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El peor error ante Zapatero es considerarlo idiota. Puede que sea poco escrupuloso con la democracia o que tenga un desmesurado sentido del "ego", pero es un estratega duro que siempre esconde ases en la manga. Ahora tiene dos escondidos: el primero es el de provocar una escisión en las filas de ETA y el segundo es lanzar contra la banda toda la furia de la policía y de la ley, capitaneando una indignada reacción del Estado contra el terrorismo.
ZP confía que, con esos dos ases, todavía puede ganar la batalla y también las próximas elecciones generales.
Sus informaciones son que ETA está prácticamente fracturada y que la división entre los duros, que quieren vivir de la sangre, y los que blandos, quieren vivir de la política, es ya insalvable. El problema es que los "políticos", que son los que han impulsado la tregua, encabezados por Otegui, Ternera y De Juana Chaos, están asustados y saben que ellos podrían ser las primeras víctimas mortales de la banda si dan el paso definitivo hacia la escisión, porque, para ETA, "disentir es morir".
ETA ya asesinó en el pasado a los suyos que optaron por la paz. ETA no consiente las deserciones y las discrepancias internas y ahí están para demostrarlo Pertur, desaparecido, y Solaun y Yoyes, asesinados.
Pero la carta más valiosa que esconde ZP es la de encabezar una inesperada y rabiosa reacción del Estado contra la banda, legitimada desde el argumento de haber hecho todo lo posible por la paz, "sin que ETA haya respondido a nuestros esfuerzos". Se trataría de una especie de venganza sarracena, muy potente y aparatosa, que, según Zapatero y sus asesores, tendría como efecto inmediato que la sociedad española se pusiera detrás de él, apoyando su nuevo liderazgo.
Un trozo de esa carta la mostró el día 6 de junio, cuando respondió a Pio García Escudero en el Parlamento que del mismo modo que había liderado la paz, haciendo todos los esfuerzos posibles, lideraría la lucha contra ETA, con el mismo empeño y ardor.
El punto débil de esa estrategia es que se producirán muertes en el bando de los demócratas y que el PP y su corte mediática intentarán responsabilizar a Zapatero de esas bajas. Por eso ZP necesita vitalmente lo que el llama "apoyo unánime" de los demócratas, un apoyo al que sus adversarios se resisten a otorgarle no sólo porque no se fían de él sino porque nadie sabe que política apoyarían, si otra negociación, si otro GAL, si una mezcla de rigor y de mano tendida, o tal vez un trueque definitivo de Navarra y de la excarcelación de los presos a cambio de una paz definitiva.
El gran problema del hábil ZP es que la democracia no funciona como él cree y que el poder, en democracia, no puede ser, como a él le gusta, una partida de ajedrez con reglas cambiantes y jugada a oscuras, en la trastienda, sino que exige que el juego se atenga a las leyes y que se celebre en el centro del estadio, con todas las luces encendidas y con el público presente, actuando como testigo y parte del espectáculo.
ZP confía que, con esos dos ases, todavía puede ganar la batalla y también las próximas elecciones generales.
Sus informaciones son que ETA está prácticamente fracturada y que la división entre los duros, que quieren vivir de la sangre, y los que blandos, quieren vivir de la política, es ya insalvable. El problema es que los "políticos", que son los que han impulsado la tregua, encabezados por Otegui, Ternera y De Juana Chaos, están asustados y saben que ellos podrían ser las primeras víctimas mortales de la banda si dan el paso definitivo hacia la escisión, porque, para ETA, "disentir es morir".
ETA ya asesinó en el pasado a los suyos que optaron por la paz. ETA no consiente las deserciones y las discrepancias internas y ahí están para demostrarlo Pertur, desaparecido, y Solaun y Yoyes, asesinados.
Pero la carta más valiosa que esconde ZP es la de encabezar una inesperada y rabiosa reacción del Estado contra la banda, legitimada desde el argumento de haber hecho todo lo posible por la paz, "sin que ETA haya respondido a nuestros esfuerzos". Se trataría de una especie de venganza sarracena, muy potente y aparatosa, que, según Zapatero y sus asesores, tendría como efecto inmediato que la sociedad española se pusiera detrás de él, apoyando su nuevo liderazgo.
Un trozo de esa carta la mostró el día 6 de junio, cuando respondió a Pio García Escudero en el Parlamento que del mismo modo que había liderado la paz, haciendo todos los esfuerzos posibles, lideraría la lucha contra ETA, con el mismo empeño y ardor.
El punto débil de esa estrategia es que se producirán muertes en el bando de los demócratas y que el PP y su corte mediática intentarán responsabilizar a Zapatero de esas bajas. Por eso ZP necesita vitalmente lo que el llama "apoyo unánime" de los demócratas, un apoyo al que sus adversarios se resisten a otorgarle no sólo porque no se fían de él sino porque nadie sabe que política apoyarían, si otra negociación, si otro GAL, si una mezcla de rigor y de mano tendida, o tal vez un trueque definitivo de Navarra y de la excarcelación de los presos a cambio de una paz definitiva.
El gran problema del hábil ZP es que la democracia no funciona como él cree y que el poder, en democracia, no puede ser, como a él le gusta, una partida de ajedrez con reglas cambiantes y jugada a oscuras, en la trastienda, sino que exige que el juego se atenga a las leyes y que se celebre en el centro del estadio, con todas las luces encendidas y con el público presente, actuando como testigo y parte del espectáculo.
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