Si alguién nos hubiera dicho hace treinta años, en aquellos momentos en que agonizaba el Franquismo y la democracia se abría camino, que treinta años después buena parte del periodismo español se encontraría masivamente politizado, controlado por los partidos políticos, comprado, maniatado y amordazado, no lo hubiéramos podido creer. Y, sin embargo, es cierto.
Muchos periodistas e intelectuales de la España actual viven a sueldo del poder político y dedican sus mejores esfuerzos no a difundir la verdad, ni a informar a los ciudadanos, sino a colaborar, consciente o inconscientemente, en tareas como manipular la información, generar argumentos y enfoques para que una opción política derrote a la contraria y difundir informaciones que benefician a quienes les apoyan y pagan.
Los fondos de reptiles de la democracia han sido más abundantes y eficientes que los de la dictadura. El reflán "periodistas aplaudidores, vendidos a buenos postores" se ha convertido en una verdad palpable en la España de principios del siglo XXI. La perversión del sistema ha anulado viejos principios y valores por entonces vigentes y ha convertido en aceptable el lamentable y humillante hecho de que miles de periodistas e intelectuales se hayan convertido en "sobrecogedores" porque cogen sobres que, directa o indirectamente, provienen del poder político y que les llegan por múltiples vías y caminos.
La situación de los intelectuales es todavía más triste, si cabe. Gente que en el pasado era montaraz, iconoclasta, independiente y libre hasta el insulto se ha transformado en material sometido que mendiga ante el poder poltronas de asesor, encargos a dedo o espacios en tribunas, consejos y medios públicos. El intelectual en España, salvo excepciones imperceptibles, ha dejado de ser luz y guía para transformarse en materia gris sometida al poder, que la utiliza para fabricar argumentos, orientar los debates, manipular y controlar a la sociedad.
Cada día es más difícil encontrar en España a un periodista o a un intelectual independiente y libre. Los que quedan suelen sobrevivir penosamente y pagan un alto precio por su libertad. Confundidos e indignados, tienen dificultad para entender cómo la sociedad española ha perdido con tanta rapidez y facilidad el culto a la verdad y los valores de independencia y servicio a la comunidad, a través de la información, que asumieron con ilusión en las facultades universitarias.
Los sojuzgados o controlados por el poder son legión: muchos militan directamente en un partido y han cambiado voluntariamente el oficio de periodistas por el de "agitadores"; no son pocos los que trabajan en empresas o medios públicos, donde están obligados a defender las tesis del gobierno que les paga; otros trabajan en medios alineados con un partido político u otro; la mayoría recibe pagos por encargos, trabajos temporales y colaboraciones "envenenadas"; y buena parte de los restantes participan de los fondos de reptiles, subvenciones, contratos y publicidad que proceden del poder y que son el aliento que mantienen vivos a la prensa, la radio, la televisión, productoras, gabinetes, revistas especializadas, opúsculos, monografías, libretos y librillos. Quién no lo crea que revise el registro de nóminas, reconocimientos, ayudas, becas, premios, subvenciones, colaboraciones, asesorías y demás dádivas del poder.
El poder político no sólo paga a los autores, sino también a los editores, sin olvidar a productores, guionistas, estrategas, pensadores, cámaras, fotógrafos y a toda una variopinta legión de profesionales sobrecogedores que utilizan la inteligencia para vivir. Muchos de ellos saben que son piezas imprescindibles para el control de la opinión pública, la libertad y la inteligencia colectiva, pero otros prefieren ignorarlo.
La España de hoy, guste o no, es una sociedad alineada con un bando u otro, donde es muy difícil encontrar el pensamiento libre y en la que el periodista o el intelectual independiente son especies en peligro de extinción.
Aunque el alquiler y la compra de intelectuales y periodistas es un vicio de alcance nacional, en algunas autonomías ha alcanzado una perfección tan elevada que es casi imposible superarla. Es el caso de Cataluña, donde el control de los medios y de la inteligencia ha alcanzado el nivel del "virtuosismo" y la "excelencia". Nadie sabe cuantos millares de intelectuales y periodistas catalanes están mantenidos por la Generalitat para obtener a cambio apoyo ciego y defensa de osadías nacionalistas, independentistas y hasta estatutos grotescos que no pasarían el filtro de cualquier democracia europea honrada. Pero la política catalana no sólo obtiene de los "sobrecogedores" apoyo a sus atrevidas y peligrosas tesis, sino que también consigue el silencio y la oscuridad ante escándalos y abusos tan flagrantes como la discriminación lingüística o tan contundentes como los del barrio del Carmel y el del corrupto tres por ciento.
En la España actual ocurre hoy lo mismo que en aquella sucia Italia de finales de los años "setenta", cuando los periodistas e intelectuales podían agruparse en cuatro categorías: los comunistas, los socialistas, los democristianos y los muertos de hambre, Pero aquella Italia, por fortuna, saltó por los aires y la sociedad logró recuperar aceptables cuotas de libertad y pensamiento libre, mientras que en España el sometimiento de la inteligencia a los partidos políticos y al poder público sigue teniendo vigencia y campea pujante el siniestro y antidemocrático principio de "o estás con el poder o estás jodido".
