La integración de los inmigrantes musulmanes ha fallado. La primera ministra de Sucia ya lo reconoce: "Tenemos sociedades paralelas". Los barrios musulmanes crecen en toda Europa y en algunos no se atreve a entrar la policía. El multiculturalismo es una de las grandes estafas de los progres.
En los barrios musulmanes rigen las costumbres y leyes islámicas: las mujeres no trabajan y apenas salen. Se casan con maridos que les buscan sus familiares. Las terrazas están llenas de hombres. No se consume alcohol, ni se come cerdo. Hay mezquitas y si alguna iglesia católica o protestante subsiste, es obligada a cerrar. Las viviendas se devalúan, la vida se degrada, la igualdad perece, la justicia es islamista y los blancos locales son humillados y obligados a huir.
Los gobiernos, culpables de ese desastre, en lugar de corregir el error y rectificar la sucia política de la acogida indiscriminada, con ayudas preferentes a los que llegan, incluso si son delincuentes, guardan un silencio cobarde y permiten que la situación siga deteriorándose, quizás con la miserable esperanza de que los invasores les voten.
Los expertos advierten del peligro cada día, pero nadie les hace caso y las izquierdas, alienadas y traidoras, siguen predicando el multiculturalismo y las maravillas de la convivencia entre razas y culturas, a pesar de que es evidente de que no hay mezcla, ni comunicación entre una y otra. Se crean sociedades paralelas dominadas por el odio y el deseo de conquista.
En España, donde lo absurdo y lo imbécil es comida diaria, las izquierdas gobernantes quieren imponer que toda promoción de viviendas, incluso las de lujo, reserven un espacio para pobres e inmigrantes. Es una política ruinosa y esperpéntica basada, en teoría, en la convivencia multicultural y multiclasista, pero en la práctica es un desastre en todos los lugares del mundo donde se ha probado ese cóctel diabólico.
¿Qué más hay que soportar para certificar el gran fracaso del multiculturalismo progre?
Francisco Rubiales
En los barrios musulmanes rigen las costumbres y leyes islámicas: las mujeres no trabajan y apenas salen. Se casan con maridos que les buscan sus familiares. Las terrazas están llenas de hombres. No se consume alcohol, ni se come cerdo. Hay mezquitas y si alguna iglesia católica o protestante subsiste, es obligada a cerrar. Las viviendas se devalúan, la vida se degrada, la igualdad perece, la justicia es islamista y los blancos locales son humillados y obligados a huir.
Los gobiernos, culpables de ese desastre, en lugar de corregir el error y rectificar la sucia política de la acogida indiscriminada, con ayudas preferentes a los que llegan, incluso si son delincuentes, guardan un silencio cobarde y permiten que la situación siga deteriorándose, quizás con la miserable esperanza de que los invasores les voten.
Los expertos advierten del peligro cada día, pero nadie les hace caso y las izquierdas, alienadas y traidoras, siguen predicando el multiculturalismo y las maravillas de la convivencia entre razas y culturas, a pesar de que es evidente de que no hay mezcla, ni comunicación entre una y otra. Se crean sociedades paralelas dominadas por el odio y el deseo de conquista.
En España, donde lo absurdo y lo imbécil es comida diaria, las izquierdas gobernantes quieren imponer que toda promoción de viviendas, incluso las de lujo, reserven un espacio para pobres e inmigrantes. Es una política ruinosa y esperpéntica basada, en teoría, en la convivencia multicultural y multiclasista, pero en la práctica es un desastre en todos los lugares del mundo donde se ha probado ese cóctel diabólico.
¿Qué más hay que soportar para certificar el gran fracaso del multiculturalismo progre?
Francisco Rubiales
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