Se abre la veda. Comienza la serie aburrida y tosca de declaraciones a las que nos tienen acostumbrados nuestros políticos profesionales para agredirse mutuamente de manera inmisericorde. Se han de transmitir, con tiempo suficiente, mensajes que calen en lo más profundo del subconsciente colectivo. Pero, para diseñar esos recados (destinados a determinar la voluntad del electorado) existen diversas técnicas, que unas veces (las menos) se utilizan por ignorancia o error y otras (las más) con plena consciencia de lo que se está diciendo. La actividad política termina convirtiéndose en un intercambio no de argumentos racionales, sino más bien de sofismas arteramente calibrados. Argumentar es un arte, como también lo es enmascarar la realidad bajo pretendidas justificaciones racionales. En la política de masas, el arte de la argumentación cede su lugar a lo irracional como justificación de los discursos. La razón es suplantada por la emotividad y las emociones. Es más fácil optar por “llegar” a las creencias más íntimas de los miembros del cuerpo electoral que “convencer” mediante un debate procedimentalmente establecido. En la inmensa mayoría de los discursos, las exposiciones de los oradores carecen de razones pertinentes que muevan al rechazo o a la aceptación de las conclusiones que se defienden; la verdad es que, aunque tales conclusiones no sean más que hipotéticas pretensiones encorsetadas en el esquema de un aparente juicio de hecho, sólo son la ostentación de supuestas intenciones. Cuando no se distingue adecuadamente el uno y la otra, la voluntad de los oyentes se doblega gracias a acríticos juicios de valor positivos. Así, atender a un sermón, a una arenga o a un mitin no es sino más de lo mismo. ¿De qué es común valerse en detrimento de las razones pertinentes? Múltiples son las herramientas. Pero una de las más reiteradas es la que invoca como “razones incuestionables” a personas, hechos o circunstancias (ya reales, ya fantaseados) con el único objetivo de espolear la excitabilidad del auditorio. Debemos reconocer que, quizás, se trate del camino más corto para tomar ventaja, sobre todo si se es hábil ganando la condescendencia de una multitud o predisponiendo con ciertas declaraciones a la opinión pública como preludio de un interesado curso para las futuras acciones. Pero, claro está, tienen que concurrir dos factores: uno, el virtuosismo en la exposición; otro, el carisma del sujeto. En caso de fallar cualquiera de estos elementos, el riesgo del efecto boomerang aumenta exponencialmente mediante otra técnica retórica: devolver la ofensa al acusador en vez de replicarle con argumentos pertinentes y contundentes. Normalmente, la ventaja adquirida se traducirá en réditos para el ofendido. La lucha se desplazará de los argumentos (que en campaña electoral vienen demostrando su inoperatividad) al dominio del tempo de las actuaciones del adversario.
Los comunicados que inundan estos días los medios de comunicación constituyen un auténtico catálogo de desatinos desde el punto de vista de la racionalidad. Dispondremos de bastantes oportunidades futuras para escrutar los comentarios de unos y otros que, aunque podrán parecer banales a simple vista, con seguridad serán vaporosos desde la lógica que los presidirán.
Juan Jesús Mora
Los comunicados que inundan estos días los medios de comunicación constituyen un auténtico catálogo de desatinos desde el punto de vista de la racionalidad. Dispondremos de bastantes oportunidades futuras para escrutar los comentarios de unos y otros que, aunque podrán parecer banales a simple vista, con seguridad serán vaporosos desde la lógica que los presidirán.
Juan Jesús Mora
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