La renuncia del Papa Benedicto XVI, un anciano cansado pero con fuerza suficiente para dar un aldabonazo que conmueva la conciencia de la Cristiandad,es un ejemplo para el mundo y un gesto que quiere empujar a la Iglesia Católica, débil y en regresión, hacia el evangelio. El Papa se retira sin pensión, sin gloria, sin poder, a rezar a un convento de clausura, pero antes de marcharse tal vez cambie las reglas para la elección de su sucesor. Su renuncia no solo es un ejemplo para los sinvergüenzas, corruptos y falsos demócratas que se aferran al poder en muchos países del planeta, sino para los jerarcas católicos, muchos de ellos tan aferrados al poder y al rango como los políticos y envueltos en peleas internas y conflictos de poder que nada tienen que ver con el mensaje de Cristo.
La renuncia no es un gesto de debilidad sino de regeneración que desvela y denuncia la existencia de una Iglesia debilitada, dividida por las luchas intestinas de sus jerarcas, alejada del mensaje puro de Cristo, que ha perdido su capacidad de entusiasmar y que, al igual que muchas ideologías y sistemas políticos, está siendo abandonado por los ciudadanos decepcionados. El Papa ha comprobado que su Pontificado se estaba convirtiendo mas en una lucha de poder que en un servicio a la Iglesia y, ante esa sucia realidad, ha decidido marcharse porque él no tiene ni la edad ni la fuerza para sacar el hacha y golpear con ella a la Curia y a determinados grupos de poder que, dentro de la Iglesia, operan como verdaderos partidos políticos (Opus Dei, Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación, algunas congregaciones religiosas, etc.).
Su renuncia plantea una redefinición del pontificado y demuestra que no se "es" papa, sino que se "ejerce", temporalmente, de papa, lo que es muy distinto. Deja una herencia delicada y difícil a su sucesor, que tendrá que optar por uno de los dos caminos posibles: permitir que la dirección de la Iglesia se divida en bandas, caiga en poder de los burócratas y dignatarios y que funcione como un vulgar Estado terrenal, con todo lo negativo que eso conlleva, o que renazca y pilote, a nivel mundial, una reacción vital en torno a los valores y una potente actualización del mensaje evangélico.
Con toda seguridad, la renuncia del papa Benedicto va contra el poder de los burócratas y a favor de la regeneración evangélica.
El fenómeno de la pederastia, que ha azotado a la Iglesia y que ha destrozado su imagen y su fortaleza espiritual, no es otra cosa que la constatación de que la Iglesia, sobre todo su jerarquía, ha caído en la corrupción, el vicio y la degeneración mas profunda. El Papa Benedicto, que cree que la Iglesia está postrada, ha intentado luchar para levantarla, pero se ha encontrado con la resistencia de los miserables y de los que se han degradado en las filas de Dios.
Los abusos sexuales ligados a la pedofilia son, con toda seguridad, el asunto más grave entre los muchos que afectan a la Iglesia. Benedicto XVI llegó en el 2005 al Vaticano con la intención de apartar a todos los encubridores de abusos sexuales dentro de la Iglesia, pero no lo logró. Los escándalos de curas pederastas hicieron del 2010 un annus horribilis para el papa, que se vio salpicado al ser acusado por asociaciones de víctimas de encubrir algunos de esos casos al no actuar, pese a tener conocimiento de ello. El nuevo papa tendrá que adoptar una política al respecto y afrontar las nuevas denuncias de abusos que no paran de llegar, decidiendo si los culpables deben seguir siendo protegidos y encubiertos o deben entregarse a la justicia ordinaria para que paguen sus sucios crímenes.
Pero no será ese el único desafío que espera al nuevo sucesor de Pedro, que tendrá que asumir o combatir la divisiones dentro de la Iglesia, la existencia de casi partidos de poder y el descontento de muchos cristianos de base que exigen un mensaje mas auténtico y nítido desde el corazón de la institución, así como reformas que democraticen y actualicen a una Iglesia que sigue cerrándole el paso al sacerdocio a las mujeres, que se niega a reformar el Papado y la Curia y que se debate tristemente entre la necesidad de dar ejemplo y el mantenimiento de las tradiciones milenarias. En la Iglesia parece que se ha detenido la Historia, pero muchos millones de católicos no lo aceptan y exigen cambios profundos, algo que ha sido calificado por algunos teólogos como un "cisma silencioso" de gran envergadura.
Las consecuencias de la crisis interna de la Iglesia y de su desconexión con el presente son terribles y se manifiestan en campos tan vitales como la caída de las vocaciones religiosas y la huida de los jóvenes, que ya no se sienten atraídos por el cristianismo. Los templos y las funciones religiosas, oficiadas muchas veces por ancianos decrépitos, solo congregan a viejos que se sienten próximos a morir y acuden a Dios por miedo.
Pero quizás el fracaso mayor de la Iglesia Católica haya sido su cobardía ante los estados, los dirigentes políticos y las ideas y doctrinas que influyen en el presente. La Iglesia, por miedo a perder sus privilegios y quizás también porque carece de fuerza y de fe, ha guardado un silencio incomprensible ante el aplastamiento de los pobres, la injusticia de los políticos que abusan del poder, la traición a la democracia, la destrucción de los valores, la pérdida de raíces cristianas en continentes como Europa y la corrupción masiva, fenómenos que preocupan a los ciudadanos pero ante los que la Iglesia, de manera incomprensible, está ausente, demostrando así so condición de cadáver renqueante en los tiempos modernos.