FR
Muchos periodistas e intelectuales de la España actual viven a sueldo del poder político y dedican sus mejores esfuerzos no a difundir la verdad, ni a informar a los ciudadanos, sino a colaborar, consciente o inconscientemente, en tareas como manipular la información, generar argumentos y enfoques para que una opción política derrote a la contraria y difundir informaciones que benefician a quienes les apoyan y pagan.
Los fondos de reptiles de la democracia han sido más abundantes y eficientes que los de la dictadura. El reflán "periodistas aplaudidores, vendidos a buenos postores" se ha convertido en una verdad palpable en la España de principios del siglo XXI. La perversión del sistema ha anulado viejos principios y valores por entonces vigentes y ha convertido en aceptable el lamentable y humillante hecho de que miles de periodistas e intelectuales se hayan convertido en "sobrecogedores" porque cogen sobres que, directa o indirectamente, provienen del poder político y que les llegan por múltiples vías y caminos.
La situación de los intelectuales es todavía más triste, si cabe. Gente que en el pasado era montaraz, iconoclasta, independiente y libre hasta el insulto se ha transformado en material sometido que mendiga ante el poder poltronas de asesor, encargos a dedo o espacios en tribunas, consejos y medios públicos. El intelectual en España, salvo excepciones imperceptibles, ha dejado de ser luz y guía para transformarse en materia gris sometida al poder, que la utiliza para fabricar argumentos, orientar los debates, manipular y controlar a la sociedad.
Cada día es más difícil encontrar en España a un periodista o a un intelectual independiente y libre. Los que quedan suelen sobrevivir penosamente y pagan un alto precio por su libertad. Confundidos e indignados, tienen dificultad para entender cómo la sociedad española ha perdido con tanta rapidez y facilidad el culto a la verdad y los valores de independencia y servicio a la comunidad, a través de la información, que asumieron con ilusión en las facultades universitarias.
Los sojuzgados o controlados por el poder son legión: muchos militan directamente en un partido y han cambiado voluntariamente el oficio de periodistas por el de "agitadores"; no son pocos los que trabajan en empresas o medios públicos, donde están obligados a defender las tesis del gobierno que les paga; otros trabajan en medios alineados con un partido político u otro; la mayoría recibe pagos por encargos, trabajos temporales y colaboraciones "envenenadas"; y buena parte de los restantes participan de los fondos de reptiles, subvenciones, contratos y publicidad que proceden del poder y que son el aliento que mantienen vivos a la prensa, la radio, la televisión, productoras, gabinetes, revistas especializadas, opúsculos, monografías, libretos y librillos. Quién no lo crea que revise el registro de nóminas, reconocimientos, ayudas, becas, premios, subvenciones, colaboraciones, asesorías y demás dádivas del poder.
El poder político no sólo paga a los autores, sino también a los editores, sin olvidar a productores, guionistas, estrategas, pensadores, cámaras, fotógrafos y a toda una variopinta legión de profesionales sobrecogedores que utilizan la inteligencia para vivir. Muchos de ellos saben que son piezas imprescindibles para el control de la opinión pública, la libertad y la inteligencia colectiva, pero otros prefieren ignorarlo.
La España de hoy, guste o no, es una sociedad alineada con un bando u otro, donde es muy difícil encontrar el pensamiento libre y en la que el periodista o el intelectual independiente son especies en peligro de extinción.
Aunque el alquiler y la compra de intelectuales y periodistas es un vicio de alcance nacional, en algunas autonomías ha alcanzado una perfección tan elevada que es casi imposible superarla. Es el caso de Cataluña, donde el control de los medios y de la inteligencia ha alcanzado el nivel del "virtuosismo" y la "excelencia". Nadie sabe cuantos millares de intelectuales y periodistas catalanes están mantenidos por la Generalitat para obtener a cambio apoyo ciego y defensa de osadías nacionalistas, independentistas y hasta estatutos grotescos que no pasarían el filtro de cualquier democracia europea honrada. Pero la política catalana no sólo obtiene de los "sobrecogedores" apoyo a sus atrevidas y peligrosas tesis, sino que también consigue el silencio y la oscuridad ante escándalos y abusos tan flagrantes como la discriminación lingüística o tan contundentes como los del barrio del Carmel y el del corrupto tres por ciento.
En la España actual ocurre hoy lo mismo que en aquella sucia Italia de finales de los años "setenta", cuando los periodistas e intelectuales podían agruparse en cuatro categorías: los comunistas, los socialistas, los democristianos y los muertos de hambre, Pero aquella Italia, por fortuna, saltó por los aires y la sociedad logró recuperar aceptables cuotas de libertad y pensamiento libre, mientras que en España el sometimiento de la inteligencia a los partidos políticos y al poder público sigue teniendo vigencia y campea pujante el siniestro y antidemocrático principio de "o estás con el poder o estás jodido".
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