Si en verdad eres el amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector que presumo, sospecho o supongo, no te resultará extraño que el menda lerenda, “Otramotro”, procure o tienda a extraer todo el jugo (con mayúscula, ya sabes, el segundo apellido del maestro Unamuno) a cuantos párrafos agavilla, hila, trenza y/o urde.
Son bastantes (o pocos, según; porque si a unos les parecen muchos diez, otros consideran escasos treinta) los romera/s y los r(e-i-o)mero/s (algunos sólo o asimismo de apellido) que se acercan a mi taller de creación y crítica literarias para que les resuelva sus dudas y/o les eche una mano que los saque de los charcos y/o los atolladeros a los que les han llevado, indefectiblemente, sus dificultades o problemas; y, a falta de escapularios o reliquias de beatos y/o santos que brindar, enajenar, erogar y/u ofrecer, les dé consejo/s. Acuden en peregrinación hasta mi más caverna que taberna y persiana que persona como si yo lo pudiera y/o lo supiera todo, cuando el único poder que ostento es el de dar lástima y la íngrima certidumbre que aireo (remedando a uno de los maestros por antonomasia de la Humanidad y padre de la filosofía occidental, Sócrates) la de no saber nada de nada. No niego, sin embargo, que me gustaría saber todo de todo y, acaso, por eso, todavía sigo aquí, embarcándome en canoas (ca, naos), sin parar de darle/s a los remos, porque si algo se ha de perseguir con ahínco y con anhelo, sin ninguna hesitación, ha de ser hacer bien lo que se ignora hacer.
Esta mañana, al parecer, he dado solución o respuesta satisfactoria a tres muchachos que se encontraban en tres aprietos diferentes.
El primero me ha preguntado qué quería decir la expresión latina motu propio y yo, seguro, pero no envanecido ni hueco, le he contestado que tal locución nunca había existido en latín, que a mí la que sí me constaba era motu proprio. Para clarificárselo aún más, le he (pro)puesto el siguiente ejemplo: “Quien se atreve a reflexionar por sí mismo, o sea, motu proprio, y osa poner las consideraciones a las que llega negro sobre blanco, esto es, en un papel, es alguien que ha sido, es o será motejado de orate y/o soberbio y/o tenido por prosélito de Belcebú, Lucifer o Satán/Satanás.”
El segundo ha recabado mi parecer a propósito del relativismo posmoderno que nos invade, apoca, anega y/o ahoga. Y, si la memoria no me falla, he logrado trenzarle lo que sigue: “Repetimos hasta la saciedad la gran suciedad de que en esta sociedad todas las opiniones son respetables. Quizá, porque no tenemos nada claro que lo absolutamente respetable es el Hombre y su derecho y/o facultad de pensar y expresar lo pensado, sea esto lo más idiota o lo más imbécil, lo que no merece respeto alguno, como es obvio. Mas de éste y otros extremos o particulares modos de ver suele juzgar la razón y despotricar, cuando no desbarrar o desvariar, al alimón, el rencor y la prisa.”
El tercero me ha pedido, por favor, que divagara o extravagara en torno a las diferencias existentes entre “escribir“ y “estar escribiendo“. Y como él, según se colige, no las tiene por presuntas, sino por patentes y ciertas, procurando complacerle, he urdido, poco más o menos, esto: “Cuando escribo, como acontece ahora, rara vez aparto la mirada de las líneas imaginarias del papel y de las palabras que inaugura y clausura, casa o divorcia el herido pie del bolígrafo. En cambio, cuando estoy escribiendo, como acaba de suceder y volverá a ocurrir pronto, a ratos clavo la vista en el folio, leyendo y auscultando la propiedad, corrección, ritmo y eufonía de lo escrito, a ratos la desclavo, buscando cómo decir más con menos palabras o cómo decir menos pero con mejor verbo, y la oriento bien hacia los lados derecho o izquierdo, puerta y ventana, por donde suelen entrar, tras arduo/raudo exorcismo, los personajes más admirados o detestables, bien hacia el techo o el frente, de donde proceden, tras misteriosas urdimbre y revelación, las bienaventuradas o malhadadas ideas.”
