Si los ciudadanos creásemos alguna vez una "Asociación de Víctimas del Mal Gobierno" los miembros mundiales no cabríamos ni en un continente entero como África y no habría locales para celebrar las asambleas, ni siquiera utilizando todos los estadios deportivos existentes en el planeta.
Los polítiólogos suelen afirmar que el mal gobierno es el peor de los males del mundo actual y lo demuestran con el argumento de que que los políticos no han conseguido prácticamente ninguno de sus objetivos y retos en un mundo que, al igual que hace siglos, sigue siendo injusto, inseguro, desigual y violento. Algunos analistas y expertos opinan que en todos esos grandes capítulos, la Humanidad, incluso, está retrocediendo.
La mejor forma de detectar el mal gobierno, según los expertos, es analizando no sólo la capacidad que tienen los poderes públicos de solucionar los problemas sino también la velocidad de reacción de las administraciones ante los problemas y demandas de los ciudadanos. Cuando el gobierno no reacciona ni toma medidas, aunque la sociedad se lo demande, o cuando una administración reacciona tarde y toma medidas sólamente cuando la sociedad está indignada y ya es víctima de la alarma social, entonces existe el mal gobierno, aunque los problemas terminen por solucionarse.
El huracán Katrina fue la prueba de fuego del mal gobierno de la administración Bush. Fue tan mal gestionado desde el poder que destruyó New Orleans, aunque pudo haberse evitado, y, como consecuencia, puso de rodillas a la administración del presidente Bush, que, desde entonces, no recupera su antigua popularidad.
En España, el mal gobierno es un mal endémico que suele acabar con los distintos gobiernos desde hace siglos y la administración socialista de José Luis Rodríguez Zapatero no es una excepción. Desbordado por el fracaso en todas sus grandes líneas políticas, desde las tensiones en la unidad de España provocadas por los estatutos autonómicos, en especial el catalán, al fracaso de la negociación con los terroristas de ETA, sin olvidar los retrocesos en seguridad ciudadana y calidad de la democracia, el gobierno de Zapatero acumula desgaste y fracaso en vísperas ya de las elecciones generales de 2008, su porimera reválida ante las urnas.
Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fueron las grandes guerras, que causaron más de cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos. Pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el mal gobierno, una lacra que amenaza también con arruinar el siglo XXI.
No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, que dice que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.
Basta echar una mirada a los noticieros de radio y televisión o abrir un periódico diario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental y el enorme fracaso de una clase política que no consigue que la Humanidad avance en seguridad, justicia o paz: se multiplican los atentados terroristas, las culturas y civilizaciones se distancian, desaparecen los bosques, mueren ciudadanos en los cuarteles de la policía, intoxicaciones alimentarias masivas, inseguridad ciudadana, pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, mequetrefes convertidos en ídolos de la sociedad, manipulación del pensamiento y de la información y la seguridad casi matemática de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, los gobiernos nunca estarán a la altura del desafío.
Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que prepararon cuidadosamente las matanzas de la II Guerra Mundial, los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia. Han sido los malos gobiernos los que han degradado la democracia, transformándola, a espaldas de los ciudadanos, en oligarquías que sólo benefician a las castas dominantes.
Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.
FR
Los polítiólogos suelen afirmar que el mal gobierno es el peor de los males del mundo actual y lo demuestran con el argumento de que que los políticos no han conseguido prácticamente ninguno de sus objetivos y retos en un mundo que, al igual que hace siglos, sigue siendo injusto, inseguro, desigual y violento. Algunos analistas y expertos opinan que en todos esos grandes capítulos, la Humanidad, incluso, está retrocediendo.
La mejor forma de detectar el mal gobierno, según los expertos, es analizando no sólo la capacidad que tienen los poderes públicos de solucionar los problemas sino también la velocidad de reacción de las administraciones ante los problemas y demandas de los ciudadanos. Cuando el gobierno no reacciona ni toma medidas, aunque la sociedad se lo demande, o cuando una administración reacciona tarde y toma medidas sólamente cuando la sociedad está indignada y ya es víctima de la alarma social, entonces existe el mal gobierno, aunque los problemas terminen por solucionarse.
El huracán Katrina fue la prueba de fuego del mal gobierno de la administración Bush. Fue tan mal gestionado desde el poder que destruyó New Orleans, aunque pudo haberse evitado, y, como consecuencia, puso de rodillas a la administración del presidente Bush, que, desde entonces, no recupera su antigua popularidad.
En España, el mal gobierno es un mal endémico que suele acabar con los distintos gobiernos desde hace siglos y la administración socialista de José Luis Rodríguez Zapatero no es una excepción. Desbordado por el fracaso en todas sus grandes líneas políticas, desde las tensiones en la unidad de España provocadas por los estatutos autonómicos, en especial el catalán, al fracaso de la negociación con los terroristas de ETA, sin olvidar los retrocesos en seguridad ciudadana y calidad de la democracia, el gobierno de Zapatero acumula desgaste y fracaso en vísperas ya de las elecciones generales de 2008, su porimera reválida ante las urnas.
Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fueron las grandes guerras, que causaron más de cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos. Pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el mal gobierno, una lacra que amenaza también con arruinar el siglo XXI.
No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, que dice que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.
Basta echar una mirada a los noticieros de radio y televisión o abrir un periódico diario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental y el enorme fracaso de una clase política que no consigue que la Humanidad avance en seguridad, justicia o paz: se multiplican los atentados terroristas, las culturas y civilizaciones se distancian, desaparecen los bosques, mueren ciudadanos en los cuarteles de la policía, intoxicaciones alimentarias masivas, inseguridad ciudadana, pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, mequetrefes convertidos en ídolos de la sociedad, manipulación del pensamiento y de la información y la seguridad casi matemática de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, los gobiernos nunca estarán a la altura del desafío.
Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que prepararon cuidadosamente las matanzas de la II Guerra Mundial, los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia. Han sido los malos gobiernos los que han degradado la democracia, transformándola, a espaldas de los ciudadanos, en oligarquías que sólo benefician a las castas dominantes.
Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.
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