En la escuela nos enseñan que el fascismo fue derrotado en 1945, con la capitulación de Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las sombras de aquella época oscura se ciernen sobre la campaña presidencial de este año en Estados Unidos, con estallidos de violencia y promesas de lealtad a través del saludo nazi, todo ello encabezado por la retórica violenta del candidato republicano favorito, Donald Trump.
“Cuando el fascismo llegue a Estados Unidos lo hará envuelto en la bandera y portando una cruz”, reza la cita atribuida al primer estadounidense ganador del Premio Nobel de Literatura, Sinclair Lewis.
En América Latina y en algunos países de Europa, el fascismo retorna con ropajes populistas, impulsado por partidos y líderes que proceden de la izquierda pero que han abandonado ciertas sensibilidades sociales y todo el respeto a la democracia y defienden un concepto de la política basado en el engaño permanente a los ciudadanos, el populismo y el totalitarismo camuflado.
El filósofo del siglo XX George Santayana escribió: “Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Santayana vivió en Europa en la época de la Primera y la Segunda Guerra Mundial y experimentó de primera mano el fascismo italiano. El fascismo fue el movimiento político violento fundado por Benito Mussolini, que asumió el control de Italia en 1922. Mussolini ordenaba que se golpeara, encarcelara, torturara y matara a sus opositores políticos, y gobernó con mano dura hasta que fue derrocado cuando Italia se rindió a los Aliados en 1943. Era conocido como “el duce” y ofreció su apoyo al movimiento Nazi de Alemania desde sus comienzos y cuando Adolf Hitler asumió el poder en la década de 1930.
La opinión del catedrático Robert Paxton, considerado el padre de los estudios sobre el fascismo y profesor emérito de ciencias sociales de la Universidad de Columbia, es preocupante: “Donald Trump exhibe una predisposición muy alarmante a utilizar temas y estilos fascistas. La respuesta positiva que logra es preocupante”.
Lo mas preocupante en todo el mundo es precisamente eso: la respuesta positiva de los ciudadanos, un fenómeno que se ha dado en Venezuela con Hugo Chaves, en Argentina con los Kirchner, en Grecia con Tsipras, en España con Podemos y en otros muchos países, donde la democracia, señalada como inepta, injusta, falsa y corrupta, retrocede.
El avance del fenómeno Trump es especialmente preocupante no sólo porque Estados Unidos era, hasta hoy, el gran impulsor de la democracia como sistema, sino porque si el neofascismo triunfa allí, tendrá las puertas abiertas en todo el mundo.
Algunos pensadores y analistas se confunden al considerar diferentes los totalitarismos inspirados en la izquierda de los inspirados en la derecha, los rojos de los azules, los que reivindican el viejo comunismo y los que imitan a Hítler y Mussolini. En realidad son el mismo perro con distinto collar porque la clave es la adoración del Estado y de la autoridad de los que gobiernan ante un pueblo despreciado que, como ocurrió en el siglo XX, vuelve a ser utilizado como barro para modelar y, a veces, también como carne para moler.
Pocos tienen en cuenta que Hítler y Stalin eran amigos y aliados hasta que Hítler cometió el error de invadir Rusia y enfrentarse a su "colega" en autoritarismo y estatalismo. Uno y otro tenían más cosas en común que diferencias porque lo principal de ambas doctrinas era la imponente autoridad del Estado, el desprecio al individuo, el odio a la libertad y el populismo que lo envolvía y justificaba todo.
Francisco Rubiales
“Cuando el fascismo llegue a Estados Unidos lo hará envuelto en la bandera y portando una cruz”, reza la cita atribuida al primer estadounidense ganador del Premio Nobel de Literatura, Sinclair Lewis.
En América Latina y en algunos países de Europa, el fascismo retorna con ropajes populistas, impulsado por partidos y líderes que proceden de la izquierda pero que han abandonado ciertas sensibilidades sociales y todo el respeto a la democracia y defienden un concepto de la política basado en el engaño permanente a los ciudadanos, el populismo y el totalitarismo camuflado.
El filósofo del siglo XX George Santayana escribió: “Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Santayana vivió en Europa en la época de la Primera y la Segunda Guerra Mundial y experimentó de primera mano el fascismo italiano. El fascismo fue el movimiento político violento fundado por Benito Mussolini, que asumió el control de Italia en 1922. Mussolini ordenaba que se golpeara, encarcelara, torturara y matara a sus opositores políticos, y gobernó con mano dura hasta que fue derrocado cuando Italia se rindió a los Aliados en 1943. Era conocido como “el duce” y ofreció su apoyo al movimiento Nazi de Alemania desde sus comienzos y cuando Adolf Hitler asumió el poder en la década de 1930.
La opinión del catedrático Robert Paxton, considerado el padre de los estudios sobre el fascismo y profesor emérito de ciencias sociales de la Universidad de Columbia, es preocupante: “Donald Trump exhibe una predisposición muy alarmante a utilizar temas y estilos fascistas. La respuesta positiva que logra es preocupante”.
Lo mas preocupante en todo el mundo es precisamente eso: la respuesta positiva de los ciudadanos, un fenómeno que se ha dado en Venezuela con Hugo Chaves, en Argentina con los Kirchner, en Grecia con Tsipras, en España con Podemos y en otros muchos países, donde la democracia, señalada como inepta, injusta, falsa y corrupta, retrocede.
El avance del fenómeno Trump es especialmente preocupante no sólo porque Estados Unidos era, hasta hoy, el gran impulsor de la democracia como sistema, sino porque si el neofascismo triunfa allí, tendrá las puertas abiertas en todo el mundo.
Algunos pensadores y analistas se confunden al considerar diferentes los totalitarismos inspirados en la izquierda de los inspirados en la derecha, los rojos de los azules, los que reivindican el viejo comunismo y los que imitan a Hítler y Mussolini. En realidad son el mismo perro con distinto collar porque la clave es la adoración del Estado y de la autoridad de los que gobiernan ante un pueblo despreciado que, como ocurrió en el siglo XX, vuelve a ser utilizado como barro para modelar y, a veces, también como carne para moler.
Pocos tienen en cuenta que Hítler y Stalin eran amigos y aliados hasta que Hítler cometió el error de invadir Rusia y enfrentarse a su "colega" en autoritarismo y estatalismo. Uno y otro tenían más cosas en común que diferencias porque lo principal de ambas doctrinas era la imponente autoridad del Estado, el desprecio al individuo, el odio a la libertad y el populismo que lo envolvía y justificaba todo.
Francisco Rubiales
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