El Partido Popular, exhibiendo su escasa tolerancia y sentido de la democracia interna, ha destituido como portavoz adjunto de la Comisión de Educación del Congreso a su diputado Joaquín Calomarde, el mismo que se manifestó contra el boicot económico e informativo al grupo PRISA, editor de EL PAÍS y próximo al PSOE. El parlamentario recibió la carta que le anunciaba su destitución fechada el 29 de marzo, el mismo día que publicó en EL PAÍS un artículo en el que denunciaba la estrategia de crispación de algunos sectores de su partido.
El Grupo Popular, que en nuestra opinión es tan poco demócrata como el PSOE en su funcionamiento interno y tan adicto a la partitocracia insacible de poder como sus colegas socialistas, niega la relación entre el artículo y la destitución, la que justifica alegando la presunta imposibilidad de que Calomarde pueda cumplir con sus obligaciones parlamentarias.
La destitución de Calomarde es una triste y vergonzosa muestra de la escasa o nula vigencia de la democracia interna y del sentido de la autocrítica en el Partido Popular, muy parecido al PSOE en estos rasgos, demostrativos de que practican el autoritarismo y el verticalismo en su funcionamiento interno, sin posibilidad alguna para la crítica y el análisis, siempre sometidos al pensamiento dominante y al capricho de las élites que controlan el partido.
Ese comportamiento autoritario y el nulo respeto a la democracia en la vida interna de los partidos políticos ha llevado a numerosos observadores y expertos en filosofía, derecho y pensamiento político a concluir que los actuales partidos políticos son las peores escuelas para preparar líderes democráticos. Los dirigentes que, cuando ganan las elecciones, tienen que gobernar democracias, no están preparados en modo alguno para ser demócratas porque en el seno de los partidos han vivido una dinámica muy parecida al despotismo.
Existe evidencia suficiente para concluir que los actuales partidos políticos no forman a demócratas sino a autoritarios que desconocen el diálogo franco, el debate libre, la crítica, el discernimiento y otras reglas y comportamientos de la auténtica democracia. En esos partidos se acostumbran a doblar la cerviz siempre ante el líder máximo, que impone sus criterios de manera implacable y que no duda en arruinar la carrera política de todo aquel que practique la crítica o actúe al margen de la disciplina, según su propia conciencia.
El Grupo Popular, que en nuestra opinión es tan poco demócrata como el PSOE en su funcionamiento interno y tan adicto a la partitocracia insacible de poder como sus colegas socialistas, niega la relación entre el artículo y la destitución, la que justifica alegando la presunta imposibilidad de que Calomarde pueda cumplir con sus obligaciones parlamentarias.
La destitución de Calomarde es una triste y vergonzosa muestra de la escasa o nula vigencia de la democracia interna y del sentido de la autocrítica en el Partido Popular, muy parecido al PSOE en estos rasgos, demostrativos de que practican el autoritarismo y el verticalismo en su funcionamiento interno, sin posibilidad alguna para la crítica y el análisis, siempre sometidos al pensamiento dominante y al capricho de las élites que controlan el partido.
Ese comportamiento autoritario y el nulo respeto a la democracia en la vida interna de los partidos políticos ha llevado a numerosos observadores y expertos en filosofía, derecho y pensamiento político a concluir que los actuales partidos políticos son las peores escuelas para preparar líderes democráticos. Los dirigentes que, cuando ganan las elecciones, tienen que gobernar democracias, no están preparados en modo alguno para ser demócratas porque en el seno de los partidos han vivido una dinámica muy parecida al despotismo.
Existe evidencia suficiente para concluir que los actuales partidos políticos no forman a demócratas sino a autoritarios que desconocen el diálogo franco, el debate libre, la crítica, el discernimiento y otras reglas y comportamientos de la auténtica democracia. En esos partidos se acostumbran a doblar la cerviz siempre ante el líder máximo, que impone sus criterios de manera implacable y que no duda en arruinar la carrera política de todo aquel que practique la crítica o actúe al margen de la disciplina, según su propia conciencia.
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