La delgada, difusa y confusa línea verde que separa a los musulmanes pacíficos de los musulmanes fanáticos y asesinos en las ciudades y pueblos de Occidente, donde esos inmigrantes se han establecido, tiene que volverse nítida. Es la primera lección que emana de las tres duras experiencias terroristas islámicas sufridas por los occidentales: Nueva York 11 S, Madrid 11 M y Londres 7 J.
Los expertos en seguridad y contrainsurgencia de medio mundo venían exigiendo a sus gobiernos, desde los atentados de Nueva York, que a las comunidades musulmanas que viven libres y prósperas en las ciudades y pueblos de Occidentes se les exija con firmeza que se alineen del lado de la paz o del lado del fanatismo, para acabar de una vez con esa difusa y confusa línea verde que ni divide ni separa a los seguidores pacificos de Alá de los criminales que sueñan con ganar el paraiso matando infieles.
De este tema se ha hablado estos días, profusamente, en la reunión del G8 en Escocia, fuera de la agenda oficial, of course, pero con una firmeza inédita, con posiciones firmes impulsadas por el trio Bush-Putin-Blair.
De lo que se trata no es de mandar a paseo la tesis de la Alianza de las Civilizaciones, sino todo lo contrario, entre otras razones porque todos coinciden en que no existe otra ruta mejor. El objetivo es reforzar esa alianza con la Civilización Islámica, la que entiende el Coran como una doctrina de paz y de concordia, pero no con la pseudocivilización bárbara que se esconde y se camufla para matar en las mezquitas y madrasas de medio mundo. Con la barbarie no habrá alianza, sino guerra.
Esta doctrina de seguridad y de defensa que se abre camino en Occidente con relación al terrorismo islámico tiene, también, su versión intergubernamental y afectará, a partir de ahora, también a la diplomacia, al comercio y a los programas de cooperación.
En adelante, deberá aplicarse con rigor la reciprocidad y la colaboración entre paises árabes y occidentales. Los paises amigos tendrán que diferenciarse claramente de los que no lo son y la reciprocidad será la pauta común, sin que sean toleradas esas actitudes sucias y tricioneras procedentes de muchos paises árabes que se declaran "amigos", que exigen respeto a su religión en Occidente y que hasta reclaman ayudas y subvenciones para construir mezquitas y madrasas en Madrid, Lisboa, París, Londres y otras ciudades, mientras que esconden y protegen a los terroristas, mientras que en Marraquech, Rabat, Damasco o Riad no es posible construir una iglesia cristiana, no se permite a la mujer gozar de sus derechos básicos, te invaden con pateras cargadas de mujeres y niños, se lapida y mutila a mansalva, se prohibe el matrimonio interreligioso y hasta se encarcela a los que adoran a otro Dios que no sea Alá.
Todos los expertos gubernamentales, incluso los propios asesores de origen árabe al servicio de los gobiernos occidentales, coinciden en asegurar que si se exigiera con rigor reciprocidad en las relaciones con el mundo árabe, muchos de los actuales problemas interculturales, incluso el terrorismo, se solucionarían o tendrían un perfil mucho más bajo.
Los expertos en seguridad y contrainsurgencia de medio mundo venían exigiendo a sus gobiernos, desde los atentados de Nueva York, que a las comunidades musulmanas que viven libres y prósperas en las ciudades y pueblos de Occidentes se les exija con firmeza que se alineen del lado de la paz o del lado del fanatismo, para acabar de una vez con esa difusa y confusa línea verde que ni divide ni separa a los seguidores pacificos de Alá de los criminales que sueñan con ganar el paraiso matando infieles.
De este tema se ha hablado estos días, profusamente, en la reunión del G8 en Escocia, fuera de la agenda oficial, of course, pero con una firmeza inédita, con posiciones firmes impulsadas por el trio Bush-Putin-Blair.
De lo que se trata no es de mandar a paseo la tesis de la Alianza de las Civilizaciones, sino todo lo contrario, entre otras razones porque todos coinciden en que no existe otra ruta mejor. El objetivo es reforzar esa alianza con la Civilización Islámica, la que entiende el Coran como una doctrina de paz y de concordia, pero no con la pseudocivilización bárbara que se esconde y se camufla para matar en las mezquitas y madrasas de medio mundo. Con la barbarie no habrá alianza, sino guerra.
Esta doctrina de seguridad y de defensa que se abre camino en Occidente con relación al terrorismo islámico tiene, también, su versión intergubernamental y afectará, a partir de ahora, también a la diplomacia, al comercio y a los programas de cooperación.
En adelante, deberá aplicarse con rigor la reciprocidad y la colaboración entre paises árabes y occidentales. Los paises amigos tendrán que diferenciarse claramente de los que no lo son y la reciprocidad será la pauta común, sin que sean toleradas esas actitudes sucias y tricioneras procedentes de muchos paises árabes que se declaran "amigos", que exigen respeto a su religión en Occidente y que hasta reclaman ayudas y subvenciones para construir mezquitas y madrasas en Madrid, Lisboa, París, Londres y otras ciudades, mientras que esconden y protegen a los terroristas, mientras que en Marraquech, Rabat, Damasco o Riad no es posible construir una iglesia cristiana, no se permite a la mujer gozar de sus derechos básicos, te invaden con pateras cargadas de mujeres y niños, se lapida y mutila a mansalva, se prohibe el matrimonio interreligioso y hasta se encarcela a los que adoran a otro Dios que no sea Alá.
Todos los expertos gubernamentales, incluso los propios asesores de origen árabe al servicio de los gobiernos occidentales, coinciden en asegurar que si se exigiera con rigor reciprocidad en las relaciones con el mundo árabe, muchos de los actuales problemas interculturales, incluso el terrorismo, se solucionarían o tendrían un perfil mucho más bajo.