El rearme moral de España es la tarea más urgente de nuestra sociedad. Es probable que hayamos corrompido, contaminado y ensuciado tanto el país que no existe detergente capaz de limpiarlo. Quizás un día lleguemos a la terrible conclusión de que la suciedad que nos envuelve sólo puede limpiarse con ácido corrosivo.
El presidente del gobierno viaja a Londres con su familia, para comprar en las rebajas, utilizando sin escrúpulos democráticos, un avión oficial. Dicen que Marbella está en llamas y que ese incendio estalló porque allí no mandaban ni el PSOE ni el PP, pero que hay cientos de ciudades y pueblos en España tan corrompidos como Marbella, pero con sus élites políticas sin ir a la cárcel porque las protegen los grandes partidos políticos.
Es tan enorme la mancha de la corrupción política en España que quizás ya sea un problema sin solución. Tal vez tenga razón el famoso constructor Francisco Hernando, alias “el pocero”, cuando le decía al alcalde de Seseña “eres el único alcalde honrado de España”. Si es cierto todo lo que los empresarios están contando en estos días, no habría lugar en las cárceles de España para encerrar a tantos políticos culpables de corrupción y prevaricación. Pedir dinero negro para el propio bolsillo a cambio de una recalificación, una licencia de obras y hasta de una cédula de habitabilidad es, al parecer, un sistema tan extendido en España que ha convertido en delincuentes a miles de altos cargos, alcaldes y concejales.
La degradación moral y la corrupción del país han empezado por la cúspide. Cuando los ciudadanos han visto lo que hacían sus dirigentes, la sociedad española ha terminado por contaminarse hasta la médula. Pedían créditos a los bancos y no los pagaban; los bancos, para ganar el favor de los políticos, perdonaban esas deudas; las comisiones se convirtieron en moneda de cambio para relacionarse con algunas administraciones... ¿A cambio de qué? El espectáculo de la corrupción y de la degradación ética ha sido tan evidente que ha logrado ensuciar hasta el alma del país.
¿Cómo solucionamos ahora este terrible desaguisado? ¿Cómo devolver a este régimen democrático la dignidad perdida? ¿Cómo puede recuperar el liderazgo público el prestigio y el respeto perdidos?
Han olvidado frívolamente que ser autoridad conlleva la obligación de ser ejemplares y han convertido el país en una pocilga porque el pueblo termina siempre por imitar a los poderosos, a los que hacen ostentación de poder y dinero, a los que cada día salen en los telediarios: cuando los políticos se pelean, el pueblo se lía a puñetazos; cuando los ven robar, todos roban... o sueñan con hacerlo.
El cieno ha llegado a todas partes: en un cuartel se mata a golpes a un ciudadano porque se resistía a la autoridad y en una comisaria se organizaban orgías sexuales nocturnas con mujeres inmigrantes esclavizadas. Los ciudadanos quedaron estupefactos al saber que algunos policías llegaron a avisar a terroristas de ETA para que no los detuvieran. Y ni siquiera fueron tomadas medidas disciplinarias. Los jueces parecen ausentes y ni siquiera investigan el enriquecimiento patrimonial fulminante de los altos cargos, escandalosamente visible para cualquier ciudadano.
Mientras tanto, el número de agentes de la ley detenidos por corrupción, drogas, chantaje, etc. crece de año en año.
Dicen que el origen del problema está en los partidos políticos, que nacieron como vehículos para la participación de los ciudadanos en la política, pero que los políticos profesionales han convertido en maquinarias implacables para la conquista y ejercicio del poder. Esas maquinas infernales necesitan cada vez más "aceite" para funcionar, para colocar a los amigos, para comprar silencios, para controlar a los medios de comunicación, para pagar lealtades, para corromper a los honrados, para debilitar al adversario, para conquistar y mantener el poder a costa de “lo que sea”.
Los empresarios van a la cárcel, pero la gravedad de sus delitos no es comparable a los delitos de los políticos, que manejan dinero público y gobiernan en nombre del pueblo soberano. Los empresarios han tenido que pagar el “peaje” corrupto que les exigían los partidos y sus representantes en los gobiernos y ayuntamientos. Pagar era, muchas veces, la única manera de hacer negocios. En algunos territorios de España hay que pagar algún tipo de compensación hasta por ganar un concurso público o a cambio de trabajar para la Administración. En Cataluña, la desfachatez de un partido político (ERC) llegó al extremo de exigir parte de sus sueldos a los funcionarios y empleados que trabajaban en sus consejerías y oficinas. En Andalucía, los hermanos, los hijos, los primos, los cuñados, los yernos y hasta los abuelos forman parte de una red clientelar espeluznante, tejida desde el gobierno.
Y lo peor de todo, lo que quizás no tenga remedio, es que los que poseen el poder democrático, delegado por los ciudadanos, creen que lo que hacen es lícito, ignorando las elementales reglas de la democracia y la decencia. Y, además, obran con impunidad, sin que la justicia, que hace mucho que dejó de ser independiente y autónoma, cumpla con sel deber de perseguirlos.
