El cambio, inserto en el sentir popular, se ha hecho realidad. La comunidad negra ha confirmado su ansiada liberación. Barack Obama ha cumplido su sueño, el más auténtico y genuino sueño americano que promete la igualdad de oportunidades en pro de esfuerzo y determinación. El fecundo sueño americano ha llegado a calar y fructificar, aupado por la crisis económica y los errores patentes de la etapa Bush. Un día histórico, proclama la Prensa hoy, porque un carismático Barack encarna sin duda, al que va a ser el jefe de Estado, líder del Gobierno y comandante general de una nación, en que hace menos de ciento cincuenta años era legal tener esclavos negros.
Martín L. King está, allí Arriba, llorando lágrimas de emoción y orgullo desbordantes junto con el reverendo Jesse Jackson y los millones de seguidores que anoche derramaban la suyas jubilosos y extasiados. Allá y aquí resonaban aún las célebres palabras de su glorioso discurso, que ha quedado grabado en la memoria colectiva: "Sueño con que mis cuatro hijos vivan un día en un país donde no se les juzgue por el color de su piel". Ese sueño, hace cincuenta años en los EEUU, parecía una quimera imposible de alcanzar. Tenía Barack sólo un año, cuando John F. Kennedy tuvo que enviar cuatrocientos agentes federales y tres mil soldados, para detener las violentas manifestaciones de blancos segregacionistas que bufaban y obstaculizaban que un estudiante negro se matriculase en la Universidad de Misisipi; tal estudiante, James Meredith, ayer, a sus setenta y cinco años, presenció la victoria de un congénere, que se sentará en la Casa Blanca.
Mérito y valor de la elección de Obama es precisamente, que no ha hecho campaña como un americano negro, sino como un ciudadano ejemplar. Y al hacerlo así, demuestra que el apelar a la unidad y abanderar la necesidad de acuerdos ha conectado e inspirado a la nación en un momento en el que la desconfianza y el desánimo estaban cundiendo más que justificados; el hastío y el desencanto, que habían llevado al pueblo norteamericano a altos niveles de abstención, han sido superados por la más alta participación, a pesar de la espera bajo la lluvia, que ha conocido la democracia estadounidense desde que a la mujer obtuvo el derecho a voto en 1920. Si las decisiones y el equipo le acompañan, esa extraordinaria capacidad de persuasión hará de él un gran presidente. El entusiasmo tiene proporciones mundiales, su triunfo ha encandilado al planeta entero. La propia Bolsa ha reaccionado con euforia.
Ha cambiado el "color de la Historia", ya no primará no el color de la piel sino la valía personal. El que Obama haya ganado, no viene, sino a intensificar los rictus históricos de su victoria; este hombre ha de hacer cierta la reconciliación en un país con profundas divisiones raciales; tanto el marco del mapa electoral, como las cifras de voto popular apuntan que la sociedad estadounidense sigue estando muy dividida y que el ganador debe hacer un esfuerzo por no defraudar, tratar de cumplir sus promesas y convertirse en el presidente de todos. Aunque gran parte de ellas van a tener difícil resolución, a causa de la crisis financiera y el enorme agujero que la guerra de Irak ha abierto en las arcas del Estado. A la vez, que ha de salvar la incógnita de la reacción y serena aceptación de esa América racista, rústica, intolerante y fanática, ante la llegada de un negro al poder. McCain, con elegancia y honor, ya anoche, reconoció su triunfo, alabó sus cualidades y se puso a su disposición. Esperemos que Dios lo ilumine en su problemático cometido y acierte en su gestión.
C. V. Mudarra
Martín L. King está, allí Arriba, llorando lágrimas de emoción y orgullo desbordantes junto con el reverendo Jesse Jackson y los millones de seguidores que anoche derramaban la suyas jubilosos y extasiados. Allá y aquí resonaban aún las célebres palabras de su glorioso discurso, que ha quedado grabado en la memoria colectiva: "Sueño con que mis cuatro hijos vivan un día en un país donde no se les juzgue por el color de su piel". Ese sueño, hace cincuenta años en los EEUU, parecía una quimera imposible de alcanzar. Tenía Barack sólo un año, cuando John F. Kennedy tuvo que enviar cuatrocientos agentes federales y tres mil soldados, para detener las violentas manifestaciones de blancos segregacionistas que bufaban y obstaculizaban que un estudiante negro se matriculase en la Universidad de Misisipi; tal estudiante, James Meredith, ayer, a sus setenta y cinco años, presenció la victoria de un congénere, que se sentará en la Casa Blanca.
Mérito y valor de la elección de Obama es precisamente, que no ha hecho campaña como un americano negro, sino como un ciudadano ejemplar. Y al hacerlo así, demuestra que el apelar a la unidad y abanderar la necesidad de acuerdos ha conectado e inspirado a la nación en un momento en el que la desconfianza y el desánimo estaban cundiendo más que justificados; el hastío y el desencanto, que habían llevado al pueblo norteamericano a altos niveles de abstención, han sido superados por la más alta participación, a pesar de la espera bajo la lluvia, que ha conocido la democracia estadounidense desde que a la mujer obtuvo el derecho a voto en 1920. Si las decisiones y el equipo le acompañan, esa extraordinaria capacidad de persuasión hará de él un gran presidente. El entusiasmo tiene proporciones mundiales, su triunfo ha encandilado al planeta entero. La propia Bolsa ha reaccionado con euforia.
Ha cambiado el "color de la Historia", ya no primará no el color de la piel sino la valía personal. El que Obama haya ganado, no viene, sino a intensificar los rictus históricos de su victoria; este hombre ha de hacer cierta la reconciliación en un país con profundas divisiones raciales; tanto el marco del mapa electoral, como las cifras de voto popular apuntan que la sociedad estadounidense sigue estando muy dividida y que el ganador debe hacer un esfuerzo por no defraudar, tratar de cumplir sus promesas y convertirse en el presidente de todos. Aunque gran parte de ellas van a tener difícil resolución, a causa de la crisis financiera y el enorme agujero que la guerra de Irak ha abierto en las arcas del Estado. A la vez, que ha de salvar la incógnita de la reacción y serena aceptación de esa América racista, rústica, intolerante y fanática, ante la llegada de un negro al poder. McCain, con elegancia y honor, ya anoche, reconoció su triunfo, alabó sus cualidades y se puso a su disposición. Esperemos que Dios lo ilumine en su problemático cometido y acierte en su gestión.
C. V. Mudarra
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