La sociología política no cesa de proporcionar sorpresas a los expertos. La última de ellas es que el PSOE, de la mano de Rodríguez Zapatero y su gobierno, ha entrado en declive y pierde posiciones, pero esa caída no viene acompañada de una subida equivalente del PP, que aparece en las encuestas prácticamente estancado.
La situación, aunque sorprenda a muchos observadores, es, sin embargo, lógica y consecuente con los sentimientos de frustración y decepción con la política que está experimentando la sociedad y con la tradición democrática española, en la que el partido en el poder siempre se ha hecho el “harakiri”, de un modo u otro, derrotándose a sí mismo en las elecciones, sin que el adversario haya podido exhibir otros méritos que no sean "reisitir" y alimentar la hoguera del “desgaste”.
El actual desgaste del gobierno y su pérdida de apoyos se debe casi en su totalidad a sus propios errores, sobre todo a uno que ha sido demoledor y que ha despertado el rechazo masivo de los españoles, hasta en las propias filas socialistas: la inclusión del “Estatuto Catalán” en la agenda de esta legislatura, con carácter prioritario, una decisión de la que el único responsable es el propio presidente Zapatero.
Lo dice, entre otros muchos, el politólogo socialista Manuel Madrid, autor de un artículo titulado “El Plan Maragall o el error Zapatero”, publicado en Temas para el Debate, donde opina que el error estuvo en incluir en esta legislatura un fantasma -en referencia al Estatut- ajeno a las necesidades de la obra y a los gustos del público. El gran error se consumó el 22 de septiembre, día de la reunión del jefe del Ejecutivo con Mas y Maragall en Moncloa, para dar el impulso definitivo al Estatuto catalán.
Esta misma tesis, compartida por Felipe González, Alfonso Guerra, Rodríguez Ybarra y por otros muchos en la cúpula socialista, incluso por José Bono, ministro en el gabinete de Zapatero, es ya mayoritaria en la “élite” dirigente del PSOE, desde la que se aconseja reiteradamente al presidente que se “libere” del cepo catalán, si no quiere entregar en bandeja las próximas elecciones a un Rajoy que, a pesar de las ventajas coyunturales, sigue sin conectar con el decisivo centro político español, aunque desde finales de noviembre de 2005, a raíz de los impactos negativos (también catalanes) de la OPA anti-ENDESA y del escándalo del ministro Montilla y su crédito condonado por La Caixa, comenzó ya a observarse una sintonía, ligeramente creciente, del PP con la electoralmente decisiva “mayoría silenciosa” española.
Lo que ya es un hecho indiscutible e indiscutido en los círculos iniciados del poder y de la ciencia política es que el “Estatuto” se ha convertido, para el gobierno y para el PSOE, en una trampa generadora de un desgaste insoportable, con un efecto similar al ejercido por la Guerra de Vietnam sobre el poder político norteamericano.
En esos mismos círculos se opina que el desgaste del Estatuto no sólo afecta al PSOE y al gobierno, sino al mismo sistema democrático, que sigue desprestigiándose, mientras que los ciudadanos españoles incrementan su desprecio por la política, por los políticos y, por primera vez desde la transición, por la democracia como sistema.
La situación, aunque sorprenda a muchos observadores, es, sin embargo, lógica y consecuente con los sentimientos de frustración y decepción con la política que está experimentando la sociedad y con la tradición democrática española, en la que el partido en el poder siempre se ha hecho el “harakiri”, de un modo u otro, derrotándose a sí mismo en las elecciones, sin que el adversario haya podido exhibir otros méritos que no sean "reisitir" y alimentar la hoguera del “desgaste”.
El actual desgaste del gobierno y su pérdida de apoyos se debe casi en su totalidad a sus propios errores, sobre todo a uno que ha sido demoledor y que ha despertado el rechazo masivo de los españoles, hasta en las propias filas socialistas: la inclusión del “Estatuto Catalán” en la agenda de esta legislatura, con carácter prioritario, una decisión de la que el único responsable es el propio presidente Zapatero.
Lo dice, entre otros muchos, el politólogo socialista Manuel Madrid, autor de un artículo titulado “El Plan Maragall o el error Zapatero”, publicado en Temas para el Debate, donde opina que el error estuvo en incluir en esta legislatura un fantasma -en referencia al Estatut- ajeno a las necesidades de la obra y a los gustos del público. El gran error se consumó el 22 de septiembre, día de la reunión del jefe del Ejecutivo con Mas y Maragall en Moncloa, para dar el impulso definitivo al Estatuto catalán.
Esta misma tesis, compartida por Felipe González, Alfonso Guerra, Rodríguez Ybarra y por otros muchos en la cúpula socialista, incluso por José Bono, ministro en el gabinete de Zapatero, es ya mayoritaria en la “élite” dirigente del PSOE, desde la que se aconseja reiteradamente al presidente que se “libere” del cepo catalán, si no quiere entregar en bandeja las próximas elecciones a un Rajoy que, a pesar de las ventajas coyunturales, sigue sin conectar con el decisivo centro político español, aunque desde finales de noviembre de 2005, a raíz de los impactos negativos (también catalanes) de la OPA anti-ENDESA y del escándalo del ministro Montilla y su crédito condonado por La Caixa, comenzó ya a observarse una sintonía, ligeramente creciente, del PP con la electoralmente decisiva “mayoría silenciosa” española.
Lo que ya es un hecho indiscutible e indiscutido en los círculos iniciados del poder y de la ciencia política es que el “Estatuto” se ha convertido, para el gobierno y para el PSOE, en una trampa generadora de un desgaste insoportable, con un efecto similar al ejercido por la Guerra de Vietnam sobre el poder político norteamericano.
En esos mismos círculos se opina que el desgaste del Estatuto no sólo afecta al PSOE y al gobierno, sino al mismo sistema democrático, que sigue desprestigiándose, mientras que los ciudadanos españoles incrementan su desprecio por la política, por los políticos y, por primera vez desde la transición, por la democracia como sistema.
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