Ahora, quizás el problema no tenga remedio. Ni siquiera hay sitio en las cárceles para ellos.
El presidente del gobierno viaja a Londres con su familia, para comprar en las rebajas, utilizando sin escrúpulos democráticos, un avión oficial. Dicen que Marbella está en llamas y que ese incendio estalló porque allí no mandaban ni el PSOE ni el PP, pero que hay cientos de ciudades y pueblos en España tan corrompidos como Marbella, pero con sus élites políticas sin ir a la cárcel porque las protegen los grandes partidos políticos.
Es tan enorme la mancha de la corrupción política en España que quizás ya sea un problema sin solución. Tal vez tenga razón el famoso constructor Francisco Hernando, alias “el pocero”, cuando le decía al alcalde de Seseña “eres el único alcalde honrado de España”. Si es cierto todo lo que los empresarios están contando en estos días, no habría lugar en las cárceles de España para encerrar a tantos políticos culpables de corrupción y prevaricación. Pedir dinero negro para el propio bolsillo a cambio de una recalificación, una licencia de obras y hasta de una cédula de habitabilidad es, al parecer, un sistema tan extendido en España que ha convertido en delincuentes a miles de altos cargos, alcaldes y concejales.
La degradación moral y la corrupción del país han empezado por la cúspide. Cuando los ciudadanos han visto lo que hacían sus dirigentes, la sociedad española ha terminado por contaminarse hasta la médula. Pedían créditos a los bancos y no los pagaban; los bancos, para ganar el favor de los políticos, perdonaban esas deudas; las comisiones se convirtieron en moneda de cambio para relacionarse con algunas administraciones... ¿A cambio de qué? El espectáculo de la corrupción y de la degradación ética ha sido tan evidente que ha logrado ensuciar hasta el alma del país.
¿Cómo solucionamos ahora este terrible desaguisado? ¿Cómo devolver a este régimen democrático la dignidad perdida? ¿Cómo puede recuperar el liderazgo público el prestigio y el respeto perdidos?
Han olvidado frívolamente que ser autoridad conlleva la obligación de ser ejemplares y han convertido el país en una pocilga porque el pueblo termina siempre por imitar a los poderosos, a los que hacen ostentación de poder y dinero, a los que cada día salen en los telediarios: cuando los políticos se pelean, el pueblo se lía a puñetazos; cuando los ven robar, todos roban... o sueñan con hacerlo.
El cieno ha llegado a todas partes: en un cuartel se mata a golpes a un ciudadano porque se resistía a la autoridad y en una comisaria se organizaban orgías sexuales nocturnas con mujeres inmigrantes esclavizadas. Los ciudadanos quedaron estupefactos al saber que algunos policías llegaron a avisar a terroristas de ETA para que no los detuvieran. Y ni siquiera fueron tomadas medidas disciplinarias. Los jueces parecen ausentes y ni siquiera investigan el enriquecimiento patrimonial fulminante de los altos cargos, escandalosamente visible para cualquier ciudadano.
Mientras tanto, el número de agentes de la ley detenidos por corrupción, drogas, chantaje, etc. crece de año en año.
Dicen que el origen del problema está en los partidos políticos, que nacieron como vehículos para la participación de los ciudadanos en la política, pero que los políticos profesionales han convertido en maquinarias implacables para la conquista y ejercicio del poder. Esas maquinas infernales necesitan cada vez más "aceite" para funcionar, para colocar a los amigos, para comprar silencios, para controlar a los medios de comunicación, para pagar lealtades, para corromper a los honrados, para debilitar al adversario, para conquistar y mantener el poder a costa de “lo que sea”.
Los empresarios van a la cárcel, pero la gravedad de sus delitos no es comparable a los delitos de los políticos, que manejan dinero público y gobiernan en nombre del pueblo soberano. Los empresarios han tenido que pagar el “peaje” corrupto que les exigían los partidos y sus representantes en los gobiernos y ayuntamientos. Pagar era, muchas veces, la única manera de hacer negocios. En algunos territorios de España hay que pagar algún tipo de compensación hasta por ganar un concurso público o a cambio de trabajar para la Administración. En Cataluña, la desfachatez de un partido político (ERC) llegó al extremo de exigir parte de sus sueldos a los funcionarios y empleados que trabajaban en sus consejerías y oficinas. En Andalucía, los hermanos, los hijos, los primos, los cuñados, los yernos y hasta los abuelos forman parte de una red clientelar espeluznante, tejida desde el gobierno.
Y lo peor de todo, lo que quizás no tenga remedio, es que los que poseen el poder democrático, delegado por los ciudadanos, creen que lo que hacen es lícito, ignorando las elementales reglas de la democracia y la decencia. Y, además, obran con impunidad, sin que la justicia, que hace mucho que dejó de ser independiente y autónoma, cumpla con sel deber de perseguirlos.
Ahora, quizás el problema no tenga remedio. Ni siquiera hay sitio en las cárceles para ellos.
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