En Europa se considera como un "milagro" que en España no existan grupos ultras de derecha y de izquierda. El español es un caso insólito en un continente en el que el intenso crecimiento del extremismo fascista, rojo y negro, parece imparable, sobre todo en países como Austria, Holanda, Belgica y Francia. Sólo en Grecia se observa un fenómeno parecido al español.
Enterrado aparentemente por la exitosa transición del Franquismo a la democracia y olvidado en las dos últimas décadas ante el brillante espectáculo de la prosperidad, las libertades y la convivencia pacífica, muchos dicen que el extremismo fascista está resucitando ahora en España, impulsado por el miedo a la desintegración del país, la actitud arrogante del nacionalismo, la invasión de los inmigrantes y una sorprendente batería de errores y majaderías de los que únicamente son culpables los poderes dominantes en la España actual.
Sin embargo, la alarma es falsa porque el fascismo en España ha existido siempre y hasta ha disfrutado de una salud de hierro, pero con una sustancial diferencia con respecto al resto de Europa, que en España tanto el fascismo de derecha como el de izquierda están ocultos en el seno de los partidos políticos, camuflados de demócratas y disfrutando de todas las condiciones que requieren para crecer y saciarse: autoritarismo, poder sin controles, recursos y dominio del Estado, de las instituciones, de la sociedad y de los individuos.
El autoritarismo fascista español, que gozaba de buena salud en el régimen del general Franco, no desapareció al llegar la democracia, sino que se camufló y se fue insertando, primero con prudencia y después con osadía, en los distintos partidos políticos, donde los verdaderos "fachas" encontraron el caldo de cultivo óptimo para desplegar su afición al totalitarismo y al dominio de la sociedad desde el Estado.
Al renunciar a presentar su propio rostro ante el electorado y preferir el camuflaje que le ofrecían unos partidos políticos que en ningún momento de su historia reciente han practicado la democracia interna, los fascistas españoles dieron la sensación de haber desaparecido milagrosamente, sorprendiendo así a los observadores y analistas y contribuyendo a mitificar la Transición española hacia la democracia.
Sin embargo, el fascismo español, aunque cada día es más saludable y tiene sus filas más nutridas, sigue prefiriendo mantenerse oculto en el seno de los partidos, donde muchos de sus miembros están alcanzando altos niveles de poder, antes que salir a la luz y presentar su propio rostro. Ni siquiera se deciden a abandonar su cómodo refugio ahora, cuando existen en España condiciones altamente favorables para que las opciones electorales extremistas tengan muy buenas posibilidades.
Factores como la desintegración del Estado de Derecho, la unidad nacional quebrada, los excesos de los nacionalismos vasco y catalán, la debilidad del Estado ante ETA y la invasión desordenada de los inmigrantes benefician en teoría el nacimiento de una oferta electoral autoritaria en España.
No es cierto, como han dicho algunos políticos, que el fascismo esté a punto de organizarse y de formar sus propios partidos en España, ni tampoco es verdad que las principales causas de que el fascismo, tanto de derecha como de izquierda, esté renaciendo en España sean el catastrofismo, las descalificaciones mutuas de los dirigentes y partidos políticos, los errores estruendosos de los gobiernos o la pérdida de prestigio e imagen de la política y la clase dirigente. Los fascistas españoles, perros autoritarios que sólo creen en el poder y en el dominio implacable del Estado sobre el individuo, se sienten tan a gusto en el seno de los grandes partidos estatales y, sobre todo, en los nacionalistas, a los que están llevando hasta un peligroso extremismo, que no sucumben a la tentación de dar la cara, quizás porque dentro de las estructuras verticales de los partidos alcanzan ya todas sus apetencias ideológicas, de influencia, poder y dominio y porque las agrupaciones que los acogen son cada día menos democráticos y más autoritarios.
El fadcismo español fabrica músculo en la trastienda y lo hace al amparo ahora de factores como el creciente descrédito de la política y al debilitamiento de la democracia española, que ha perdido prestigio e imagen, que se aleja de los ciudadanos y que aparece ante la sociedad como un club de partidos políticos obsesionados por el privilegio, la trifulca y la acumulación de poder.
