Nada teme tanto el poder político como la unidad del pueblo. Cuando el pueblo se une en torno a una idea es temible y consigue lo que quiere. Nadie, ningún poder puede resistir la fuerza del pueblo unido. Cada vez que la plebe se ha hecho fuerte en torno a una idea, han rodado cabezas o ha estallado una revolución. La historia está llena de ejemplos.
Como los poderosos lo saben, hacen todo lo posible por fomentar la desunión, el enfrentamiento, la discordia y el miedo, elementos de gran fuerza disgregadora.
Lo dicen Sartori, Morin y otros muchos politólogos: El sueño de un político moderno es gobernar sobre ciudadanos atemorizados y recelosos que no hablan con sus semejantes y que prefieren encerrarse a cal y canto en sus hogares para ver la televisión.
Frente a una sociedad desorganizada cuyos ciudadanos no conversan unos con otros, ni son capaces de unirse en torno a ideas o proyectos comunes, el poder político prevalece siempre y domina fácilmente.
Frente a la desorganización y la desunión de los ciudadanos, los partidos políticos son un ejemplo de unidad y de organización. Desde su unidad disciplinada y vertical, siempre sometida a las élites, los partidos políticos son perfectamente conscientes de que pueden hacer lo que quieran frente a una sociedad que no sabe organizarse, ni hacer oír su voz. Los partidos acaparan cada día más poder y ocupan cada vez nuevos espacios de la sociedad, incluso algunos que les están prohibidos en democracia, como son aquellos que corresponden, en teoría, a la sociedad civil: universidades, centros libres de enseñanza, clubs, sindicatos, organizaciones religiosas, fundaciones, empresas, medios de comunicación, instituciones financieras, fundaciones, asociaciones, etc.
A los partidos, convertidos en máquinas acaparadoras de poder, ni siquiera les importa su descrédito, su impopularidad y hasta el alejamiento y el desinterés del ciudadano frente a la política.
Instituciones de gran prestigio mundial como Transparencia Internacional publican estudios realizados científicamente que revelan que los partidos políticos son percibidos por los ciudadanos como las instituciones más corruptas. El barómetro de 2006 de Transparencia Internacional señalaba que, por cuarto año consecutivo, los partidos políticos son las organizaciones más desacreditadas y corruptas del planeta. Y, sin embargo, ante tamaño descrédito, los partidos señalados y sus militantes no han abierto la boca, ni para aceptar la acusación, ni para rechazarla, porque se sienten seguros en el poder, custodiados por las fuerzas y recursos del Estado, frente a una ciudadanía dispersa, desinteresada, desmoralizada y sin capacidad alguna de influir o unirse en torno a ideas o proyectos comunes.
Esta es la imagen desoladora de la democracia en el amanecer del siglo XXI.
FR
Como los poderosos lo saben, hacen todo lo posible por fomentar la desunión, el enfrentamiento, la discordia y el miedo, elementos de gran fuerza disgregadora.
Lo dicen Sartori, Morin y otros muchos politólogos: El sueño de un político moderno es gobernar sobre ciudadanos atemorizados y recelosos que no hablan con sus semejantes y que prefieren encerrarse a cal y canto en sus hogares para ver la televisión.
Frente a una sociedad desorganizada cuyos ciudadanos no conversan unos con otros, ni son capaces de unirse en torno a ideas o proyectos comunes, el poder político prevalece siempre y domina fácilmente.
Frente a la desorganización y la desunión de los ciudadanos, los partidos políticos son un ejemplo de unidad y de organización. Desde su unidad disciplinada y vertical, siempre sometida a las élites, los partidos políticos son perfectamente conscientes de que pueden hacer lo que quieran frente a una sociedad que no sabe organizarse, ni hacer oír su voz. Los partidos acaparan cada día más poder y ocupan cada vez nuevos espacios de la sociedad, incluso algunos que les están prohibidos en democracia, como son aquellos que corresponden, en teoría, a la sociedad civil: universidades, centros libres de enseñanza, clubs, sindicatos, organizaciones religiosas, fundaciones, empresas, medios de comunicación, instituciones financieras, fundaciones, asociaciones, etc.
A los partidos, convertidos en máquinas acaparadoras de poder, ni siquiera les importa su descrédito, su impopularidad y hasta el alejamiento y el desinterés del ciudadano frente a la política.
Instituciones de gran prestigio mundial como Transparencia Internacional publican estudios realizados científicamente que revelan que los partidos políticos son percibidos por los ciudadanos como las instituciones más corruptas. El barómetro de 2006 de Transparencia Internacional señalaba que, por cuarto año consecutivo, los partidos políticos son las organizaciones más desacreditadas y corruptas del planeta. Y, sin embargo, ante tamaño descrédito, los partidos señalados y sus militantes no han abierto la boca, ni para aceptar la acusación, ni para rechazarla, porque se sienten seguros en el poder, custodiados por las fuerzas y recursos del Estado, frente a una ciudadanía dispersa, desinteresada, desmoralizada y sin capacidad alguna de influir o unirse en torno a ideas o proyectos comunes.
Esta es la imagen desoladora de la democracia en el amanecer del siglo XXI.
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