Conjeturar cuáles pueden ser los efectos y consecuencias de las decisiones que se toman resulta siempre un ejercicio de alto riesgo, máxime cuando tales decisiones se toman en el ámbito de lo público. Y sin embargo es un ejercicio que no puede dejar de hacerse. Por ello, una valoración acerca de la decisión adoptada por la cadena COPE de prescindir de quien hasta hoy es su principal activo como director de La Mañana: Federico Jiménez Losantos, se hace ineludible.
Es obvio que a nadie que no esté en el ámbito de la decisión, de las innumerables particularidades y circunstancias que con toda seguridad han coadyuvado a esta drástica medida, le compete entrar a valorar la conciencia o las motivaciones de las personas que la han tomado. Pero lo que sí debe hacerse es una valoración prudencial acerca de las posibles consecuencias sociales y políticas que necesariamente acarreará, quizás de mayor calado de lo que a primera vista pudiera parecer.
Indudablemente, Losantos es, hoy por hoy, el comunicador mediático más influyente de la derecha española. Y lo es porque, además de sus aptitudes personales para la comunicación –y esto merece subrayarse, en estos tiempos de indigencia–, tiene cosas que comunicar y posee un discurso coherente, sustentado en una amplia cultura vital e intelectual.
Este discurso es liberal, sí, pero de un liberalismo que él, con toda conciencia, ha querido integrar dentro de un planteamiento político (es decir, de acción moral y práctica) más amplio, que incorpora y abarca al grueso fundamental de la derecha española. Federico Jiménez Losantos ha procurado el acercamiento a un amplio sector de población coincidente en un núcleo fundamental de ideas básicas, a saber: la defensa y promoción activa de un concepto de España, la protección de instituciones básicas de la sociedad (fundamentalmente, la familia y la libertad subsiguiente que ésta tiene en justicia para educar a sus hijos), la defensa de la vida humana y de su dignidad insoslayable, junto a principios políticos esenciales como el de legalidad y el de limitación del poder político. La salvaguarda de estos valores la ha llevado a cabo frente a un Estado autonómicamente elefantiásico que cada día que pasa más se convierte en una máquina trituradora de cualquier libertad fundamental. Un Estado que, mediante un imperialismo ideológico y práctico avasallador, amenaza con dejar a la sociedad española absolutamente inerte, si es que no indefinidamente muerta.
No cabe duda de que Jiménez Losantos ha obtenido un éxito notable en sus objetivos, sustentado en parte, justo es decirlo, en la cualidad del medio desde el que ha transmitido su discurso: nada menos que la radio oficial de los católicos.
Además, la presencia de Federico en una radio oficialmente católica expresaba de un modo paradigmático un aspecto particularmente interesante que se está produciendo en las últimas décadas: el acercamiento progresivo entre el mundo laico y liberal, que se halla en el proceso de abandonar viejos resabios antirreligiosos, y el mundo católico, que, ante la presencia casi hegemónica en los ámbitos cultural y político de fuerzas infinitamente más nihilistas y totalitarias, comienza a no identificar al liberalismo como su enemigo. Este acercamiento no es el resultado de una confusión en los principios o de renuncias a la identidad de cada uno, sino una cooperación fructífera y necesaria en lo político (es decir, insistimos, en la acción, la movilización y la consecución de logros comunes). Basta leer el prólogo el papa Benedicto XVI ha escrito para la última obra del que fuera presidente del Senado italiano Marcello Pera para darse cuenta del calado e importancia de este acercamiento.
Para algunos, sin embargo, esta presencia de Jiménez Losantos en un medio oficialmente católico ha sido una fuente constante de irritación. ¿Por qué un agnóstico (o un protestante) tiene que aprovecharse de un medio que le es ajeno? Algunos se han enquistado en esta objeción. Otros, por el contrario, hemos visto lo que se daba de positivo en este hecho; Jiménez Losantos, en su calidad de no acomplejado por la izquierda cultural y mediática, ponía de manifiesto lo atractivo que puede llegar a ser un discurso de derechas cuando éste se presenta con la suficiente claridad y frescura.
