TODOS CONTRA TODOS

IMPRESIONANTE artículo. Realmente SOBERBIO.

De todos es sabido que la unión hace la fuerza y que, por tanto, hay que dividir para poder vencer. Los monopolios empresariales lo tienen claro, por eso llegan a acuerdos de no agresión entre ellos y de fijación de precios (cárteles), aunque esta práctica sea ilegal. Los productores de crudo y energía también. Hasta a nivel doméstico esta máxima es asumida y da sus buenos frutos. Vean si no el ejemplo de la SGAE. Y no digamos ya los partidos políticos. La unión (no declarada) en los asuntos claves que les permiten mantener el sistema partitocrático es más que evidente: No modificación de la ley electoral, unanimidad en retribuciones de parlamentarios, dietas, etc., reparto de cargos en Cajas de ahorro, poder judicial, empresas públicas, etc, etc.

¿Y la gran masa? La Historia nos ofrece también claros ejemplos del poder que la unión proporciona, sobre todo cuando lo que se une es una ingente legión de individuos. Tenemos, además, el ejemplo actualísimo de las revueltas en los países musulmanes y, en otra clave, el caso de los islandeses. Así pues, el poder establecido tiene muy en cuenta que para la imposición de sus intereses es crucial que la gran masa se encuentre lo suficientemente dividida.

La mejor fórmula para dividir es, sin lugar a dudas, la confrontación. No se trata ya de crear diferencias que impidan fomentar afinidades e intereses comunes, sino de cultivar el germen de la imposición de ideas, señas de identidad, inclinaciones sociales, religiones o, simplemente, la competición deportiva. Lo importante es que cualquiera de ellas esté presidida por la acción beligerante y, si puede ser, fanática.

La crisis, esa que todo lo justifica, nos ha traído mucha más confrontación. Los que tienen algo de seguridad frente a los que la han perdido. Es el momento también de poner en tela de juicio la supervivencia de logros sociales y derechos adquiridos con muchos años de lucha. Todo vale para que los intereses más ocultos se froten las manos y vean su momento ideal. El éxito más evidente de esta estrategia de los poderosos es que la atención de la manada social se ha centrado en ellos mismos, asumiendo de esta forma quién debe pagar la factura de las consecuencias de un sistema creado por aquellos, explotado por ellos y reventado por ellos. Las víctimas se convierten así en deudores de su propia desgracia. Una perogrullada que solo se contempla atendiendo al carácter de colaboradores necesarios que todos hemos desempeñado, aunque sea por el simple hecho de dejarnos manipular y seguirles el juego.

Y es que, además, resulta muy rentable la confrontación. Sin confrontación no existirían las guerras y, por tanto, la industria bélica cerraría, no habrían países destruídos que reconstruir (por empresas de los mismos países destructores). Sin confrontación no proliferarían negocios como los derivados de la explotación exhaustiva de recursos naturales. Sin la confrontación no existirían argumentos narcotizantes de la sociedad, utilizados por los políticos para hacer entrar en el juego a los partidarios de unos y de otros, con la consiguiente justificación de su papel preponderante. Tampoco existirían líderes espirituales arrastrando a ingenuos tras de sí. Y sobre todo, no existirían medios de comunicación putrefactos ganando dinero a costa del sufrimiento y de las miserias más repugnantes del ser humano.

Pero, además, la confrontación conlleva un elemento morboso que ejerce una vis atractiva sobre el ser humano. Nos gusta ver sangre. Nos regocijamos viendo programas cuya audiencia es directamente proporcional al nivel de violencia y confrontación que ofrezcan. Disfrutamos sintiéndonos ganadores, porque ello satisface nuestras peregrinas ansias de sentirnos con poder, aunque esa sensación sea tan efímera como un estornudo. Esta es la mejor inyección de distracción que se nos puede proporcionar, impidiéndonos mantener una mente serena que pueda pensar, y convirtiéndonos, por el contrario, en zombies sin criterio propio.

Al final, como tan plásticamente refleja el artículo, los perjudicados de la confrontación en todas sus manifestaciones somos la gran masa. La sangre que corre siempre es la nuestra. Y los grandes manipuladores, los que ejercen verdaderamente el poder, son los únicos beneficiados. Su sistema corrupto y amañado seguirá proporcionando pingües beneficios a sus promotores, y dolor y frustración a millones de personas, meras marionetas que bailan a su son. Ellos deciden quién vive y quién muere. Y hasta cómo se vive y cómo se muere.

Solo temen una cosa: La consciencia de la gente ante tal evidencia, y la unión de todos ellos reclamando vivir en paz y con dignidad o, lo que es lo mismo, ser verdaderamente libres.

¿Y nosotros? ¿Qué cabe esperar de nosotros?

Magnífico el artículo y el comentario de "Una persona...".
Propician la catarsis que tanta falta hace para conseguir identificar a quienes son nuestros verdaderos enemigos.