imagen cedida por La Kodorniz
Zapatero, con arrogancia y soberbia, sin admitir que su política migratoria es un caos, afirma que nadie en Europa puede darle lecciones sobre política de inmigración y menos el francés Sarkozy, que ha criticado duramente la política española, pero tal vez debiera analizar la política de Suiza un país avanzado y profundamente democrático, que tiene la sana y democrática costumbre de someter a sus ciudadanos, vía referendum, las grandes líneas y opciones políticas.
Suiza ha endurecido la legislación para preservar su cultura y su identidad frente a la invasión de los inmigrantes. El país euroipeo ha decidido controlar el fenómeno, admitir sólo a los inmigrantes necesarios y castigar la invasión clandestina y las agresiones a la cultura y la convivencia.
El suizo es justo el camino inverso al elegido por el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha generado rechazo en Europa por su política de puertas abiertas a una inmigración desordenada que podría poner en peligro la cultura y el bienestar alcanzado por la sociedad.
Existe unanimidad en los gobiernos europeos de que la clave del problema de la inmigración en España es el desorden y la falta de capacidad gubernamental para regular y ordenar. La española es una política sin sistema, hecha a impulsos, voluntarista y más orientada a los efectos mediáticos que a la gestión y solución del problema.
Otro de los rasgos del problema en España es que el gobierno parece insensible a los daños colaterales y directos que puede causar la inmigración en la cultura propia y en la convivencia. Así lo demuestran la falta de medidas efectivas para integrar a los inmigrantes, la saturación de los centros de acogida, la incapacidad para repatriar, el aumento de la delincuencia, la saturación de las cárceles, plagadas de extranjeros, la arrogancia de las comunidades y, sobre todo, el arrogante desdén gubernamental ante la opinión de los ciudadanos españoles, que reclaman una inmigranción más abierta a los latinoamericanos y europeos orientales que a los magrebíes.
Suiza ha endurecido la legislación para preservar su cultura y su identidad frente a la invasión de los inmigrantes. El país euroipeo ha decidido controlar el fenómeno, admitir sólo a los inmigrantes necesarios y castigar la invasión clandestina y las agresiones a la cultura y la convivencia.
El suizo es justo el camino inverso al elegido por el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha generado rechazo en Europa por su política de puertas abiertas a una inmigración desordenada que podría poner en peligro la cultura y el bienestar alcanzado por la sociedad.
Existe unanimidad en los gobiernos europeos de que la clave del problema de la inmigración en España es el desorden y la falta de capacidad gubernamental para regular y ordenar. La española es una política sin sistema, hecha a impulsos, voluntarista y más orientada a los efectos mediáticos que a la gestión y solución del problema.
Otro de los rasgos del problema en España es que el gobierno parece insensible a los daños colaterales y directos que puede causar la inmigración en la cultura propia y en la convivencia. Así lo demuestran la falta de medidas efectivas para integrar a los inmigrantes, la saturación de los centros de acogida, la incapacidad para repatriar, el aumento de la delincuencia, la saturación de las cárceles, plagadas de extranjeros, la arrogancia de las comunidades y, sobre todo, el arrogante desdén gubernamental ante la opinión de los ciudadanos españoles, que reclaman una inmigranción más abierta a los latinoamericanos y europeos orientales que a los magrebíes.
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