En su tradicional mensaje de Navidad, el Rey Juan Carlos tiró de las orejas a los políticos españoles, enfrentados unos con otros, incapaces de alcanzar acuerdos en torno a asuntos de gran interés para la nación y ofreciendo a los ciudadanos un poco edificante ejemplo de crispación, trifulca y hasta ofensas mútuas.
Pero algunos asnalistas y observadores opinan que lo ha hecho discretamente, sin mencionar de manera explícita los atentados contra la Constitución que están en marcha, como la reforma constitucional encubierta que encierra el Estatuto catalán, la censura de prensa que pretende instaurar el gobierno o los embates nacionalistas contra la unidad de la nación.
El monarca ha pedido a "todos" moderación y sosiego para superar las tensiones y divisiones, y animó a buscar "el más amplio consenso" para solucionar los problemas "en el marco de las reglas, principios y valores" de la Constitución.
"Confío plenamente -dijo- en que las instituciones y los partidos del arco constitucional sabrán siempre servir fielmente al interés general, y al deseo mayoritario del pueblo español de preservar y ensanchar nuestra armónica convivencia".
El año que termina, 2005, es, seguramente, el más crispado de la reciente historia de la democracia española, desde la muerte del dictador Franco. La oposición y el gobierno han roto grandes consensos, trabajosamente construídos, sobre la lucha contra el terrorismo, la Constitución, la educación y otros, y no han sido capaces de ponerse a cuerdo en nada, salvo en una serie de medidas recientemente adoptadas en el Parlamento para mejorar las pensiones, indemnizaciones y derechos económicos de los diputados.
En su discurso, el Rey se refirió a España como "una gran nación", resaltando así la importancia que la Corona otorga a la unidad y a la cohesión territorial, cuestionados por los nacionalismos extremos vasco y catalán.
Pero algunos asnalistas y observadores opinan que lo ha hecho discretamente, sin mencionar de manera explícita los atentados contra la Constitución que están en marcha, como la reforma constitucional encubierta que encierra el Estatuto catalán, la censura de prensa que pretende instaurar el gobierno o los embates nacionalistas contra la unidad de la nación.
El monarca ha pedido a "todos" moderación y sosiego para superar las tensiones y divisiones, y animó a buscar "el más amplio consenso" para solucionar los problemas "en el marco de las reglas, principios y valores" de la Constitución.
"Confío plenamente -dijo- en que las instituciones y los partidos del arco constitucional sabrán siempre servir fielmente al interés general, y al deseo mayoritario del pueblo español de preservar y ensanchar nuestra armónica convivencia".
El año que termina, 2005, es, seguramente, el más crispado de la reciente historia de la democracia española, desde la muerte del dictador Franco. La oposición y el gobierno han roto grandes consensos, trabajosamente construídos, sobre la lucha contra el terrorismo, la Constitución, la educación y otros, y no han sido capaces de ponerse a cuerdo en nada, salvo en una serie de medidas recientemente adoptadas en el Parlamento para mejorar las pensiones, indemnizaciones y derechos económicos de los diputados.
En su discurso, el Rey se refirió a España como "una gran nación", resaltando así la importancia que la Corona otorga a la unidad y a la cohesión territorial, cuestionados por los nacionalismos extremos vasco y catalán.