Después del fracaso de su Constitución, la Unión Europea parece noqueada y ha emprendido la peligrosa senda de la debilidad. En su horizonte inmediato despuntan grandes amenazas muy destructivas, entre las que destacan la "división", la "cobardía", la "demografía" y la "incapacidad para introducir reformas que le permitan ser más competitiva y desarrollarse en la sociedad actual", todas ellas agravadas, según los expertos, por un sentimiento de complejo y de rechazo a Estados Unidos que debilita aquella "Alianza Atlantica" que fue el eje del poder mundial en el siglo XX.
En los "things tanks" europeos, sobre todo en Gran Bretaña y Alemania, existe gran preocupación ante la postración y la falta de energía de la Unión, que no reacciona, y se debate ya sin trabas sobre la posibilidad de que la crisis se torne irreversible y aleje en un futuro próximo a Europa de la prosperidad y del centro del poder mundial.
La división es la más inmediata de las amenazas que acechan a Europa. En estos momentos hay más fuerzas centrífugas en acción que centrípetas. Amplios e influyentes sectores de Gran Bretaña, Irlanda, Italia e, incluso, España, a pesar de las dudas y torpezas del gobierno socialista de Zapatero, miran cada día con mayor interés hacia Estados Unidos e incrementan su desconfianza con respecto a una Alemania y Francia empeñadas en construir la Unión Europea en base a sus intereses, mientras que los países del Este recién incorporados a la Unión pierden su entusiasmo europeista a chorros y empiezan a pensar que tal vez han hecho un mal negocio uniéndose a un mundo europeo en declive.
Si las tendencias de ruptura, muy fuertes tras los "noes" de Francia y Holanda al proyecto de Constitución Europea, se imponen, Europa podría disgregarse y ser presa facil de sus fantasmas históricos: las rencillas que suelen terminar en guerra, la envidia y la eterna duda entre el atlantismo y la política continental.
La debilidad creciente del "gobierno" de la Unión Europea, la Comisión, cada día más dominada por los gobiernos de los países miembros, como quedó demostrado recientemente cuando la burocracia de Bruselas cedió ante las presiones del gobierno español en el asunto de la OPA de Gas Natural a ENDESA, debilita también el proyecto de la Europa común y le resta credibilidad y solvencia.
La cobardía es, sin embargo, el rasgo más preocupante de la actual cultura europea. Sin orgullo por su historia, acomplejada frente a Estados Unidos, al resurgir de China como potencia y frente a la pujante cultura islámica, empeñada en conservar con avaricia la riqueza que consiguió en la etapa industrial y con problemas estructurales de gran calado, como la debilidad de su sociedad civil y el excesivo poder de sus gobiernos y de sus partidos políticos, transformados en castas dominantes, Europa no tiene hoy fuerza para plantar cara a las culturas que la invaden, ni sabe cómo hacer frente al terrorismo, ni es capaz de nuatralizar a los jóvenes rebeldes que practican la destrucción en los suburbios, ni consigue integrar a los muchos millones de inmigrantes musulmanes que se establecen en sus ciudades, frente a los cuales se muestra acomplejada y exhibe una peligrosa debilidad.
La demografía es, sin embargo, la mayor pesadilla inmediata de los europeos, que se casan tarde y que no tienen hijos, cometiendo así el error de anteponer la comodidad y el hedonismo a su supervivencia como pueblo y como cultura. La pesadilla demográfica es la que ha llevado a pensadores como Bernard Lewis a sostener que Europa será pronto una parte del Occidente árabe, del Magreb, porque los turcos de Alemania, los pakistaníes de Gran Bretaña y los marroquies y argelinos de Francia, Italia y España sí tienen hijos, nunca se integran y comenzarán a constituir mayorías electorales en la segunda mitad del siglo XXI.
La incapacidad para adaptarse a la nueva sociedad del conocimiento es, sin embargo, la peor amenaza económica para una Europa que no logra recuperar el retraso en innovación y tecnología que acumula ante Estados Unidos y Japón. Más preocupada por el bienestar que por el esfuerzo y lastrada penosamente por estados y burocracias administrativas demasiado poderosas y alejadas de la ciudadanía, Europa se está mostrando torpe e inepta a la hora de investigar, de transformar la ciencia en tecnología y de abrir nuevos caminos a sus empresas.
