"Los médicos lo van a curar. Él es bueno", dice el niño televisivo de Fidel.Y Raúl Rivero inmediatamente escribe: “Hugo Chávez se lamenta en Vietnam; Evo Morales saca del poncho sus pañuelos rojos; el presidente chino, Hu Jintao, pone en su ordenador un telegrama triste que le dicta Mao; hay fiestas, desfiles y discursos en Miami; opinan hombres y mujeres en México, Madrid y Buenos Aires. En Cuba nadie dice nada. Hay un silencio más grande que la noche”. La pequeña Cuba de Miami festeja y los once millones de cubanos asientan en firme los pies y tiemblan pensando tensos en el qué será de la transición y qué les traerá el sol del día trece hasta su Malecón.
Los médicos no pudieron frenar su fuerte hemorragia intestinal, que, en una persona de su edad, puede causar incluso graves daños cerebrales. Según un comunicado oficial firmado de su puño y letra, por primera vez en 47 años, Castro ha delegado, con carácter provisional, el poder en su hermano Raúl, de 75 años, segundo hombre del régimen que es el sucesor designado por la Constitución cubana, de 1976, en caso de ausencia o muerte.. "La operación, dice el texto de Castro, me obliga a permanecer varias semanas de reposo, alejado de mis responsabilidades y cargos".
Tras aquella caída del escalón, ha hecho su aparición el rostro de la debilidad; aquella gala de salud de hierro y fortaleza física viene a cobrar su precio de senilidad. Ochenta agostos pesan, presentan factura, inexorables "quebrantan" también su cuerpo revolucionario de dictador. El pasado 26 de julio el jefe cubano bromeaba sobre su edad en un discurso que duró cinco horas: "Que no se preocupen los vecinitos del norte, que no pretendo ejercer mi cargo hasta los cien años".
Allí, desde su postración hospitalaria, Fidel observa los hogares rotos que aún le quedan donde habitan los restos de la familia dividida. El pueblo es un espectro que se saca a la calle para que palpe el temor y, luego, se le ordena retirarse para que conserve el miedo; una silueta difusa, sin contornos, imagen de la ignorancia somnolienta, a la que se le alimenta de mentiras para que sestee. El Gobierno es el dueño que rige las velas y ese pueblo no tiene vela en este entierro; se halla sitiado, vigilado, hostigado en su casa, con el teléfono intervenido por la policía y la brigada paramilitar en guardia por si osa salir y mirar el cielo y atenazados los activistas: la oposición pacífica, la prensa independiente, los defensores de los Derechos Humanos, los demócratas de paso al frente y cara alta y recta. Los misterios, las trampas, las manipulaciones posibles en una sociedad en que el 70% de los ciudadanos, los nacidos después de 1959, no han olido nunca, ni saben de democracia, no conocen la libertad, pero, sí, entienden de fatigas y penurias, de vivir acogotados de propaganda, faltos de pan, escasos de salario, pero, atiborrados de mazmorras, de penas de muerte y acosados de miserias.
Cuba espera con tranquilidad ante la obscuridad de noticias. Se mueve entre la prudencia y la cautela; se reviste el sayo de paciencia en su incertidumbre. Y, mientras, los incondicionales, que también los tiene, se sientan sosegadamente y, si les preguntan, contestan pesadamente que pronto volverá recuperado. No saben lo que pasa, no pueden imaginarse qué les traerá el futuro. ¿Habrá en la preciosa Cuba un Adolfo Suárez que conduzca la transición por las vías del consenso?
Camilo Valverde Mudarra
Los médicos no pudieron frenar su fuerte hemorragia intestinal, que, en una persona de su edad, puede causar incluso graves daños cerebrales. Según un comunicado oficial firmado de su puño y letra, por primera vez en 47 años, Castro ha delegado, con carácter provisional, el poder en su hermano Raúl, de 75 años, segundo hombre del régimen que es el sucesor designado por la Constitución cubana, de 1976, en caso de ausencia o muerte.. "La operación, dice el texto de Castro, me obliga a permanecer varias semanas de reposo, alejado de mis responsabilidades y cargos".
Tras aquella caída del escalón, ha hecho su aparición el rostro de la debilidad; aquella gala de salud de hierro y fortaleza física viene a cobrar su precio de senilidad. Ochenta agostos pesan, presentan factura, inexorables "quebrantan" también su cuerpo revolucionario de dictador. El pasado 26 de julio el jefe cubano bromeaba sobre su edad en un discurso que duró cinco horas: "Que no se preocupen los vecinitos del norte, que no pretendo ejercer mi cargo hasta los cien años".
Allí, desde su postración hospitalaria, Fidel observa los hogares rotos que aún le quedan donde habitan los restos de la familia dividida. El pueblo es un espectro que se saca a la calle para que palpe el temor y, luego, se le ordena retirarse para que conserve el miedo; una silueta difusa, sin contornos, imagen de la ignorancia somnolienta, a la que se le alimenta de mentiras para que sestee. El Gobierno es el dueño que rige las velas y ese pueblo no tiene vela en este entierro; se halla sitiado, vigilado, hostigado en su casa, con el teléfono intervenido por la policía y la brigada paramilitar en guardia por si osa salir y mirar el cielo y atenazados los activistas: la oposición pacífica, la prensa independiente, los defensores de los Derechos Humanos, los demócratas de paso al frente y cara alta y recta. Los misterios, las trampas, las manipulaciones posibles en una sociedad en que el 70% de los ciudadanos, los nacidos después de 1959, no han olido nunca, ni saben de democracia, no conocen la libertad, pero, sí, entienden de fatigas y penurias, de vivir acogotados de propaganda, faltos de pan, escasos de salario, pero, atiborrados de mazmorras, de penas de muerte y acosados de miserias.
Cuba espera con tranquilidad ante la obscuridad de noticias. Se mueve entre la prudencia y la cautela; se reviste el sayo de paciencia en su incertidumbre. Y, mientras, los incondicionales, que también los tiene, se sientan sosegadamente y, si les preguntan, contestan pesadamente que pronto volverá recuperado. No saben lo que pasa, no pueden imaginarse qué les traerá el futuro. ¿Habrá en la preciosa Cuba un Adolfo Suárez que conduzca la transición por las vías del consenso?
Camilo Valverde Mudarra
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