A Zapatero se le han vaciado las arcas públicas y ahora necesita aprender a gobernar sin dinero. Para lograrlo, ha abierto una profunda crisis en su gobierno y ha decidido sustituir un equipo gastador y educado en el despilfarro por otro que sea capaz de gobernar con dinero escaso. Esa es la clave de la actual crisis de gobierno.
Zapatero ha basado su poder y su fuerza en el dinero. Cuando llegó la crisis y los ingresos del Estado descendieron vertiginosamente, se sintió desconcertado y no dudó en endeudar al país hasta límites peligrosos. Pero ese recurso también se acaba porque la crisis es brutal y la realidad le ha enfrentado a su mayor reto como líder político: aprender gobernar con poco dinero. La gran pregunta es si sabrá mantener bajo control todo lo que hasta ahora controlaba con ríos de dinero: sindicatos, patronal, medios de comunicación, grandes empresas, bancos, partidos nacionalistas, alianzas, inmigración, política exterior y hasta a su propio partido.
Además de heredar de Aznar las arcas del Estado repletas de dinero, la riqueza ha seguido fluyendo durante los cuatro primeros años del gobierno de Zapatero, convirtiéndolo en uno de los más ricos del mundo. El urbanismo, el boom de la construcción, la prosperidad empresarial y ciudadana y, sobre todo, el intenso consumo convirtieron al gobierno de España en un rico despilfarrador que sorprendía en los foros internacionales con sus gestos de abundancia. Los ciudadanos españoles, obligados a soportar una presión fiscal directa e indirecta desproporcionada, también contribuyeron intensamente a la opulencia del un poder político que, como la cigarra, lo gasto todo y nunca supo ahorrar para unos tiempos de crisis que nunca previno y que, cuando llegaron, infaltilmente, se negó a admitirlos.
La única línea fuerte de la política exterior española ha sido el reparto masivo de dinero, que ha fluído hacia Marruecos, el África subsahariana, América Latina, donde Cuba se ha llevado la mayor parte, algunas naciones árabes y la ONU, de la que España es hoy uno de sus principales pilares. El dinero, en el plano internacional, ha comprado voluntades, ha frenado el flujo migratorio, ha comprado la paz y paliado la decadencia, el aislamiento y la pérdida de peso de España en el concierto mundial.
En política interior, el dinero ha comprado el apoyo de los nacionalistas, la complicidad de los medios de comunicación, la paz en los sindicatos y la patronal, la colaboración de la banca y la triste complicidad de cientos de instituciones y empresas de la sociedad civil que debían haber funcionado en libertad e independencia pero que han sido sometidas al poder por medio de subvenciones, contratos públicos, concesiones y otros muchos mecanismos, casi siempre vinculados al dinero.
El dinero le ha servido a Zapatero para controlar, a cambio de colocarlos a sueldo del erario público, a decenas de miles de intelectuales críticos, a periodistas combativos y políticos incómodos y a gente descontenta y molesta. El dinero ha sido el factor determinarte para controlar a su propio partido, el PSOE, cuya vieja guardia, incluyendo a los combativos "felipistas", ha sido desplazada del poder, aunque majestuosamente compensada con sueldos del Estado.
El dinero, cuyo poder corrosivo es indiscutible, además de haber contribuido a envilecer la sociedad española, inundándola de hedonismo, cobardía y miedo, le ha servido a Zapatero para otras muchas cosas que desconocemos pero que pueden imaginarse y que han surtido efectos en los servicios de inteligencia, en la lucha contra el terrorismo, en los negocios encubiertos y en otros muchos ámbitos de lo que mundialmente se conoce como "las cloacas" del Estado.
Pero ahora, sin dinero por culpa de la feroz depresión que se está cebando con una España mal gobernada y moralmente desarmada, Zapatero tendrá que aprender a gobernar sin "comprar", toda una novedad que quizás nos depare espectáculos inéditos y sorprendentes.
Zapatero ha basado su poder y su fuerza en el dinero. Cuando llegó la crisis y los ingresos del Estado descendieron vertiginosamente, se sintió desconcertado y no dudó en endeudar al país hasta límites peligrosos. Pero ese recurso también se acaba porque la crisis es brutal y la realidad le ha enfrentado a su mayor reto como líder político: aprender gobernar con poco dinero. La gran pregunta es si sabrá mantener bajo control todo lo que hasta ahora controlaba con ríos de dinero: sindicatos, patronal, medios de comunicación, grandes empresas, bancos, partidos nacionalistas, alianzas, inmigración, política exterior y hasta a su propio partido.
Además de heredar de Aznar las arcas del Estado repletas de dinero, la riqueza ha seguido fluyendo durante los cuatro primeros años del gobierno de Zapatero, convirtiéndolo en uno de los más ricos del mundo. El urbanismo, el boom de la construcción, la prosperidad empresarial y ciudadana y, sobre todo, el intenso consumo convirtieron al gobierno de España en un rico despilfarrador que sorprendía en los foros internacionales con sus gestos de abundancia. Los ciudadanos españoles, obligados a soportar una presión fiscal directa e indirecta desproporcionada, también contribuyeron intensamente a la opulencia del un poder político que, como la cigarra, lo gasto todo y nunca supo ahorrar para unos tiempos de crisis que nunca previno y que, cuando llegaron, infaltilmente, se negó a admitirlos.
La única línea fuerte de la política exterior española ha sido el reparto masivo de dinero, que ha fluído hacia Marruecos, el África subsahariana, América Latina, donde Cuba se ha llevado la mayor parte, algunas naciones árabes y la ONU, de la que España es hoy uno de sus principales pilares. El dinero, en el plano internacional, ha comprado voluntades, ha frenado el flujo migratorio, ha comprado la paz y paliado la decadencia, el aislamiento y la pérdida de peso de España en el concierto mundial.
En política interior, el dinero ha comprado el apoyo de los nacionalistas, la complicidad de los medios de comunicación, la paz en los sindicatos y la patronal, la colaboración de la banca y la triste complicidad de cientos de instituciones y empresas de la sociedad civil que debían haber funcionado en libertad e independencia pero que han sido sometidas al poder por medio de subvenciones, contratos públicos, concesiones y otros muchos mecanismos, casi siempre vinculados al dinero.
El dinero le ha servido a Zapatero para controlar, a cambio de colocarlos a sueldo del erario público, a decenas de miles de intelectuales críticos, a periodistas combativos y políticos incómodos y a gente descontenta y molesta. El dinero ha sido el factor determinarte para controlar a su propio partido, el PSOE, cuya vieja guardia, incluyendo a los combativos "felipistas", ha sido desplazada del poder, aunque majestuosamente compensada con sueldos del Estado.
El dinero, cuyo poder corrosivo es indiscutible, además de haber contribuido a envilecer la sociedad española, inundándola de hedonismo, cobardía y miedo, le ha servido a Zapatero para otras muchas cosas que desconocemos pero que pueden imaginarse y que han surtido efectos en los servicios de inteligencia, en la lucha contra el terrorismo, en los negocios encubiertos y en otros muchos ámbitos de lo que mundialmente se conoce como "las cloacas" del Estado.
Pero ahora, sin dinero por culpa de la feroz depresión que se está cebando con una España mal gobernada y moralmente desarmada, Zapatero tendrá que aprender a gobernar sin "comprar", toda una novedad que quizás nos depare espectáculos inéditos y sorprendentes.
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