El Papa Benedicto XVI ha publicado una encíclica Deus Caritas est ) que muchos miopes han calificado de trasnochado canto al amor, pero que contiene un mensaje que funcionará como la levadura en la masa, transformándo poco a poco nuestro mundo y convirtiéndolo en algo distinto de lo que hoy es: « El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones .» (Benedicto XVI, Deus Caritas est 28a).
Benedicto XVI es un viejo sabio que sabe que el único gran error de su predecesor, Juan Pablo II, fue la "inflación", porque aquel papa generoso, hiperactivo, exuberante e incansable, habló tanto, escribió tanto y viajó tanto que generó una terrible inflación de gestos, palabras, mensajes y conceptos. El quiere hablar menos, pero desea que cada palabra sea una semilla que caiga en tierra propicia y germine.
Cuando alguien con la autoridad moral y el poder convincente del lider religioso más influyente del mundo dice que todo gobierno que no se atenga a la justicia es "una gran banda de ladrones" está lanzando un torpedo con explosivo de uranio enriquecido sobre la línea de flotación de la política mundial y, más concretamente, de esas democracias que tanto se vanaglorian de ser gobiernos justos, que responden al mandato y representación de sus ciudadanos.
El torpedo va contra ellos porque basta echar una mirada a esos gobiernos que hoy gestionan los Estados y que ejercen sobre las sociedades y ciudadanos un dominio incontestable y abrumador para advertir que el mundo que han creado es injusto y que sus actuaciones no se rigen según la justicia, lo que los convierte, en palabras del Papa, en "grandes bandas de ladrones".
¿Quién se atreve a dudar que esos partidos políticos y esos políticos profesionales que hoy son los poderes más fuertes sobre la tierra, no están rigiendo al mundo "según la justicia"? ¿Acaso es justicia la desigualdad existente, la violencia, la inseguridad, la pobreza, la miseria, el hambre, la caída de los grandes valores y la obsesión de esos partidos políticos que rigen los Estados por mantenerse en el poder a toda costa y por definir la política como una lucha encarnizada por ese poder, en la que "vale todo" y en la que "el fin justifica los medios"?.
Benedicto XVI, sin alborotar, con esa voz suave y casi angelical que proyecta, sin atisbo alguno de inflación, ha lanzado su torpedo, el cual, recogido por los creyentes y gente de buena voluntad, convertido en norma de actuación, implica la obligación de todo ser honrado de luchar para que los Estados sean regidos "según la justicia" o, dicho más claramente, para impedir que nos gobiernen las "grandes bandas de ladrones".
Es probable que Benedicto XVI esté llamado a demostrar nuevamente, en este siglo de gobiernos prepotentes, estados invencibles, servicios de inteligencia, superordenadores públicos y misiles apuntando por doquier, la validez de aquel viejo principio de que " la pluma (la palabra) es más poderosa que la espada ".
Benedicto XVI es un viejo sabio que sabe que el único gran error de su predecesor, Juan Pablo II, fue la "inflación", porque aquel papa generoso, hiperactivo, exuberante e incansable, habló tanto, escribió tanto y viajó tanto que generó una terrible inflación de gestos, palabras, mensajes y conceptos. El quiere hablar menos, pero desea que cada palabra sea una semilla que caiga en tierra propicia y germine.
Cuando alguien con la autoridad moral y el poder convincente del lider religioso más influyente del mundo dice que todo gobierno que no se atenga a la justicia es "una gran banda de ladrones" está lanzando un torpedo con explosivo de uranio enriquecido sobre la línea de flotación de la política mundial y, más concretamente, de esas democracias que tanto se vanaglorian de ser gobiernos justos, que responden al mandato y representación de sus ciudadanos.
El torpedo va contra ellos porque basta echar una mirada a esos gobiernos que hoy gestionan los Estados y que ejercen sobre las sociedades y ciudadanos un dominio incontestable y abrumador para advertir que el mundo que han creado es injusto y que sus actuaciones no se rigen según la justicia, lo que los convierte, en palabras del Papa, en "grandes bandas de ladrones".
¿Quién se atreve a dudar que esos partidos políticos y esos políticos profesionales que hoy son los poderes más fuertes sobre la tierra, no están rigiendo al mundo "según la justicia"? ¿Acaso es justicia la desigualdad existente, la violencia, la inseguridad, la pobreza, la miseria, el hambre, la caída de los grandes valores y la obsesión de esos partidos políticos que rigen los Estados por mantenerse en el poder a toda costa y por definir la política como una lucha encarnizada por ese poder, en la que "vale todo" y en la que "el fin justifica los medios"?.
Benedicto XVI, sin alborotar, con esa voz suave y casi angelical que proyecta, sin atisbo alguno de inflación, ha lanzado su torpedo, el cual, recogido por los creyentes y gente de buena voluntad, convertido en norma de actuación, implica la obligación de todo ser honrado de luchar para que los Estados sean regidos "según la justicia" o, dicho más claramente, para impedir que nos gobiernen las "grandes bandas de ladrones".
Es probable que Benedicto XVI esté llamado a demostrar nuevamente, en este siglo de gobiernos prepotentes, estados invencibles, servicios de inteligencia, superordenadores públicos y misiles apuntando por doquier, la validez de aquel viejo principio de que " la pluma (la palabra) es más poderosa que la espada ".
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