Dieciséis años después, Alan García ha vuelto para gobernar en Perú.
Y lo primero que ha hecho –y ha hecho bien- es pedir perdón a los peruanos por sus estrepitosos errores anteriores –llegó a presidente, con 35 años, en 1985; se fue, vituperado, en 1990-, y en prometerles “no fallarles en esta ocasión”. Si los episodios de corrupción, y de inestabilidad política y económica constituyeron la esencia de su particular “vía crucis” –y la de sus compatriotas-, lo cierto es que el mayor debe de su gestión anterior fue dejar el camino expedito para la llegada al poder de un auténtico depredador: el peruano-japonés Alberto Fujimori.
Puede que haya ganado porque enfrente tenía a Ollanta Humala, un nacionalista extremo apoyado por el “trío de La Habana” –Castro, Chávez-Morales-, que prometía, sobre todo, convertir al trío en cuarteto. O porque, como han repetido con frecuencia muchos peruanos, “mejor malo conocido, que bueno por conocer”. O porque los votantes de Lima -casi 6 millones-, que preferían a Lourdes Flores para gobernar, “se hayan tapado la nariz” –como el escritor Vargas Llosa- y le apoyasen con condiciones. O, porque el descarado Hugo Chávez “se metió demasiado dónde no le llamaban”. O por todas estas causas a la vez, vaya a saber.
Lo cierto es que la vuelta de Alan tendrá algo de positivo si, con su gestión, logra que los peruanos recuperen, al menos en parte, la fe en sus propios políticos. Si fortalece el endeble sistema democrático de su país y, fundamentalmente, el respeto irrestricto por los derechos humanos. Si no comete el inmenso error de “olvidarse” de los que no le votaron –Humala ha ganado en 15 departamentos, las zonas más deprimidas y pobres del Perú- y deja que su etnonacionalista adversario campe allí a sus anchas y a través de su particular campaña. Si recuerda permanentemente –y pone manos a la obra para cambiar esta situación- que cada día mueren de hambre 50 niños peruanos y que el 50 por ciento de sus compatriotas “subsisten” con 2 euros al día.
Pero, sobre todo, si sustenta su mandato en la potenciación del papel de la mujer en la sociedad peruana, auténtico sostén de las familias de ese país. Solo así, seguramente, Alan García logrará que los peruanos olviden su apodo de “Caballo Loco” –que tanto odia- y lo sitúen en el sendero de la cordura, señalándolo como el presidente que les evitó tener que soportar un futuro más que incierto.
eduardo caldarola de bello
Y lo primero que ha hecho –y ha hecho bien- es pedir perdón a los peruanos por sus estrepitosos errores anteriores –llegó a presidente, con 35 años, en 1985; se fue, vituperado, en 1990-, y en prometerles “no fallarles en esta ocasión”. Si los episodios de corrupción, y de inestabilidad política y económica constituyeron la esencia de su particular “vía crucis” –y la de sus compatriotas-, lo cierto es que el mayor debe de su gestión anterior fue dejar el camino expedito para la llegada al poder de un auténtico depredador: el peruano-japonés Alberto Fujimori.
Puede que haya ganado porque enfrente tenía a Ollanta Humala, un nacionalista extremo apoyado por el “trío de La Habana” –Castro, Chávez-Morales-, que prometía, sobre todo, convertir al trío en cuarteto. O porque, como han repetido con frecuencia muchos peruanos, “mejor malo conocido, que bueno por conocer”. O porque los votantes de Lima -casi 6 millones-, que preferían a Lourdes Flores para gobernar, “se hayan tapado la nariz” –como el escritor Vargas Llosa- y le apoyasen con condiciones. O, porque el descarado Hugo Chávez “se metió demasiado dónde no le llamaban”. O por todas estas causas a la vez, vaya a saber.
Lo cierto es que la vuelta de Alan tendrá algo de positivo si, con su gestión, logra que los peruanos recuperen, al menos en parte, la fe en sus propios políticos. Si fortalece el endeble sistema democrático de su país y, fundamentalmente, el respeto irrestricto por los derechos humanos. Si no comete el inmenso error de “olvidarse” de los que no le votaron –Humala ha ganado en 15 departamentos, las zonas más deprimidas y pobres del Perú- y deja que su etnonacionalista adversario campe allí a sus anchas y a través de su particular campaña. Si recuerda permanentemente –y pone manos a la obra para cambiar esta situación- que cada día mueren de hambre 50 niños peruanos y que el 50 por ciento de sus compatriotas “subsisten” con 2 euros al día.
Pero, sobre todo, si sustenta su mandato en la potenciación del papel de la mujer en la sociedad peruana, auténtico sostén de las familias de ese país. Solo así, seguramente, Alan García logrará que los peruanos olviden su apodo de “Caballo Loco” –que tanto odia- y lo sitúen en el sendero de la cordura, señalándolo como el presidente que les evitó tener que soportar un futuro más que incierto.
eduardo caldarola de bello