El papa Benedicto deja a la Iglesia en una compleja y crucial encrucijada, plagada de incógnitas y de problemas, acuciada por la Historia y por la supervivencia a decidir sobre sus mermadas finanzas, sobre el uso de sus tesoros, su espiritualidad, su mensaje, su organización interna, su verdadera fe en Cristo, su concepto del poder y su presencia y actuación en el mundo.
Es probable que el nuevo papa, si quiere conducir con éxito la nave de Pedro, tenga que ser casi un superhéroe y un verdadero amigo de Dios.
La renuncia no es un gesto de debilidad sino de regeneración que desvela y denuncia la existencia de una Iglesia debilitada, dividida por las luchas intestinas de sus jerarcas, alejada del mensaje puro de Cristo, que ha perdido su capacidad de entusiasmar y que, al igual que muchas ideologías y sistemas políticos, está siendo abandonado por los ciudadanos decepcionados. El Papa ha comprobado que su Pontificado se estaba convirtiendo mas en una lucha de poder que en un servicio a la Iglesia y, ante esa sucia realidad, ha decidido marcharse porque él no tiene ni la edad ni la fuerza para sacar el hacha y golpear con ella a la Curia y a determinados grupos de poder que, dentro de la Iglesia, operan como verdaderos partidos políticos (Opus Dei, Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación, algunas congregaciones religiosas, etc.).
Su renuncia plantea una redefinición del pontificado y demuestra que no se "es" papa, sino que se "ejerce", temporalmente, de papa, lo que es muy distinto. Deja una herencia delicada y difícil a su sucesor, que tendrá que optar por uno de los dos caminos posibles: permitir que la dirección de la Iglesia se divida en bandas, caiga en poder de los burócratas y dignatarios y que funcione como un vulgar Estado terrenal, con todo lo negativo que eso conlleva, o que renazca y pilote, a nivel mundial, una reacción vital en torno a los valores y una potente actualización del mensaje evangélico.
Con toda seguridad, la renuncia del papa Benedicto va contra el poder de los burócratas y a favor de la regeneración evangélica.
El fenómeno de la pederastia, que ha azotado a la Iglesia y que ha destrozado su imagen y su fortaleza espiritual, no es otra cosa que la constatación de que la Iglesia, sobre todo su jerarquía, ha caído en la corrupción, el vicio y la degeneración mas profunda. El Papa Benedicto, que cree que la Iglesia está postrada, ha intentado luchar para levantarla, pero se ha encontrado con la resistencia de los miserables y de los que se han degradado en las filas de Dios.
Los abusos sexuales ligados a la pedofilia son, con toda seguridad, el asunto más grave entre los muchos que afectan a la Iglesia. Benedicto XVI llegó en el 2005 al Vaticano con la intención de apartar a todos los encubridores de abusos sexuales dentro de la Iglesia, pero no lo logró. Los escándalos de curas pederastas hicieron del 2010 un annus horribilis para el papa, que se vio salpicado al ser acusado por asociaciones de víctimas de encubrir algunos de esos casos al no actuar, pese a tener conocimiento de ello. El nuevo papa tendrá que adoptar una política al respecto y afrontar las nuevas denuncias de abusos que no paran de llegar, decidiendo si los culpables deben seguir siendo protegidos y encubiertos o deben entregarse a la justicia ordinaria para que paguen sus sucios crímenes.
Pero no será ese el único desafío que espera al nuevo sucesor de Pedro, que tendrá que asumir o combatir la divisiones dentro de la Iglesia, la existencia de casi partidos de poder y el descontento de muchos cristianos de base que exigen un mensaje mas auténtico y nítido desde el corazón de la institución, así como reformas que democraticen y actualicen a una Iglesia que sigue cerrándole el paso al sacerdocio a las mujeres, que se niega a reformar el Papado y la Curia y que se debate tristemente entre la necesidad de dar ejemplo y el mantenimiento de las tradiciones milenarias. En la Iglesia parece que se ha detenido la Historia, pero muchos millones de católicos no lo aceptan y exigen cambios profundos, algo que ha sido calificado por algunos teólogos como un "cisma silencioso" de gran envergadura.
Las consecuencias de la crisis interna de la Iglesia y de su desconexión con el presente son terribles y se manifiestan en campos tan vitales como la caída de las vocaciones religiosas y la huida de los jóvenes, que ya no se sienten atraídos por el cristianismo. Los templos y las funciones religiosas, oficiadas muchas veces por ancianos decrépitos, solo congregan a viejos que se sienten próximos a morir y acuden a Dios por miedo.
Pero quizás el fracaso mayor de la Iglesia Católica haya sido su cobardía ante los estados, los dirigentes políticos y las ideas y doctrinas que influyen en el presente. La Iglesia, por miedo a perder sus privilegios y quizás también porque carece de fuerza y de fe, ha guardado un silencio incomprensible ante el aplastamiento de los pobres, la injusticia de los políticos que abusan del poder, la traición a la democracia, la destrucción de los valores, la pérdida de raíces cristianas en continentes como Europa y la corrupción masiva, fenómenos que preocupan a los ciudadanos pero ante los que la Iglesia, de manera incomprensible, está ausente, demostrando así so condición de cadáver renqueante en los tiempos modernos.
El papa Benedicto deja a la Iglesia en una compleja y crucial encrucijada, plagada de incógnitas y de problemas, acuciada por la Historia y por la supervivencia a decidir sobre sus mermadas finanzas, sobre el uso de sus tesoros, su espiritualidad, su mensaje, su organización interna, su verdadera fe en Cristo, su concepto del poder y su presencia y actuación en el mundo.
Es probable que el nuevo papa, si quiere conducir con éxito la nave de Pedro, tenga que ser casi un superhéroe y un verdadero amigo de Dios.
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