Esa fe renovada en el estatalismo, el antiamericanismo, el intervensionismo y el predominio del Estado sobre la sociedad civil, a la que, en el fondo, desprecia, es el nuevo viento que comienza a soplar con fuerza en la nueva izquierda, impulsado por un todavía pequeño grupo de líderes, pero al que se están sumando las sobrevivientes hordas del comunismo derrotado y toda esa marea de autoritarios que siempre ha tenido su lugar en la historia de la Humanidad.
La izquierda internacional, como temía Tony Blair, está sucumbiendo a sus dos tentaciones históricas, el antiamericanismo y el desbordado culto al poder, renunciando, al mismo tiempo, a los dos grandes pilares de su ideología: la defensa de la democracia y de la ética.
Ese es el brote ideológico que está empujando al español Zapatero a enemistarse con los Estados Unidos, a aliarse con dictadores como Castro, Chavez y Evo Marales, a impulsar la alianza de las civilizaciones para dialogar con un islamismo violento e intransigente que no le parece peor que el mundo creado e impuesto por la hegemonía de Estados Unidos.
Respetan, en principio, la democracia y la defensa de los derechos humanos, pero nunca permitirán que se conviertan en obstáculos que impidan cambiar el mundo desde el poder. Se sienten encorsetados por el mundo de valores y principios que predican algunas religiones como la Católica, quizás porque les impide practicar la esencia de su ideología, una mezcla flexible de pragmatismo y relativismo necesario para mantenerse en el poder.
Creen que el imperialismo norteamericano ha sembrado el campo de la política y la ideología mundial de trampas y minas, entre las que figuran no sólo la defensa a ultranza de la democracia y los derechos humanos, sino también conceptos como el libre comercio, la libre circulación de capitales y el carácter “sagrado” de la propiedad privada, entre otros.
Esa nueva ideología de “izquierda” les lleva a “comprender” los nacionalismos y algunas manifestaciones del terrorismo, porque ambos son también enemigos del poder establecido. Por eso ven con simpatía el nacimiento del indigenismo reivindicativo y no se escandalizan ante las nacionalizaciones de recursos, como las que el boliviano Evo Morales está protagonizando.
Como los viejos marxistas, tienden a rechazar el mundo de la empresa privada, aunque disimulan ese sentimiento porque saben que la empresa libre sabe crear riqueza con eficiencia y es la columna vertebral del mundo actual.
La apuesta ideológica de esa nueva izquierda es peligrosa porque representa una reedición, eso sí, cargada de disfraces y buenas intenciones, del fantasma autoritario que tantas veces ha azotado el planeta. La nueva izquierda, como la vieja, prefiere el Estado a la sociedad y donde se siente realmente a gusto es en el poder, ocupando el Estado para, desde él, dominar y transformar la tierra. Les gusta de manera especial contemplar el mundo desde las alturas y justifican ese sentimiento elitista afirmando que sólo desde la cúspide el mundo puede ser mejorado.
Lo que de verdad les diferencia de los comunistas derrotados es que les repugna la revolución y detestan la toma del poder por medio del golpe de Estado violento. Ellos prefieren ocupar el poder a través de las urnas y, desde ese Estado que tanto aman y adoran, dominar la sociedad y fortalecer constantemente su dominio. La nueva izquierda ha aprendido a utilizar en beneficio propio las muchas contradicciones de la democracia y cree que, gestionando con habilidad y osadía el poder desde el Estado, se debilita al adversario, se maneja el miedo como instrumento de dominio, se manipula la realidad y hasta puede perpetuarse la permanencia en el gobierno.
(sigue)
La izquierda internacional, como temía Tony Blair, está sucumbiendo a sus dos tentaciones históricas, el antiamericanismo y el desbordado culto al poder, renunciando, al mismo tiempo, a los dos grandes pilares de su ideología: la defensa de la democracia y de la ética.
Ese es el brote ideológico que está empujando al español Zapatero a enemistarse con los Estados Unidos, a aliarse con dictadores como Castro, Chavez y Evo Marales, a impulsar la alianza de las civilizaciones para dialogar con un islamismo violento e intransigente que no le parece peor que el mundo creado e impuesto por la hegemonía de Estados Unidos.
Respetan, en principio, la democracia y la defensa de los derechos humanos, pero nunca permitirán que se conviertan en obstáculos que impidan cambiar el mundo desde el poder. Se sienten encorsetados por el mundo de valores y principios que predican algunas religiones como la Católica, quizás porque les impide practicar la esencia de su ideología, una mezcla flexible de pragmatismo y relativismo necesario para mantenerse en el poder.
Creen que el imperialismo norteamericano ha sembrado el campo de la política y la ideología mundial de trampas y minas, entre las que figuran no sólo la defensa a ultranza de la democracia y los derechos humanos, sino también conceptos como el libre comercio, la libre circulación de capitales y el carácter “sagrado” de la propiedad privada, entre otros.
Esa nueva ideología de “izquierda” les lleva a “comprender” los nacionalismos y algunas manifestaciones del terrorismo, porque ambos son también enemigos del poder establecido. Por eso ven con simpatía el nacimiento del indigenismo reivindicativo y no se escandalizan ante las nacionalizaciones de recursos, como las que el boliviano Evo Morales está protagonizando.
Como los viejos marxistas, tienden a rechazar el mundo de la empresa privada, aunque disimulan ese sentimiento porque saben que la empresa libre sabe crear riqueza con eficiencia y es la columna vertebral del mundo actual.
La apuesta ideológica de esa nueva izquierda es peligrosa porque representa una reedición, eso sí, cargada de disfraces y buenas intenciones, del fantasma autoritario que tantas veces ha azotado el planeta. La nueva izquierda, como la vieja, prefiere el Estado a la sociedad y donde se siente realmente a gusto es en el poder, ocupando el Estado para, desde él, dominar y transformar la tierra. Les gusta de manera especial contemplar el mundo desde las alturas y justifican ese sentimiento elitista afirmando que sólo desde la cúspide el mundo puede ser mejorado.
Lo que de verdad les diferencia de los comunistas derrotados es que les repugna la revolución y detestan la toma del poder por medio del golpe de Estado violento. Ellos prefieren ocupar el poder a través de las urnas y, desde ese Estado que tanto aman y adoran, dominar la sociedad y fortalecer constantemente su dominio. La nueva izquierda ha aprendido a utilizar en beneficio propio las muchas contradicciones de la democracia y cree que, gestionando con habilidad y osadía el poder desde el Estado, se debilita al adversario, se maneja el miedo como instrumento de dominio, se manipula la realidad y hasta puede perpetuarse la permanencia en el gobierno.
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