Lejos de considerarlo como un competidor molesto y un extraño, desde nuestro planteamiento conservador y tradicional –y, por ello, no liberal– vemos en él una fuente de estímulo para desear hacer, al menos con igual frescura y desparpajo, un discurso de derechas que sea a la vez renovador y tradicional.
Esta confluencia es la que ha protagonizado la respuesta cívica de la derecha española más importante de las últimas décadas, frente al Gobierno más sectario y radical que existe hoy en Europa. Respuesta cívica, por cierto, en la que Jiménez Losantos ha desempeñado un papel transcendental que es necesario reconocerle.
En cualquier caso, creemos que se puede reflexionar algo más sobre la objeción realizada ante el credo particular de un comunicador. Y creemos que es una reflexión relevante en términos de lo que un medio de comunicación católico de masas puede y debe hacer. Ciertamente, la esfera propia de la Iglesia es la evangelización, pero en tanto que propietaria de un medio de comunicación social, es ese medio de comunicación el que está llamado a juzgar y opinar sobre la realidad global de lo que sucede en un país, y no puede abstraerse de tomar partido en cuestiones cuya categoría es de una naturaleza distinta a la evangelización. Ser católico implica también una moralidad ante la realidad de las cosas. Un compromiso con las verdades particulares en todos sus órdenes.
Veamos un ejemplo. En las elecciones norteamericanas de 2004 compitieron un protestante conservador, partidario de la libertad de educación y antiabortista: Bush, y un devoto católico estatalista y defensor del aborto: Kerry. ¿Debía condicionar el credo particular de cada candidato el voto de cualquier católico sensato y congruente? Como ejemplo patrio sirva el hecho de que, salvo alguna honrosa excepción previa –Ricardo de la Cierva–, hayan tenido que llegar algunos historiadores no católicos –los más conocidos, César Vidal y Pío Moa– para romper el silencio que amplísimos sectores católicos, otrora influyentes, sostenían sobre lo que realmente fue la guerra civil española.
Si los católicos queremos hacer un juicio sobre la realidad completa hemos de ver que hay una dimensión religiosa y una dimensión política y cultural que conviene distinguir; no separar, pero sí distinguir. Hay una dimensión accesible a toda persona no ideologizada, con independencia de sus creencias, que ayuda a edificar una forma mentis conservadora, de lucha por la libertad, a favor de la virtud y de la defensa de las estructuras naturales y contra el progresismo totalitario. De un modo inteligente y constructivo, con sentido integrador de todo lo que hay enfrente del sectarismo izquierdista, se hace necesario luchar por la libertad de educación, por la familia, por la regeneración de lo que hoy ya es un estercolero manejado a patadas por el capricho de una oligarquía política y económica. Por ejemplo, ¿acaso se puede abstraer el catolicismo social de lo que supone esta decisión en términos de libertad de expresión? Como católicos, y en términos de lo que supone el ejercicio crítico de un medio de comunicación (es decir, de una naturaleza distinta a la estrictamente eclesial), nos sentimos mucho más cerca de un Jiménez Losantos que de innumerables grupos y sectores del catolicismo progresista o nacionalista.
En la vida de cada cual, las decisiones no se toman jamás entre lo que se tiene y lo que se quisiera tener. ¿Cuál es la potencia creativa real de un catolicismo social español para generar Losantos católicos? Si por circunstancias históricas o coyunturales no se ha generado nada así, ¿debemos por ello renunciar (en este caso dinamitar) a construir un espacio público de libertad y de regeneración social? ¿No es acaso esto mucho más católico?
El catolicismo social no puede renunciar a tener criterios claros sobre lo que pasa políticamente en España. Tal vez alguien en el mundo católico tenga que repensar cuál es el régimen político real en el que vivimos. Tal vez algunos sectores de la Iglesia deban reflexionar si se quiere seguir siendo un actor más en el gran juego del consenso político –que no social– español. Con la singularidad añadida de ser el único actor que juega contra sus propios intereses, quizás porque no se han enterado aún de cuáles son las reglas de este consenso.
