Triste fecha, que quisiéramos borrar, y que no hubiera sucedido jamás. Es enormemente difícil olvidar; siguen retumbando vivos, en el recuerdo, los gritos ensangrentados de aquellos pobres inocentes que insospechadamente tomaban temprano el tren de la masacre; siguen chirriando los doloridos vagones en el estruendo de muerte.
Y, al mismo tiempo, continúan danzando los interrogantes y las irregularidades. Permanece aquí mucho tinglado “in oculto”. La comisión de investigación, cerrada con premura, negó la mayoría de comparecencias y documentos que solicitaba el Partido Popular. Prosiguen los indicios y datos que ponían al Gobierno y al PSOE en una situación delicada. El terrible asunto se esconde y aún anda sin esclarecerse por entero. Así opina una amplia mayoría de conciudadanos que responden a las encuestas: “dos años después no se sabe lo que pasó en realidad”, lo cual significa que gran parte de los españoles pone en duda la versión oficial de los atentados. La investigación judicial y policial duerme en su espera desde hace meses. Muchos creen en la implicación de ETA y que puede ser cierta la vinculación de los servicios secretos marroquíes. Los expertos en explosivos de la Policía aseguran en su informe sobre el 11-M, que, “aunque el teléfono móvil no es el más común de los sistemas” de activación de explosivos, su uso se ha extendido a muchos grupos terroristas, entre ellos ETA.
El desafío entre el relativismo occidental que se extiende y el fundamentalismo que inunda, cerca y atenaza a Europa impone su agnosticismo, el primero, y su dogmatismo, el segundo, en posiciones divergentes e incompatibles. De lo poco algo ya se sabe; la autoría no vino de Al-quaeda; el móvil no se debió a la participación en Irak. Las dudas y el secreto nos asedian. Parece demasiado fácil achacar la matanza a cuatro moricos vendedores de móviles en Lavapiés. Demasiadas pruebas con visos de inspiradas, numerosas coincidencias y confidencias que nada iluminan. La pestilencia de cloacas y corruptelas forma una nebulosa nauseabunda.
La verdad debe de brillar siempre. Los enigmas rodeados de misterio hay que desvelarlos. Aunque la luz sorprenda a unos cuantos interesados en el provecho de la obscuridad. Desde el principio, persiste la incógnita de las bombas empleadas en el atentado y su trama, así como de la intencionalidad política de la matanza a tres días de unas elecciones generales. La pregunta "quién ha sido" dejó de formularse cuando el PSOE llegó al poder. Documentos desvelados por la Prensa han puesto sobre la mesa la necesidad de seguir investigando; es preciso saber quién estaba detrás, quién puso fecha a la masacre y por qué el Gobierno y el PSOE iban poniendo "tanto impedimento" para descubrir la verdad; extrañamente, la reivindicación llegaba con demasiada urgencia. Visto el documento que la Policía halló en el ordenador del El Chino dieron con reveladoras respuestas: “había que echar al PP del poder”.
La ciudad madrileña de Leganés irrumpió en pocas horas en la actualidad con un episodio que entró también en la larga lista de incógnitas. Seis terroristas acorralados por la Policía saltaban por los aires en un piso. En su muerte, arrastraban también a un agente de los GEO. Desde el día 11 hasta el día 14, alguna cadena de radio, protagonizó la ceremonia de la confusión; el rumor y el bulo se hicieron noticia y hasta portada ayudados por personajillos estrafalarios de renombre.
¿Dónde están las mentes instiladoras del venenoso asesinato? ¿Permitirán los hados y los intereses creados, que se aclare este desgarro y se sepa la camuflada verdad?
Camilo Valverde Mudarra
Y, al mismo tiempo, continúan danzando los interrogantes y las irregularidades. Permanece aquí mucho tinglado “in oculto”. La comisión de investigación, cerrada con premura, negó la mayoría de comparecencias y documentos que solicitaba el Partido Popular. Prosiguen los indicios y datos que ponían al Gobierno y al PSOE en una situación delicada. El terrible asunto se esconde y aún anda sin esclarecerse por entero. Así opina una amplia mayoría de conciudadanos que responden a las encuestas: “dos años después no se sabe lo que pasó en realidad”, lo cual significa que gran parte de los españoles pone en duda la versión oficial de los atentados. La investigación judicial y policial duerme en su espera desde hace meses. Muchos creen en la implicación de ETA y que puede ser cierta la vinculación de los servicios secretos marroquíes. Los expertos en explosivos de la Policía aseguran en su informe sobre el 11-M, que, “aunque el teléfono móvil no es el más común de los sistemas” de activación de explosivos, su uso se ha extendido a muchos grupos terroristas, entre ellos ETA.
El desafío entre el relativismo occidental que se extiende y el fundamentalismo que inunda, cerca y atenaza a Europa impone su agnosticismo, el primero, y su dogmatismo, el segundo, en posiciones divergentes e incompatibles. De lo poco algo ya se sabe; la autoría no vino de Al-quaeda; el móvil no se debió a la participación en Irak. Las dudas y el secreto nos asedian. Parece demasiado fácil achacar la matanza a cuatro moricos vendedores de móviles en Lavapiés. Demasiadas pruebas con visos de inspiradas, numerosas coincidencias y confidencias que nada iluminan. La pestilencia de cloacas y corruptelas forma una nebulosa nauseabunda.
La verdad debe de brillar siempre. Los enigmas rodeados de misterio hay que desvelarlos. Aunque la luz sorprenda a unos cuantos interesados en el provecho de la obscuridad. Desde el principio, persiste la incógnita de las bombas empleadas en el atentado y su trama, así como de la intencionalidad política de la matanza a tres días de unas elecciones generales. La pregunta "quién ha sido" dejó de formularse cuando el PSOE llegó al poder. Documentos desvelados por la Prensa han puesto sobre la mesa la necesidad de seguir investigando; es preciso saber quién estaba detrás, quién puso fecha a la masacre y por qué el Gobierno y el PSOE iban poniendo "tanto impedimento" para descubrir la verdad; extrañamente, la reivindicación llegaba con demasiada urgencia. Visto el documento que la Policía halló en el ordenador del El Chino dieron con reveladoras respuestas: “había que echar al PP del poder”.
La ciudad madrileña de Leganés irrumpió en pocas horas en la actualidad con un episodio que entró también en la larga lista de incógnitas. Seis terroristas acorralados por la Policía saltaban por los aires en un piso. En su muerte, arrastraban también a un agente de los GEO. Desde el día 11 hasta el día 14, alguna cadena de radio, protagonizó la ceremonia de la confusión; el rumor y el bulo se hicieron noticia y hasta portada ayudados por personajillos estrafalarios de renombre.
¿Dónde están las mentes instiladoras del venenoso asesinato? ¿Permitirán los hados y los intereses creados, que se aclare este desgarro y se sepa la camuflada verdad?
Camilo Valverde Mudarra