La corrupción goza de buena salud porque su corazón, que son los partidos políticos, late con fuerza y vigor. Los partidos, corruptores y corrompidos, son el eje de la política y del poder en España y su enfermedad contamina a toda la sociedad, envileciendo la política, asesinando la democracia y llenando de lodo la sociedad y la vida diaria de los españoles.
Parece que no existe un sólo ámbito de la actividad que no esté corrompido. El ritmo de los escándalos no decae y cada día se descubren nuevos espacios contaminados por la codicia y suciedad de los políticos. El último descubrimiento afecta a los helicópteros y medios aéreos que nutren los servicios sanitarios y la lucha contra incendios.
Pero antes, la corrupción ya había enlodado la economía, la actividad parlamentaria, la vida empresarial, el tráfico de influencia, los contratos públicos, las subvenciones, la educación, la formación, el empleo, la vida sindical, las empresas, los servicios sanitarios y muchos otros ámbitos, donde la política irrumpe llenándolo todo de porquería.
La clave del problema es doble: por una parte, los partidos, que no practican la democracia interna y carecen de los necesarios controles y frenos democráticos, son corruptores y empujan la sociedad hacia el delito y el abuso; por otro lado, la corrupción sigue imparable porque sale rentable, la justicia es lenta, las penas son leves, el dinero no se devuelve, las cárceles no son un infierno y la sociedad no excluye al corrupto ni a su familia.
Si tan sólo los corruptos fueran socialmente rechazados y la gente se negara a convivir con los corruptos en los espacios públicos, restaurantes, tiendas, etc., la corrupción retrocedería. Pero ocurre justo lo contrario: en regiones como Andalucía, Cataluña y algunas otras, ves un telediario regional y contemplas, aterrorizado, un desfile terrorífico de chorizos y sinvergüenzas destacados como gente importante y protagonistas, a pesar de que muchos de ellos están imputados, investigados, en espera de juicio y hasta condenados.
Los partidos siguen protegiendo a sus delincuentes y a muchos de ellos hasta les financian sus defensas jurídicas. Muchos ladrones y saqueadores se hacen la siguiente reflexión: robo una cantidad importante, paso una temporada en la cárcel, donde no se está tan mal si tienes dinero y después regreso a mi hogar para disfrutar lo robado el resto de mi vida.
La culpa de que todo eso sea posible es de los políticos y de sus partidos, organizaciones que se han convertido, a juzgar por el número de delitos y delincuentes, en asociaciones de malhechores, las más pervertidas del país, junto con la casi extinta banda terrorista ETA.
La democracia se basa en dos columnas fundamentales: una es la desconfianza hacia el poder, que siempre tiende a crecer y a corromperse, y la otra es el imperio de la ley, que debe ser igual para todos e implacable con el delito, sobre todo con el de carácter público, una ley que sirve para frenar a los canallas y delincuentes cuando carecen de virtud y valores.
Francisco Rubiales
Parece que no existe un sólo ámbito de la actividad que no esté corrompido. El ritmo de los escándalos no decae y cada día se descubren nuevos espacios contaminados por la codicia y suciedad de los políticos. El último descubrimiento afecta a los helicópteros y medios aéreos que nutren los servicios sanitarios y la lucha contra incendios.
Pero antes, la corrupción ya había enlodado la economía, la actividad parlamentaria, la vida empresarial, el tráfico de influencia, los contratos públicos, las subvenciones, la educación, la formación, el empleo, la vida sindical, las empresas, los servicios sanitarios y muchos otros ámbitos, donde la política irrumpe llenándolo todo de porquería.
La clave del problema es doble: por una parte, los partidos, que no practican la democracia interna y carecen de los necesarios controles y frenos democráticos, son corruptores y empujan la sociedad hacia el delito y el abuso; por otro lado, la corrupción sigue imparable porque sale rentable, la justicia es lenta, las penas son leves, el dinero no se devuelve, las cárceles no son un infierno y la sociedad no excluye al corrupto ni a su familia.
Si tan sólo los corruptos fueran socialmente rechazados y la gente se negara a convivir con los corruptos en los espacios públicos, restaurantes, tiendas, etc., la corrupción retrocedería. Pero ocurre justo lo contrario: en regiones como Andalucía, Cataluña y algunas otras, ves un telediario regional y contemplas, aterrorizado, un desfile terrorífico de chorizos y sinvergüenzas destacados como gente importante y protagonistas, a pesar de que muchos de ellos están imputados, investigados, en espera de juicio y hasta condenados.
Los partidos siguen protegiendo a sus delincuentes y a muchos de ellos hasta les financian sus defensas jurídicas. Muchos ladrones y saqueadores se hacen la siguiente reflexión: robo una cantidad importante, paso una temporada en la cárcel, donde no se está tan mal si tienes dinero y después regreso a mi hogar para disfrutar lo robado el resto de mi vida.
La culpa de que todo eso sea posible es de los políticos y de sus partidos, organizaciones que se han convertido, a juzgar por el número de delitos y delincuentes, en asociaciones de malhechores, las más pervertidas del país, junto con la casi extinta banda terrorista ETA.
La democracia se basa en dos columnas fundamentales: una es la desconfianza hacia el poder, que siempre tiende a crecer y a corromperse, y la otra es el imperio de la ley, que debe ser igual para todos e implacable con el delito, sobre todo con el de carácter público, una ley que sirve para frenar a los canallas y delincuentes cuando carecen de virtud y valores.
Francisco Rubiales
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