Por la Fundación Burke
Si quiere saber más sobre la decisión de la COPE de expulsar a Federico Jiménez Losantos pulse aquí.
Es obvio que a nadie que no esté en el ámbito de la decisión, de las innumerables particularidades y circunstancias que con toda seguridad han coadyuvado a esta drástica medida, le compete entrar a valorar la conciencia o las motivaciones de las personas que la han tomado. Pero lo que sí debe hacerse es una valoración prudencial acerca de las posibles consecuencias sociales y políticas que necesariamente acarreará, quizás de mayor calado de lo que a primera vista pudiera parecer.
Indudablemente, Losantos es, hoy por hoy, el comunicador mediático más influyente de la derecha española. Y lo es porque, además de sus aptitudes personales para la comunicación –y esto merece subrayarse, en estos tiempos de indigencia–, tiene cosas que comunicar y posee un discurso coherente, sustentado en una amplia cultura vital e intelectual.
Este discurso es liberal, sí, pero de un liberalismo que él, con toda conciencia, ha querido integrar dentro de un planteamiento político (es decir, de acción moral y práctica) más amplio, que incorpora y abarca al grueso fundamental de la derecha española. Federico Jiménez Losantos ha procurado el acercamiento a un amplio sector de población coincidente en un núcleo fundamental de ideas básicas, a saber: la defensa y promoción activa de un concepto de España, la protección de instituciones básicas de la sociedad (fundamentalmente, la familia y la libertad subsiguiente que ésta tiene en justicia para educar a sus hijos), la defensa de la vida humana y de su dignidad insoslayable, junto a principios políticos esenciales como el de legalidad y el de limitación del poder político. La salvaguarda de estos valores la ha llevado a cabo frente a un Estado autonómicamente elefantiásico que cada día que pasa más se convierte en una máquina trituradora de cualquier libertad fundamental. Un Estado que, mediante un imperialismo ideológico y práctico avasallador, amenaza con dejar a la sociedad española absolutamente inerte, si es que no indefinidamente muerta.
No cabe duda de que Jiménez Losantos ha obtenido un éxito notable en sus objetivos, sustentado en parte, justo es decirlo, en la cualidad del medio desde el que ha transmitido su discurso: nada menos que la radio oficial de los católicos.
Además, la presencia de Federico en una radio oficialmente católica expresaba de un modo paradigmático un aspecto particularmente interesante que se está produciendo en las últimas décadas: el acercamiento progresivo entre el mundo laico y liberal, que se halla en el proceso de abandonar viejos resabios antirreligiosos, y el mundo católico, que, ante la presencia casi hegemónica en los ámbitos cultural y político de fuerzas infinitamente más nihilistas y totalitarias, comienza a no identificar al liberalismo como su enemigo. Este acercamiento no es el resultado de una confusión en los principios o de renuncias a la identidad de cada uno, sino una cooperación fructífera y necesaria en lo político (es decir, insistimos, en la acción, la movilización y la consecución de logros comunes). Basta leer el prólogo el papa Benedicto XVI ha escrito para la última obra del que fuera presidente del Senado italiano Marcello Pera para darse cuenta del calado e importancia de este acercamiento.
Para algunos, sin embargo, esta presencia de Jiménez Losantos en un medio oficialmente católico ha sido una fuente constante de irritación. ¿Por qué un agnóstico (o un protestante) tiene que aprovecharse de un medio que le es ajeno? Algunos se han enquistado en esta objeción. Otros, por el contrario, hemos visto lo que se daba de positivo en este hecho; Jiménez Losantos, en su calidad de no acomplejado por la izquierda cultural y mediática, ponía de manifiesto lo atractivo que puede llegar a ser un discurso de derechas cuando éste se presenta con la suficiente claridad y frescura.
