El Mare Nostrum enrojecido por la sangre de la guerra a través de siglos levanta sus mareas de odio y muerte en las olas de oriente; ese mar que fue fenicio y cartaginés, griego y romano y, luego, inglés y turco, siempre anda sediento de su tributo de lucha y muerte. Su oleaje rompe en aquella tierra, que llamada “prometida”, aparece más bien “maldita”. Aquellos ríos, secos de leche y miel, fluyen ráfagas de bombas y metralletas, donde el pueblo hebreo y el cananeo continúan su lucha de tres mil años instigados por Caín el primer asesino y primer nómada; pueblos que siguen los dictados de sus dioses bélicos que, quizás escribieron sus preceptos con sangre y provistos de sus profetas, que ensalzan la contienda, instan matanzas furibundas y yihads encarnizadas.
Oriente Medio ha caído en una nueva crisis de oscura salida y enorme riesgo; vive una profunda inestabilidad regional. Siria e Irán, desviando la presión hacia Israel, responden así al cerco internacional, para salvar sus intereses; los terroristas de Hezbolá y Hamás se parapetan en una acción conjunta de resistencia, pertrechados de armas y cohetes. Marte ha encendido la peligrosa mecha de otra conflagración en la zona; es una partida de varias mesas y tableros que algunos juegan con cartas marcadas y puñales ocultos.
Comenzó el mes pasado para recuperar al cabo Shalit, capturado en Gaza, detener el lanzamiento de cohetes palestinos y destruir las instalaciones del Gobierno liderado por Hamás y los libaneses de Hezbolá que, lanzando desde Líbano cien cohetes a todo el norte del Estado Judío, mataron ocho soldados israelíes y secuestraron otros tres, en servicio de los intereses de sus amos iraníes. Este negro conflicto empieza el mismo día que el régimen ultraislamista de Irán rechaza la oferta de Occidente, para solucionar su escalada nuclear. Los bombardeos israelíes, la ofensiva más destructiva de Israel desde que invadió el Líbano en 1982, para expulsar a las fuerzas palestinas, se suceden día a día con saña, contra los combatientes de Hezbolá que amenaza con seguir los ataques con sus quince mil cohetes Katiuska, dirigidos a Hifa y, tal vez, a Tel Aviv.
La comunidad internacional clama con voz desesperada el cese de la furia bélica, pero, de momento, de nada sirve; sigue atorada en su división e ineficacia; Bush, argumentando que Israel tiene derecho a defenderse, especialmente, si es atacado y provocado, comprende a su mejor aliado; y Kofi Annan no sale de la debilidad e inoperancia. Si no se detiene pronto este ímpetu mortífero, la situación se verá abocada a las fauces del abismo. La ONU, la UE, el Consejo de Seguridad nada pueden en su inutilidad e inseguridad; las grandes potencias no tienen poder; la masacre hunde la región, como Irak, en el caos y el petróleo sube y asciende hacia los cien, su cota mítica y asfixiante.
Israel se ha equivocado al responsabilizar a los gobiernos palestino y libanés; al no acomodar su respuesta al hostigamiento terrorista; al lanzar su poderío militar contra las infraestructuras de Gaza y del Líbano, destruyendo y matando especialmente a inocentes. Es una locura arrasar al gobierno libanés, mayoritariamente antisirio, por la emboscada que Israel achaca a la mano de Siria, la cual nunca ha reconocido la soberanía e independencia del Líbano y sigue cuestionándolas; y más aún, exigir que el ejército libanés plagado de chiítas y de milicianos islámicos frene la escalada militar de Hezbolá. Toda guerra necesita unos objetivos definidos, limitados y factibles por medios que se consideren lícitos y justos. En esta lucha de dos frentes, como en Irak, los objetivos son cambiantes a diario y diversos. Sus medidas son desproporcionadas, indiscriminadas e ineficaces, debió centrarse en objetivos claramente vinculados a la banda terrorista, y evitar y salvar la población civil, es lo correcto, lo aceptable. Podrá combatir el extremismo, ser implacable con el terrorismo, pero no, con el pueblo indefenso.
Camilo Valverde Mudarra
Oriente Medio ha caído en una nueva crisis de oscura salida y enorme riesgo; vive una profunda inestabilidad regional. Siria e Irán, desviando la presión hacia Israel, responden así al cerco internacional, para salvar sus intereses; los terroristas de Hezbolá y Hamás se parapetan en una acción conjunta de resistencia, pertrechados de armas y cohetes. Marte ha encendido la peligrosa mecha de otra conflagración en la zona; es una partida de varias mesas y tableros que algunos juegan con cartas marcadas y puñales ocultos.
Comenzó el mes pasado para recuperar al cabo Shalit, capturado en Gaza, detener el lanzamiento de cohetes palestinos y destruir las instalaciones del Gobierno liderado por Hamás y los libaneses de Hezbolá que, lanzando desde Líbano cien cohetes a todo el norte del Estado Judío, mataron ocho soldados israelíes y secuestraron otros tres, en servicio de los intereses de sus amos iraníes. Este negro conflicto empieza el mismo día que el régimen ultraislamista de Irán rechaza la oferta de Occidente, para solucionar su escalada nuclear. Los bombardeos israelíes, la ofensiva más destructiva de Israel desde que invadió el Líbano en 1982, para expulsar a las fuerzas palestinas, se suceden día a día con saña, contra los combatientes de Hezbolá que amenaza con seguir los ataques con sus quince mil cohetes Katiuska, dirigidos a Hifa y, tal vez, a Tel Aviv.
La comunidad internacional clama con voz desesperada el cese de la furia bélica, pero, de momento, de nada sirve; sigue atorada en su división e ineficacia; Bush, argumentando que Israel tiene derecho a defenderse, especialmente, si es atacado y provocado, comprende a su mejor aliado; y Kofi Annan no sale de la debilidad e inoperancia. Si no se detiene pronto este ímpetu mortífero, la situación se verá abocada a las fauces del abismo. La ONU, la UE, el Consejo de Seguridad nada pueden en su inutilidad e inseguridad; las grandes potencias no tienen poder; la masacre hunde la región, como Irak, en el caos y el petróleo sube y asciende hacia los cien, su cota mítica y asfixiante.
Israel se ha equivocado al responsabilizar a los gobiernos palestino y libanés; al no acomodar su respuesta al hostigamiento terrorista; al lanzar su poderío militar contra las infraestructuras de Gaza y del Líbano, destruyendo y matando especialmente a inocentes. Es una locura arrasar al gobierno libanés, mayoritariamente antisirio, por la emboscada que Israel achaca a la mano de Siria, la cual nunca ha reconocido la soberanía e independencia del Líbano y sigue cuestionándolas; y más aún, exigir que el ejército libanés plagado de chiítas y de milicianos islámicos frene la escalada militar de Hezbolá. Toda guerra necesita unos objetivos definidos, limitados y factibles por medios que se consideren lícitos y justos. En esta lucha de dos frentes, como en Irak, los objetivos son cambiantes a diario y diversos. Sus medidas son desproporcionadas, indiscriminadas e ineficaces, debió centrarse en objetivos claramente vinculados a la banda terrorista, y evitar y salvar la población civil, es lo correcto, lo aceptable. Podrá combatir el extremismo, ser implacable con el terrorismo, pero no, con el pueblo indefenso.
Camilo Valverde Mudarra
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