Todo lo que los políticos están despedazando hoy en España, desde la armadura moral, la justicia y la igualdad hasta la unidad teritorial, sin olvidar la voluntad de convivir en armonía, que es la esencia de la democracia, tendremos que arreglarlo, al final, los ciudadanos, porque los partidos y sus elites están tan sumergidos en la degradación democrática que son incapaces de reaccionar.
La democracia española, de la mano de los partidos políticos, ha penetrado en un tipo de despotismo sutil y camuflado, pero despotismo al fin y al cabo, que permite a las castas políticas en el poder tomar decisiones al margen de la ciudadanía e, incluso, en contra de la opinión mayoritaria de los ciudadanos. Y lo hacen sin conciencia de estar pecando contra la democracia, de traicionar al pueblo soberano, sin remordimiento alguno. Ese es el verdadero drama, que hasta la conciencia ha quedado destruída por la corrupción.
Gobernar al margen o en contra del pueblo es el último eslabón de una cadena de indignidades y de atentados contra la democracia en la que están, también, la manipulación de los poderes básicos del Estado, que, invadidos por los partidos políticos, ya no son todo lo independientes y autónomos que la democracia exige; el robo al ciudadano de su inalienable derecho a votar libremente, arrebatado por esos partidos políticos que, al imponer sus listas cerradas y bloqueadas, son ellos los que eligen; el control de los medios de comunicación y la manipulación de la verdad por parte de los poderes políticos; la ocupación de la sociedad civil por parte de los partidos políticos, invadiendo, de manera cruenta, sus principales espacios: universidades, religiones, sindicatos, cajas de ahorros, fundaciones, empresas, asociaciones, etc., controladas por el poder mediante la colocación allí de sus hombres-cuota o mediante el dinero público, que se utiliza abiertamente para incrementar el poder político y el dominio.
No es cierto lo que dice Rosa Diéz, desde el pesimismo que emena del socialismo traicionado, de que "poco podemos hacer los ciudadanos". Los ciudadanos podemos hacer mucho, pero sólo actuamos en situaciones extremas, cuando los demanes y desatinos han llegado demasiado lejos, creando con nuestra intervención traumas y conmociones, desgraciadamente inevitables.
Todo eso que ha sido destruído o desvirtuado, desde la convivencia a la democracia auténtica, tendremos que reconstruirlo los ciudadanos, condenados por la indecencia y la desvergüenza a vivir, en un futuro no muy lejano, jornadas de rebeldía frente a poderes que, por antidemocráticos, se habrán convertido en nocivos para la ciudadanía e inservibles para el preogreso.
La democracia española, de la mano de los partidos políticos, ha penetrado en un tipo de despotismo sutil y camuflado, pero despotismo al fin y al cabo, que permite a las castas políticas en el poder tomar decisiones al margen de la ciudadanía e, incluso, en contra de la opinión mayoritaria de los ciudadanos. Y lo hacen sin conciencia de estar pecando contra la democracia, de traicionar al pueblo soberano, sin remordimiento alguno. Ese es el verdadero drama, que hasta la conciencia ha quedado destruída por la corrupción.
Gobernar al margen o en contra del pueblo es el último eslabón de una cadena de indignidades y de atentados contra la democracia en la que están, también, la manipulación de los poderes básicos del Estado, que, invadidos por los partidos políticos, ya no son todo lo independientes y autónomos que la democracia exige; el robo al ciudadano de su inalienable derecho a votar libremente, arrebatado por esos partidos políticos que, al imponer sus listas cerradas y bloqueadas, son ellos los que eligen; el control de los medios de comunicación y la manipulación de la verdad por parte de los poderes políticos; la ocupación de la sociedad civil por parte de los partidos políticos, invadiendo, de manera cruenta, sus principales espacios: universidades, religiones, sindicatos, cajas de ahorros, fundaciones, empresas, asociaciones, etc., controladas por el poder mediante la colocación allí de sus hombres-cuota o mediante el dinero público, que se utiliza abiertamente para incrementar el poder político y el dominio.
No es cierto lo que dice Rosa Diéz, desde el pesimismo que emena del socialismo traicionado, de que "poco podemos hacer los ciudadanos". Los ciudadanos podemos hacer mucho, pero sólo actuamos en situaciones extremas, cuando los demanes y desatinos han llegado demasiado lejos, creando con nuestra intervención traumas y conmociones, desgraciadamente inevitables.
Todo eso que ha sido destruído o desvirtuado, desde la convivencia a la democracia auténtica, tendremos que reconstruirlo los ciudadanos, condenados por la indecencia y la desvergüenza a vivir, en un futuro no muy lejano, jornadas de rebeldía frente a poderes que, por antidemocráticos, se habrán convertido en nocivos para la ciudadanía e inservibles para el preogreso.
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