes, es otra de las opciones abandonadas por la izquierda, que de nuevo se ha dejado seducir por su gran debilidad: el placer de contemplar el mundo desde las alturas.
El recién comenzado siglo XXI, que muchos pensadores definieron como el de la derrota del concepto pervertido del poder, producto de la lucha del hombre por la libertad y por los grandes valores, amenaza con convertirse en otra experiencia frustrada para una Humanidad empeñada en ignorar que el verdadero Progreso es el que pasa por los valores y por una democracia auténtica, de ciudadanos en convivencia, en la que los poderes políticos estén férreamente controlados y en la que el gobierno y el Estado (Leviatán) permanezcan encerrados en una jaula de acero templado con siete candados.
FIN
Esa ruta también lleva a enfrentarse con el “establecimiento”, a plantar batalla al pensamiento dominante y a desafiar la hegemonía estadounidense, pero desde las nobles posiciones de defender de verdad unos valores de la cultura occidental, que hoy son más teóricos que reales, y de regenerar una democracia sin ciudadanos que sólo subsiste porque beneficia al poder establecido.
Desde su nacimiento en la historia, la izquierda se ha debatido siempre entre dos obsesiones: la ética y el poder. Pero la tentación del poder siempre ha sido más fuerte que la ética.
Lamentablemente, la izquierda está equivocando de nuevo el camino y está dejando huérfanos a los millones de ciudadanos que siguen esperando que la izquierda lidere el rearme moral del mundo y la lucha real por la libertad, la justicia y la paz. Lamentablemente, el camino elegido está contaminado por el vicio autoritario y por el elitismo que la historia demuestra que desemboca siempre en el drama totalitario.
La regeneración de la democracia y la recuperación de viejos valores que, aunque universalmente aceptados y presentes en la mayoría de los textos constitucionales, hoy nadie respeta, habría sido la opción ganadora de una izquierda que parece haber sido maldecida por los dioses para que siempre esté buscando su camino, sin encontrarlo jamás. Entre esos valores figuran la implicación de ciudadano en la política, las listas abiertas y la lucha por derechos que no se cump0len como la libertad, la igualdad, la cooperación, la solidaridad, la justicia igualitaria y la paz.
De haber elegido esa ruta ética y democrática, la izquierda se habría fortalecido y garantizado un siglo de hegemonía política frente a una derecha que entiende la política sólo como un ejercicio de eficacia. Pero optar por la ética habría sido casi una "misión imposible" para partidos acostumbrados a vivir en el poder, la vida en partidos con estructuras internas autoritarias, la ventaja, el privilegio y, en muchos casos, la corrupción.
La Libertad, la Igualdad, la Fraternidad, la Paz y la Justicia seguirán abandonadas en el desierto político de este nuevo siglo, también por una izquierda que es la única que podría defenderlos con solvencia y credibilidad.
La incorporación de los ciudadanos a una democracia que, de hecho, es una oligocracia dominada por los grandes poderes, es otra de las opciones abandonadas por la izquierda, que de nuevo se ha dejado seducir por su gran debilidad: el placer de contemplar el mundo desde las alturas.
El recién comenzado siglo XXI, que muchos pensadores definieron como el de la derrota del concepto pervertido del poder, producto de la lucha del hombre por la libertad y por los grandes valores, amenaza con convertirse en otra experiencia frustrada para una Humanidad empeñada en ignorar que el verdadero Progreso es el que pasa por los valores y por una democracia auténtica, de ciudadanos en convivencia, en la que los poderes políticos estén férreamente controlados y en la que el gobierno y el Estado (Leviatán) permanezcan encerrados en una jaula de acero templado con siete candados.
FIN
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