Ángel Sáez García
Son bastantes (o pocos, según; porque si a unos les parecen muchos diez, otros consideran escasos treinta) los romera/s y los r(e-i-o)mero/s (algunos sólo o asimismo de apellido) que se acercan a mi taller de creación y crítica literarias para que les resuelva sus dudas y/o les eche una mano que los saque de los charcos y/o los atolladeros a los que les han llevado, indefectiblemente, sus dificultades o problemas; y, a falta de escapularios o reliquias de beatos y/o santos que brindar, enajenar, erogar y/u ofrecer, les dé consejo/s. Acuden en peregrinación hasta mi más caverna que taberna y persiana que persona como si yo lo pudiera y/o lo supiera todo, cuando el único poder que ostento es el de dar lástima y la íngrima certidumbre que aireo (remedando a uno de los maestros por antonomasia de la Humanidad y padre de la filosofía occidental, Sócrates) la de no saber nada de nada. No niego, sin embargo, que me gustaría saber todo de todo y, acaso, por eso, todavía sigo aquí, embarcándome en canoas (ca, naos), sin parar de darle/s a los remos, porque si algo se ha de perseguir con ahínco y con anhelo, sin ninguna hesitación, ha de ser hacer bien lo que se ignora hacer.
Esta mañana, al parecer, he dado solución o respuesta satisfactoria a tres muchachos que se encontraban en tres aprietos diferentes.
El primero me ha preguntado qué quería decir la expresión latina motu propio y yo, seguro, pero no envanecido ni hueco, le he contestado que tal locución nunca había existido en latín, que a mí la que sí me constaba era motu proprio. Para clarificárselo aún más, le he (pro)puesto el siguiente ejemplo: “Quien se atreve a reflexionar por sí mismo, o sea, motu proprio, y osa poner las consideraciones a las que llega negro sobre blanco, esto es, en un papel, es alguien que ha sido, es o será motejado de orate y/o soberbio y/o tenido por prosélito de Belcebú, Lucifer o Satán/Satanás.”
El segundo ha recabado mi parecer a propósito del relativismo posmoderno que nos invade, apoca, anega y/o ahoga. Y, si la memoria no me falla, he logrado trenzarle lo que sigue: “Repetimos hasta la saciedad la gran suciedad de que en esta sociedad todas las opiniones son respetables. Quizá, porque no tenemos nada claro que lo absolutamente respetable es el Hombre y su derecho y/o facultad de pensar y expresar lo pensado, sea esto lo más idiota o lo más imbécil, lo que no merece respeto alguno, como es obvio. Mas de éste y otros extremos o particulares modos de ver suele juzgar la razón y despotricar, cuando no desbarrar o desvariar, al alimón, el rencor y la prisa.”
El tercero me ha pedido, por favor, que divagara o extravagara en torno a las diferencias existentes entre “escribir“ y “estar escribiendo“. Y como él, según se colige, no las tiene por presuntas, sino por patentes y ciertas, procurando complacerle, he urdido, poco más o menos, esto: “Cuando escribo, como acontece ahora, rara vez aparto la mirada de las líneas imaginarias del papel y de las palabras que inaugura y clausura, casa o divorcia el herido pie del bolígrafo. En cambio, cuando estoy escribiendo, como acaba de suceder y volverá a ocurrir pronto, a ratos clavo la vista en el folio, leyendo y auscultando la propiedad, corrección, ritmo y eufonía de lo escrito, a ratos la desclavo, buscando cómo decir más con menos palabras o cómo decir menos pero con mejor verbo, y la oriento bien hacia los lados derecho o izquierdo, puerta y ventana, por donde suelen entrar, tras arduo/raudo exorcismo, los personajes más admirados o detestables, bien hacia el techo o el frente, de donde proceden, tras misteriosas urdimbre y revelación, las bienaventuradas o malhadadas ideas.”
Ángel Sáez García