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Lo dicen Manuel Castells, profesor de sociología de la Universidad de Berkley (California,USA) y centenares de sociólogos y politólogos de todo el mundo: “a todos los gobiernos del mundo, sin excepción, les da miedo la libertad", en especial la libertad que proporciona Internet a los ciudadanos para "organizarse, informarse y comunicarse de forma autónoma".
El miedo de los gobiernos a la libertad y, concretamente, a la libertad que genera Internet no para de crecer año tras año, sobre todo desde que estalló el fenómeno de los blogs, un nuevo medio que está rompiendo el control férreo de la información por parte de los Estados.
Considerar a Internet como una fuente de libertad no es ya una hipótesis sino un hecho consumado. Ser usuario de Internet significa ver menos la televisión, leer menos periódicos controlados por el poder político y relacionarse con otras personas, con las que se intercambian información y opiniones, un cóctel que hace a los usuarios de la red más críticos, exigentes y libres.
Es esa libertad que está surgiendo de la red y que se extiende como una mancha de aceite por las comunidades de internautas, contagiando a amplios sectores de la sociedad, la que ha disparado el sentido crítico en la ciudadanía y está impulsando la demanda de más democracia.
Los gobiernos están siendo superados y no saben como reaccionar ante la oleada crítica que les acusa de haber envilecido la vida política y haber convertido la vieja y noble democracia en un régimen oligárquico más adaptado a los intereses de los partidos políticos y de los políticos profesionales que a los de la ciudadanía.
Los sociólogos y analistas políticos ya no dudan que la caída del muro de Berlín no sólo destruyó con sus cascotes al comunismo sino que los trozos también cayeron de esta parte y están golpeando con dureza a una democracia que durante la Guerra Fria sustituyó el imprescindible protagonismo de los ciudadanos por el de las instituciones.
Sin los ciudadanos, que han sido arrojados fuera de la vida política por los partidos y por los profesionales de la política, la democracia dejó de existir, aunque, por inercia y conveniencia, mantuviera su nombre, y fue sustituida por una aberración bastarda en la que los políticos se creen con el derecho a hacer lo que quieran cuando son elegidos en las urnas, sin rendir cuentas al ciudadano hasta que las urnas se abren nuevamente, pasados cuatro o cinco años.
Pero los ciudadanos, gracias a que conversan, reflexionan, consumen información libre y están adquiriendo un refrescante gusto por la crítica, quieren recuperar la pureza de la democracia y erradicar a los oligarcas que han ocupado los sillones del poder al margen del pueblo soberano.
El siglo XXI será el de la recuperación de la pureza democrática y si los partidos y gobiernos se resisten al cambio, la III guerra mundial será la rebelión de los ciudadanos contra los profesionales de la política, atrincherados en los aparatos de los Estados que han ocupado.
El miedo de los gobiernos a la libertad y, concretamente, a la libertad que genera Internet no para de crecer año tras año, sobre todo desde que estalló el fenómeno de los blogs, un nuevo medio que está rompiendo el control férreo de la información por parte de los Estados.
Considerar a Internet como una fuente de libertad no es ya una hipótesis sino un hecho consumado. Ser usuario de Internet significa ver menos la televisión, leer menos periódicos controlados por el poder político y relacionarse con otras personas, con las que se intercambian información y opiniones, un cóctel que hace a los usuarios de la red más críticos, exigentes y libres.
Es esa libertad que está surgiendo de la red y que se extiende como una mancha de aceite por las comunidades de internautas, contagiando a amplios sectores de la sociedad, la que ha disparado el sentido crítico en la ciudadanía y está impulsando la demanda de más democracia.
Los gobiernos están siendo superados y no saben como reaccionar ante la oleada crítica que les acusa de haber envilecido la vida política y haber convertido la vieja y noble democracia en un régimen oligárquico más adaptado a los intereses de los partidos políticos y de los políticos profesionales que a los de la ciudadanía.
Los sociólogos y analistas políticos ya no dudan que la caída del muro de Berlín no sólo destruyó con sus cascotes al comunismo sino que los trozos también cayeron de esta parte y están golpeando con dureza a una democracia que durante la Guerra Fria sustituyó el imprescindible protagonismo de los ciudadanos por el de las instituciones.
Sin los ciudadanos, que han sido arrojados fuera de la vida política por los partidos y por los profesionales de la política, la democracia dejó de existir, aunque, por inercia y conveniencia, mantuviera su nombre, y fue sustituida por una aberración bastarda en la que los políticos se creen con el derecho a hacer lo que quieran cuando son elegidos en las urnas, sin rendir cuentas al ciudadano hasta que las urnas se abren nuevamente, pasados cuatro o cinco años.
Pero los ciudadanos, gracias a que conversan, reflexionan, consumen información libre y están adquiriendo un refrescante gusto por la crítica, quieren recuperar la pureza de la democracia y erradicar a los oligarcas que han ocupado los sillones del poder al margen del pueblo soberano.
El siglo XXI será el de la recuperación de la pureza democrática y si los partidos y gobiernos se resisten al cambio, la III guerra mundial será la rebelión de los ciudadanos contra los profesionales de la política, atrincherados en los aparatos de los Estados que han ocupado.
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