Ante el bombardeo diario de noticias que reflejan corrupción a gran escala en Marbella, Jerez, Sevilla y otros muchos lugares; ante una crispación general de la vida ciudadana; ante un enfrentamiento a cuchillo corto entre políticos que produce vómitos; y ante un creciente descrédito de los políticos y hasta del sistema que representan, los españoles se preguntan: ¿Es la española una democracia podrida?
La respuesta a esta pregunta que millones de españoles se hacen en estos días en los que los medios de comunicación aparecen inundados de noticias de corrupción y de críticas al descrédito e ineficiencia de los políticos y de su sistema está muy relacionada con la respuesta a otra pregunta igualmente importante y multitudinaria: ¿Es España un país corrupto?
Las dos preguntas están en el aire, en los medios de comunicación, en las conversaciones diarias de millones de ciudadanos que se sienten asqueados de una política de la que han sido marginados, como si la política fuera una competencia exclusiva de unos políticos profesionales que parecen más obsesionados por mantener el poder y sus privilegios que por el servicio a la comunidad y a la ética.
Los hay que dicen que existen corruptos como también existen criminales, pero que eso no significa que la sociedad sea criminal. Pero también hay otra multitud que afirma que la corrupción, sobre todo la urbanística, se ha convertido en el becerro de oro de la podrida democracia española.
Pero lo que nadie dice es que el nivel de una democracia lo marcan siempre los más golfos, los corruptos, los totalitarios y toda esa fauna que si existe es porque el sistema los tolera (o los ampara). Si es cierto esto, las respuestas a las dos preguntas formuladas es que España "sí" es un país corrupto y que la democracia española "sí" está podrida.
La corrupción se ha convertido en el gran pecado de la democracia española, pero la corrupción, ya sea la masiva que contamina el urbanismo como la financiera y el tráfico de influencias, más elitistas, que funcionan con mayor sigilo en las cloacas del poder, no son sino él síntoma de una enfermedad grave: que en España no existe una democracia autentica, sino unos partidos políticos educados en el autoritarismo que creen que la democracia es simplemente "el gobierno de las mayorías", olvidando que en realidad es el gobierno de los ciudadanos y la primacía absoluta del bien común.
Tras la muerte del dictador Franco, España construyó su democracia en la Transición tras un acuerdo entre notables y por decreto, sin que nadie se mostrase interesado o se ocupara de educar a los ciudadanos en la difícil práctica de un sistema que requiere condiciones que en España nunca se han cumplido, quizás porque a los políticos no les interesaba que se compleran: separación de los poderes básicos del Estado, controles efectivos del poder político, una sociedad civil organizada y fuerte, unos medios de comunicación libres y al servicio de la verdad y unos partidos políticos ferreamente controlados para que no transformen, como han hecho en España, la democracia en oligocracia partidista.
La corrupción no es el problema de España, sino el síntoma del verdadero problema, que es la ausencia de democracia.
FR
La respuesta a esta pregunta que millones de españoles se hacen en estos días en los que los medios de comunicación aparecen inundados de noticias de corrupción y de críticas al descrédito e ineficiencia de los políticos y de su sistema está muy relacionada con la respuesta a otra pregunta igualmente importante y multitudinaria: ¿Es España un país corrupto?
Las dos preguntas están en el aire, en los medios de comunicación, en las conversaciones diarias de millones de ciudadanos que se sienten asqueados de una política de la que han sido marginados, como si la política fuera una competencia exclusiva de unos políticos profesionales que parecen más obsesionados por mantener el poder y sus privilegios que por el servicio a la comunidad y a la ética.
Los hay que dicen que existen corruptos como también existen criminales, pero que eso no significa que la sociedad sea criminal. Pero también hay otra multitud que afirma que la corrupción, sobre todo la urbanística, se ha convertido en el becerro de oro de la podrida democracia española.
Pero lo que nadie dice es que el nivel de una democracia lo marcan siempre los más golfos, los corruptos, los totalitarios y toda esa fauna que si existe es porque el sistema los tolera (o los ampara). Si es cierto esto, las respuestas a las dos preguntas formuladas es que España "sí" es un país corrupto y que la democracia española "sí" está podrida.
La corrupción se ha convertido en el gran pecado de la democracia española, pero la corrupción, ya sea la masiva que contamina el urbanismo como la financiera y el tráfico de influencias, más elitistas, que funcionan con mayor sigilo en las cloacas del poder, no son sino él síntoma de una enfermedad grave: que en España no existe una democracia autentica, sino unos partidos políticos educados en el autoritarismo que creen que la democracia es simplemente "el gobierno de las mayorías", olvidando que en realidad es el gobierno de los ciudadanos y la primacía absoluta del bien común.
Tras la muerte del dictador Franco, España construyó su democracia en la Transición tras un acuerdo entre notables y por decreto, sin que nadie se mostrase interesado o se ocupara de educar a los ciudadanos en la difícil práctica de un sistema que requiere condiciones que en España nunca se han cumplido, quizás porque a los políticos no les interesaba que se compleran: separación de los poderes básicos del Estado, controles efectivos del poder político, una sociedad civil organizada y fuerte, unos medios de comunicación libres y al servicio de la verdad y unos partidos políticos ferreamente controlados para que no transformen, como han hecho en España, la democracia en oligocracia partidista.
La corrupción no es el problema de España, sino el síntoma del verdadero problema, que es la ausencia de democracia.
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