Quizás usted no se haya dado cuenta todavía, pero una parte importante de la izquierda mundial está cruzando el Rubicón con todas sus legiones, protagonizando una ruptura con el “establecimiento” y con el pensamiento occidental dominante, heredado de la Guerra Fría, un enfrentamiento que tendrá enormes consecuencias en todo el presente siglo.
La izquierda, cuyas raíces hegelianas, marxistas y leninistas siempre fueron evidentes, aunque procurara disimularlas durante la Guerra Fría, cuando el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS quedó simplificado y reducido a una pugna entre la libertad y la esclavitud, se quedó vacía de ideas y contenidos tras la caída del muro de Berlín, cuando la alternativa comunista quedó derrotada y, lo que fue peor, desacreditada, hasta el punto de que los votantes, en las democracias avanzadas, no sabían diferenciar claramente los programas y propuestas de la izquierda de los de la derecha.
Aquella izquierda que se había adaptado a la vida en democracia, especialmente la socialdemocracia y algunos partidos comunistas occidentalizados, como el italiano y el español, se debilitó porque también ella defendía valores como el intervensionismo estatal y el partido político fuerte controlado por profesionales, que se hundieron con el comunismo.
Para sobrevivir y mantener su cosecha de votos, tuvo que traicionar muchos de sus viejos principios, tomar prestadas de la derecha ideologías de inspiración liberal y hacerse proamericana.
Pero las cosas están cambiando ahora. Una parte de esa izquierda cree llegado el momento de volver a diferenciarse y a reconstruir una ideología que, aunque derrotada en parte, contiene, en su opinión, grandes valores. Y esa izquierda ha decidido pasar el Rubicón, arriesgando mucho, desafiando al establecimiento y a principios y convicciones que parecían invencibles.
Esa izquierda, a la que pertenece el español José Luis Rodríguez Zapatero, se ha alimentado ideológicamente en el difuso republicanismo para justificar su reto al pensamiento dominante, neoconservador y plagado de herencias liberales. Esa izquierda no cree ya que lo más importante sea la democracia, ni la defensa de los derechos humanos, ni el libre comercio, sino la transformación del mundo desde el poder político.
Es un retorno moderado y con nuevos enfoques al viejo criterio de que el fin puede justificar los medios, siempre que alcance sus objetivos.
(sigue)
La izquierda, cuyas raíces hegelianas, marxistas y leninistas siempre fueron evidentes, aunque procurara disimularlas durante la Guerra Fría, cuando el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS quedó simplificado y reducido a una pugna entre la libertad y la esclavitud, se quedó vacía de ideas y contenidos tras la caída del muro de Berlín, cuando la alternativa comunista quedó derrotada y, lo que fue peor, desacreditada, hasta el punto de que los votantes, en las democracias avanzadas, no sabían diferenciar claramente los programas y propuestas de la izquierda de los de la derecha.
Aquella izquierda que se había adaptado a la vida en democracia, especialmente la socialdemocracia y algunos partidos comunistas occidentalizados, como el italiano y el español, se debilitó porque también ella defendía valores como el intervensionismo estatal y el partido político fuerte controlado por profesionales, que se hundieron con el comunismo.
Para sobrevivir y mantener su cosecha de votos, tuvo que traicionar muchos de sus viejos principios, tomar prestadas de la derecha ideologías de inspiración liberal y hacerse proamericana.
Pero las cosas están cambiando ahora. Una parte de esa izquierda cree llegado el momento de volver a diferenciarse y a reconstruir una ideología que, aunque derrotada en parte, contiene, en su opinión, grandes valores. Y esa izquierda ha decidido pasar el Rubicón, arriesgando mucho, desafiando al establecimiento y a principios y convicciones que parecían invencibles.
Esa izquierda, a la que pertenece el español José Luis Rodríguez Zapatero, se ha alimentado ideológicamente en el difuso republicanismo para justificar su reto al pensamiento dominante, neoconservador y plagado de herencias liberales. Esa izquierda no cree ya que lo más importante sea la democracia, ni la defensa de los derechos humanos, ni el libre comercio, sino la transformación del mundo desde el poder político.
Es un retorno moderado y con nuevos enfoques al viejo criterio de que el fin puede justificar los medios, siempre que alcance sus objetivos.
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