Todos estos problemas y amenazas pueden convertir a Europa en una región de segundo nivel, desplazada del poder por países que ya se perfilan como las grandes potencias de la segunda mitad del siglo: Estados Unidos, China, India, Brasil y, probablemente, una Rusia recuperada.
En los "things tanks" europeos, sobre todo en Gran Bretaña y Alemania, existe gran preocupación ante la postración y la falta de energía de la Unión, que no reacciona, y se debate ya sin trabas sobre la posibilidad de que la crisis se torne irreversible y aleje en un futuro próximo a Europa de la prosperidad y del centro del poder mundial.
La división es la más inmediata de las amenazas que acechan a Europa. En estos momentos hay más fuerzas centrífugas en acción que centrípetas. Amplios e influyentes sectores de Gran Bretaña, Irlanda, Italia e, incluso, España, a pesar de las dudas y torpezas del gobierno socialista de Zapatero, miran cada día con mayor interés hacia Estados Unidos e incrementan su desconfianza con respecto a una Alemania y Francia empeñadas en construir la Unión Europea en base a sus intereses, mientras que los países del Este recién incorporados a la Unión pierden su entusiasmo europeista a chorros y empiezan a pensar que tal vez han hecho un mal negocio uniéndose a un mundo europeo en declive.
Si las tendencias de ruptura, muy fuertes tras los "noes" de Francia y Holanda al proyecto de Constitución Europea, se imponen, Europa podría disgregarse y ser presa facil de sus fantasmas históricos: las rencillas que suelen terminar en guerra, la envidia y la eterna duda entre el atlantismo y la política continental.
La debilidad creciente del "gobierno" de la Unión Europea, la Comisión, cada día más dominada por los gobiernos de los países miembros, como quedó demostrado recientemente cuando la burocracia de Bruselas cedió ante las presiones del gobierno español en el asunto de la OPA de Gas Natural a ENDESA, debilita también el proyecto de la Europa común y le resta credibilidad y solvencia.
La cobardía es, sin embargo, el rasgo más preocupante de la actual cultura europea. Sin orgullo por su historia, acomplejada frente a Estados Unidos, al resurgir de China como potencia y frente a la pujante cultura islámica, empeñada en conservar con avaricia la riqueza que consiguió en la etapa industrial y con problemas estructurales de gran calado, como la debilidad de su sociedad civil y el excesivo poder de sus gobiernos y de sus partidos políticos, transformados en castas dominantes, Europa no tiene hoy fuerza para plantar cara a las culturas que la invaden, ni sabe cómo hacer frente al terrorismo, ni es capaz de nuatralizar a los jóvenes rebeldes que practican la destrucción en los suburbios, ni consigue integrar a los muchos millones de inmigrantes musulmanes que se establecen en sus ciudades, frente a los cuales se muestra acomplejada y exhibe una peligrosa debilidad.
La demografía es, sin embargo, la mayor pesadilla inmediata de los europeos, que se casan tarde y que no tienen hijos, cometiendo así el error de anteponer la comodidad y el hedonismo a su supervivencia como pueblo y como cultura. La pesadilla demográfica es la que ha llevado a pensadores como Bernard Lewis a sostener que Europa será pronto una parte del Occidente árabe, del Magreb, porque los turcos de Alemania, los pakistaníes de Gran Bretaña y los marroquies y argelinos de Francia, Italia y España sí tienen hijos, nunca se integran y comenzarán a constituir mayorías electorales en la segunda mitad del siglo XXI.
La incapacidad para adaptarse a la nueva sociedad del conocimiento es, sin embargo, la peor amenaza económica para una Europa que no logra recuperar el retraso en innovación y tecnología que acumula ante Estados Unidos y Japón. Más preocupada por el bienestar que por el esfuerzo y lastrada penosamente por estados y burocracias administrativas demasiado poderosas y alejadas de la ciudadanía, Europa se está mostrando torpe e inepta a la hora de investigar, de transformar la ciencia en tecnología y de abrir nuevos caminos a sus empresas.
Todos estos problemas y amenazas pueden convertir a Europa en una región de segundo nivel, desplazada del poder por países que ya se perfilan como las grandes potencias de la segunda mitad del siglo: Estados Unidos, China, India, Brasil y, probablemente, una Rusia recuperada.