Lejos de considerarlo como un competidor molesto y un extraño, desde nuestro planteamiento conservador y tradicional –y, por ello, no liberal– vemos en él una fuente de estímulo para desear hacer, al menos con igual frescura y desparpajo, un discurso de derechas que sea a la vez renovador y tradicional.
Esta confluencia es la que ha protagonizado la respuesta cívica de la derecha española más importante de las últimas décadas, frente al Gobierno más sectario y radical que existe hoy en Europa. Respuesta cívica, por cierto, en la que Jiménez Losantos ha desempeñado un papel transcendental que es necesario reconocerle.
En cualquier caso, creemos que se puede reflexionar algo más sobre la objeción realizada ante el credo particular de un comunicador. Y creemos que es una reflexión relevante en términos de lo que un medio de comunicación católico de masas puede y debe hacer. Ciertamente, la esfera propia de la Iglesia es la evangelización, pero en tanto que propietaria de un medio de comunicación social, es ese medio de comunicación el que está llamado a juzgar y opinar sobre la realidad global de lo que sucede en un país, y no puede abstraerse de tomar partido en cuestiones cuya categoría es de una naturaleza distinta a la evangelización. Ser católico implica también una moralidad ante la realidad de las cosas. Un compromiso con las verdades particulares en todos sus órdenes.
Veamos un ejemplo. En las elecciones norteamericanas de 2004 compitieron un protestante conservador, partidario de la libertad de educación y antiabortista: Bush, y un devoto católico estatalista y defensor del aborto: Kerry. ¿Debía condicionar el credo particular de cada candidato el voto de cualquier católico sensato y congruente? Como ejemplo patrio sirva el hecho de que, salvo alguna honrosa excepción previa –Ricardo de la Cierva–, hayan tenido que llegar algunos historiadores no católicos –los más conocidos, César Vidal y Pío Moa– para romper el silencio que amplísimos sectores católicos, otrora influyentes, sostenían sobre lo que realmente fue la guerra civil española.
Si los católicos queremos hacer un juicio sobre la realidad completa hemos de ver que hay una dimensión religiosa y una dimensión política y cultural que conviene distinguir; no separar, pero sí distinguir. Hay una dimensión accesible a toda persona no ideologizada, con independencia de sus creencias, que ayuda a edificar una forma mentis conservadora, de lucha por la libertad, a favor de la virtud y de la defensa de las estructuras naturales y contra el progresismo totalitario. De un modo inteligente y constructivo, con sentido integrador de todo lo que hay enfrente del sectarismo izquierdista, se hace necesario luchar por la libertad de educación, por la familia, por la regeneración de lo que hoy ya es un estercolero manejado a patadas por el capricho de una oligarquía política y económica. Por ejemplo, ¿acaso se puede abstraer el catolicismo social de lo que supone esta decisión en términos de libertad de expresión? Como católicos, y en términos de lo que supone el ejercicio crítico de un medio de comunicación (es decir, de una naturaleza distinta a la estrictamente eclesial), nos sentimos mucho más cerca de un Jiménez Losantos que de innumerables grupos y sectores del catolicismo progresista o nacionalista.
En la vida de cada cual, las decisiones no se toman jamás entre lo que se tiene y lo que se quisiera tener. ¿Cuál es la potencia creativa real de un catolicismo social español para generar Losantos católicos? Si por circunstancias históricas o coyunturales no se ha generado nada así, ¿debemos por ello renunciar (en este caso dinamitar) a construir un espacio público de libertad y de regeneración social? ¿No es acaso esto mucho más católico?
El catolicismo social no puede renunciar a tener criterios claros sobre lo que pasa políticamente en España. Tal vez alguien en el mundo católico tenga que repensar cuál es el régimen político real en el que vivimos. Tal vez algunos sectores de la Iglesia deban reflexionar si se quiere seguir siendo un actor más en el gran juego del consenso político –que no social– español. Con la singularidad añadida de ser el único actor que juega contra sus propios intereses, quizás porque no se han enterado aún de cuáles son las reglas de este consenso.
Por la Fundación Burke
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