La Escuela Feminista de Teología, que nace en Andalucía, va a ser un incentivo para la jerarquía eclesiástica. En realidad, viene a poner sobre el tapete de la reflexión la significativa presencia de la mujer en el seguimiento de Jesucristo entre el discipulado que narran los evangelistas. Recuerda la situación de los primeros momentos del cristianismo y reproduce la aspiración larvada de un tiempo secular y muy activa en el presente de su participación igualitaria en la Iglesia. Se trata de la lucha que libra la mujer contra el sistema patriarcal, para zafarse definitivamente de la desigualdad y del trato de inferioridad. Es lo que ha propiciado el éxito de El Código da Vinci entre el público femenino. No es la originalidad del tema ya publicado con anterioridad, ni la historicidad de su extraño y absurdo montaje literario, amparado, claro está, en una ramita de suerte publicitaria.
La mujer siempre se ha encontrado atraída por la figura y la palabra de Jesús de Nazaret. Ya, en su vida pública, un grupo de mujeres se unieron a su séquito, lo acompañaban y sostenían con sus bienes (Lc 8,2). La Iglesia Católica, con el tiempo y no muy lejano, tendrá que abrirse; el impulso feminista no se detiene. Ha de avizorar el horizonte de un mundo feminizado y calibrar, desechando su posición estática, la posibilidad de adaptarse a los tiempos; volviendo a cobrar su prestigio perdido en la sociedad, debe descubrir y aprovechar el potencial vitalizador del fermento nutricio de la mujer.
La mujer ha estado totalmente discriminada y vejada, su rango social no pasaba del nivel de los niños y el de los esclavos. Era sometida e infravalorada, no iba a la escuela, se le negaba el aprendizaje y se mantenía recluida en su casa a cargo de las faenas domésticas. Es lo que mantiene y quiere mantener el Islam. El fundamentalismo islamista es el cerrojo de apertura, el repliegue a su machismo atávico, a fin de anatematizar los flujos vivos en Occidente que subvierten su oscuro sistema.
Sin embargo, aunque poco propalado, el Evangelio es el mensaje más revolucionario, en el sentido más noble de la palabra, y más progresista de la historia humana. Jesús establece la dignidad primordial de la mujer. Jesús derriba las principales razones de la postergación de la mujer; revaloriza, en toda época, la dignidad femenina. Su actitud y su enseñanza suponen una auténtica revolución. La mujer ha desempeñado una función primordial en el Evangelio. Jesucristo borra las diferencias; instaura la igualdad socio-política y religiosa del hombre y la mujer. Jesús derriba los tabúes y rompe con las normas denigrantes e inhumanas que humillan y marginan a la mujer; desecha los convencionalismos sociales y no impide que mujeres formen parte de su séquito. En el evangelio, la mujer se encuentra y reconoce a sí misma. En la verdad esencial de su enseñanza, la mujer se libera, se dignifica y se reintegra en su propio ser. Para San Pablo, la excelencia y gloria de la mujer está en que Jesucristo "nació de una mujer" (Gál 4,4); y proclama la igualdad del hombre y de la mujer: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer. Todos vosotros sois lo mismo en Cristo Jesús" (Gál 3,28). Todos somos iguales ante Dios y debemos serlo también ante los hombres.
Los movimientos sociales avanzan progresivamente. Las olas no se interrumpen; el vaivén pendular de la historia no cesa en su inexorable latir. Esa lucha de la mujer por conseguir la total igualdad y dignidad ya no se puede soslayar con paliativos; ella la va a ganar, vencerá con seguridad.
Camilo Valverde Mudarra
(Notas de mi libro “Las mujeres del Evangelio”)
La mujer siempre se ha encontrado atraída por la figura y la palabra de Jesús de Nazaret. Ya, en su vida pública, un grupo de mujeres se unieron a su séquito, lo acompañaban y sostenían con sus bienes (Lc 8,2). La Iglesia Católica, con el tiempo y no muy lejano, tendrá que abrirse; el impulso feminista no se detiene. Ha de avizorar el horizonte de un mundo feminizado y calibrar, desechando su posición estática, la posibilidad de adaptarse a los tiempos; volviendo a cobrar su prestigio perdido en la sociedad, debe descubrir y aprovechar el potencial vitalizador del fermento nutricio de la mujer.
La mujer ha estado totalmente discriminada y vejada, su rango social no pasaba del nivel de los niños y el de los esclavos. Era sometida e infravalorada, no iba a la escuela, se le negaba el aprendizaje y se mantenía recluida en su casa a cargo de las faenas domésticas. Es lo que mantiene y quiere mantener el Islam. El fundamentalismo islamista es el cerrojo de apertura, el repliegue a su machismo atávico, a fin de anatematizar los flujos vivos en Occidente que subvierten su oscuro sistema.
Sin embargo, aunque poco propalado, el Evangelio es el mensaje más revolucionario, en el sentido más noble de la palabra, y más progresista de la historia humana. Jesús establece la dignidad primordial de la mujer. Jesús derriba las principales razones de la postergación de la mujer; revaloriza, en toda época, la dignidad femenina. Su actitud y su enseñanza suponen una auténtica revolución. La mujer ha desempeñado una función primordial en el Evangelio. Jesucristo borra las diferencias; instaura la igualdad socio-política y religiosa del hombre y la mujer. Jesús derriba los tabúes y rompe con las normas denigrantes e inhumanas que humillan y marginan a la mujer; desecha los convencionalismos sociales y no impide que mujeres formen parte de su séquito. En el evangelio, la mujer se encuentra y reconoce a sí misma. En la verdad esencial de su enseñanza, la mujer se libera, se dignifica y se reintegra en su propio ser. Para San Pablo, la excelencia y gloria de la mujer está en que Jesucristo "nació de una mujer" (Gál 4,4); y proclama la igualdad del hombre y de la mujer: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer. Todos vosotros sois lo mismo en Cristo Jesús" (Gál 3,28). Todos somos iguales ante Dios y debemos serlo también ante los hombres.
Los movimientos sociales avanzan progresivamente. Las olas no se interrumpen; el vaivén pendular de la historia no cesa en su inexorable latir. Esa lucha de la mujer por conseguir la total igualdad y dignidad ya no se puede soslayar con paliativos; ella la va a ganar, vencerá con seguridad.
Camilo Valverde Mudarra
(Notas de mi libro “Las mujeres del Evangelio”)