El fascismo es una enfermedad del alma cuyos principales rasgos son una concepción totalitaria de la vida, la utilización del Estado y del Partido Político como fuente de privilegios, poder y dominio y una dañina incapacidad para distinguir el bien del mal y para configurar una justa escala de valores.
Enterrado aparentemente por la exitosa transición del Franquismo a la democracia y olvidado en las dos últimas décadas ante el brillante espectáculo de la prosperidad, las libertades y la convivencia pacífica, muchos dicen que el extremismo fascista está resucitando ahora en España, impulsado por el miedo a la desintegración del país, la actitud arrogante del nacionalismo, la invasión de los inmigrantes y una sorprendente batería de errores y majaderías de los que únicamente son culpables los poderes dominantes en la España actual.
Sin embargo, la alarma es falsa porque el fascismo en España ha existido siempre y hasta ha disfrutado de una salud de hierro, pero con una sustancial diferencia con respecto al resto de Europa, que en España tanto el fascismo de derecha como el de izquierda están ocultos en el seno de los partidos políticos, camuflados de demócratas y disfrutando de todas las condiciones que requieren para crecer y saciarse: autoritarismo, poder sin controles, recursos y dominio del Estado, de las instituciones, de la sociedad y de los individuos.
El autoritarismo fascista español, que gozaba de buena salud en el régimen del general Franco, no desapareció al llegar la democracia, sino que se camufló y se fue insertando, primero con prudencia y después con osadía, en los distintos partidos políticos, donde los verdaderos "fachas" encontraron el caldo de cultivo óptimo para desplegar su afición al totalitarismo y al dominio de la sociedad desde el Estado.
Al renunciar a presentar su propio rostro ante el electorado y preferir el camuflaje que le ofrecían unos partidos políticos que en ningún momento de su historia reciente han practicado la democracia interna, los fascistas españoles dieron la sensación de haber desaparecido milagrosamente, sorprendiendo así a los observadores y analistas y contribuyendo a mitificar la Transición española hacia la democracia.
Sin embargo, el fascismo español, aunque cada día es más saludable y tiene sus filas más nutridas, sigue prefiriendo mantenerse oculto en el seno de los partidos, donde muchos de sus miembros están alcanzando altos niveles de poder, antes que salir a la luz y presentar su propio rostro. Ni siquiera se deciden a abandonar su cómodo refugio ahora, cuando existen en España condiciones altamente favorables para que las opciones electorales extremistas tengan muy buenas posibilidades.
Factores como la desintegración del Estado de Derecho, la unidad nacional quebrada, los excesos de los nacionalismos vasco y catalán, la debilidad del Estado ante ETA y la invasión desordenada de los inmigrantes benefician en teoría el nacimiento de una oferta electoral autoritaria en España.
No es cierto, como han dicho algunos políticos, que el fascismo esté a punto de organizarse y de formar sus propios partidos en España, ni tampoco es verdad que las principales causas de que el fascismo, tanto de derecha como de izquierda, esté renaciendo en España sean el catastrofismo, las descalificaciones mutuas de los dirigentes y partidos políticos, los errores estruendosos de los gobiernos o la pérdida de prestigio e imagen de la política y la clase dirigente. Los fascistas españoles, perros autoritarios que sólo creen en el poder y en el dominio implacable del Estado sobre el individuo, se sienten tan a gusto en el seno de los grandes partidos estatales y, sobre todo, en los nacionalistas, a los que están llevando hasta un peligroso extremismo, que no sucumben a la tentación de dar la cara, quizás porque dentro de las estructuras verticales de los partidos alcanzan ya todas sus apetencias ideológicas, de influencia, poder y dominio y porque las agrupaciones que los acogen son cada día menos democráticos y más autoritarios.
El fadcismo español fabrica músculo en la trastienda y lo hace al amparo ahora de factores como el creciente descrédito de la política y al debilitamiento de la democracia española, que ha perdido prestigio e imagen, que se aleja de los ciudadanos y que aparece ante la sociedad como un club de partidos políticos obsesionados por el privilegio, la trifulca y la acumulación de poder.
El fascismo es una enfermedad del alma cuyos principales rasgos son una concepción totalitaria de la vida, la utilización del Estado y del Partido Político como fuente de privilegios, poder y dominio y una dañina incapacidad para distinguir el bien del mal y para configurar una justa escala de valores.
Comentarios: