Crece en España el rechazo a los políticos hasta el punto de que algunos medios cuestionan ya abiertamente la falta de preparación y de exigencias a los políticos para que ocupen cargos públicos de relevancia. Hasta el diario "El País" se preguntaba recientemente en una columna si hace falta un MIR para los políticos.
La lucha por la regeneración exige plantar cara a los políticos y no permitir nunca más sus abusos, suciedades, mentiras y canalladas.
La democracia, que convierte al ciudadano en vigilante que pide limpieza y acierto a sus dirigentes políticos, exige que cuando asistamos a un acto público donde haya también políticos que, por sus actos y comportamiento, merezcan el reproche ciudadano, hay que abandonar el acto o, mejor, expulsar al político para que éste perciba el reproche y el desprecio ciudadano.
Así ocurrió recientemente durante el discurso del presidente del Parlament, Roger Torrent, en un acto solemne en el Colegio de Abogados de Barcelona (Icab), cuando el político nacionalista se atrevió a hablar de “presos políticos”, provocando que la cúpula judicial se levantara de sus asientos y abandonara la sala, como signo de protesta.
El mismo Torrent, cuando intervenía en un acto público reciente, tuvo que soportar vergüenza y desprecio cuando fue duramente increpado por un empresario alemán, que le llamó mentiroso y pidió la cárcel para él y para sus compañeros independentistas catalanes.
Si España estuviera poblada por ciudadanos responsables en lugar de borregos sometidos, la presencia de un político corrupto en un restaurante o en cualquier otro espacio público debería provocar el abandono inmediato del local por parte de los ciudadanos presentes, un gesto de protesta democrática destinado a hacer ver al corrupto que su comportamiento merece el desprecio de la comunidad ciudadana.
El tradicional trato de respeto y consideración hacia los cargos públicos ya carece de sentido y, a partir de ahora, debe ser selectivo y dispensarse solo a los que lo merezcan, pero nunca a los que intentan destruir la nación, a los que viven en la corrupción, a los que conviven con corruptos sin denunciarlos, a los que militan en partidos minados por la corrupción y con las cárceles llenas de dirigentes, a los que odian a España, a los que despilfarran, a los que disfrutan de privilegios inmerecidos y a los que causan dolor y sufrimiento a los ciudadanos, tras haber traicionado el concepto de servicio en la política y la obligada defensa del bien común.
El “desprecio” visible y activo a los políticos que lo merezcan debe quedar incorporado como estrategia de lucha democrática y como comportamiento cívico ejemplar de los ciudadanos que buscan un mundo más justo, limpio y decente.
Francisco Rubiales
La lucha por la regeneración exige plantar cara a los políticos y no permitir nunca más sus abusos, suciedades, mentiras y canalladas.
La democracia, que convierte al ciudadano en vigilante que pide limpieza y acierto a sus dirigentes políticos, exige que cuando asistamos a un acto público donde haya también políticos que, por sus actos y comportamiento, merezcan el reproche ciudadano, hay que abandonar el acto o, mejor, expulsar al político para que éste perciba el reproche y el desprecio ciudadano.
Así ocurrió recientemente durante el discurso del presidente del Parlament, Roger Torrent, en un acto solemne en el Colegio de Abogados de Barcelona (Icab), cuando el político nacionalista se atrevió a hablar de “presos políticos”, provocando que la cúpula judicial se levantara de sus asientos y abandonara la sala, como signo de protesta.
El mismo Torrent, cuando intervenía en un acto público reciente, tuvo que soportar vergüenza y desprecio cuando fue duramente increpado por un empresario alemán, que le llamó mentiroso y pidió la cárcel para él y para sus compañeros independentistas catalanes.
Si España estuviera poblada por ciudadanos responsables en lugar de borregos sometidos, la presencia de un político corrupto en un restaurante o en cualquier otro espacio público debería provocar el abandono inmediato del local por parte de los ciudadanos presentes, un gesto de protesta democrática destinado a hacer ver al corrupto que su comportamiento merece el desprecio de la comunidad ciudadana.
El tradicional trato de respeto y consideración hacia los cargos públicos ya carece de sentido y, a partir de ahora, debe ser selectivo y dispensarse solo a los que lo merezcan, pero nunca a los que intentan destruir la nación, a los que viven en la corrupción, a los que conviven con corruptos sin denunciarlos, a los que militan en partidos minados por la corrupción y con las cárceles llenas de dirigentes, a los que odian a España, a los que despilfarran, a los que disfrutan de privilegios inmerecidos y a los que causan dolor y sufrimiento a los ciudadanos, tras haber traicionado el concepto de servicio en la política y la obligada defensa del bien común.
El “desprecio” visible y activo a los políticos que lo merezcan debe quedar incorporado como estrategia de lucha democrática y como comportamiento cívico ejemplar de los ciudadanos que buscan un mundo más justo, limpio y decente.
Francisco Rubiales
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