Alfredo Stroessner, el dictador de 93 años que más tiempo gobernó en un país latinoamericano después de Fidel Castro -lo hizo con “mano de hierro” y durante 35 años en el desconocido Paraguay-, acaba de morir en un hospital “Santa Lucía” de Brasilia, ciudad en la que vive desde su derrocamiento en 1989.
Es el penúltimo “tiranosaurio” de América latina (a los “viejos y caducos” políticos mexicanos del PRI los bautizaron como “dinosaurios”; a los longevos dictadores, “tiranosaurios”): el último, como ya todo el mundo sabe, es Fidel Castro, que acaba de cumplir 80 años y también está postrado en una cama de un hospital de La Habana.
Seguramente, muy pocos paraguayos de bien sentirán hoy pena ante el “viaje final” de este hijo de un inmigrante alemán nacido en Baviera que llegó al Paraguay hacia 1895, Hugo Stroessner, y de una campesina nativa, Heriberta Matiauda, y que nació en Encarnación (departamento de Itapúa) en 1912. Ingresó en el Ejército Paraguayo a los 17 años y completó su formación en academias militares de Brasil y Francia.
En 1932 participó en la Guerra del Chaco contra Bolivia; a los 36 años (en 1948) se convirtió en el General más joven de Sudamérica y en 1951 se afilió al Partido Colorado. No obstante, por lo que será siempre recordado es por el golpe de Estado que dio el 4 de mayo de 1954 contra el presidente Federico Chávez, que le aupó –en agosto de ese año- a la Presidencia de Paraguay, con el apoyo de las Fuerzas Armadas y el Partido Colorado, la cual no abandonaría hasta 1989 –gracias a ocho reelecciones fraudulentas-, cuando el también general y consuegro de Stroessner, Andrés Rodríguez Pedotti, lo derrocó “para devolver la vigencia de la democracia y los derechos humanos al país”.
Fervoroso anticomunista –contó casi hasta el tramo final de su dictadura con el apoyo de los Estados Unidos- y reconocido pro-alemán durante toda su vida, muy pronto –en 1960- rompió relaciones con la Revolución Cubana, y no dudó en dar cobijo a muchos nazis huidos de Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos el infame “científico” Joseph Mengele, célebre por sus “experimentos” con cobayas humanas en los campos de exterminio nazis. También amparó a dictadores latinoamericanos como el nicaragüense Anastasio Somoza, conocido como “Tachito”, aunque no pudo evitar su asesinato en Asunción, en 1979, por un comando del grupo guerrillero y terrorista argentino Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), presuntamente dirigido por uno de sus líderes, Enrique Gorriarán Merlo.
Distintas fuentes estiman en unos 4.000 ciudadanos los asesinados durante su dictadura. Persiguió y reprimió con saña a todo aquel que no comulgase con sus ideas –individuos, movimientos sociales y, desde luego, organizaciones armadas- e incluso llegó a enfrentarse con la propia Iglesia Católica. Su lema esencial fue: “Paz, Trabajo y Bienestar con Stroessner” (ya conocemos el trasfondo de estos mensajes), que mantuvo hasta que en 1978, ante los cambios que se producen en el entorno regional e internacional, comienza a perder aliados y comienza “el principio del fin” de su terrible dictadura.
Hoy yace cadaver en un hospital brasileño, lejos de su antiguo “cortijo”, la República del Paraguay, olvidado por casi todos y apenas rodeado de algunos de sus hijos –su esposa Eligia Mora falleció en febrero pasado, a los 95 años, en Asunción- de alguna forma seguidores de sus ya extravagantes, aunque siempre peligrosas, peroratas sustentadas en “la novela del enemigo interno” y en soflamas extremadamente anticomunistas y nazis. Con el acaba, esperemos que definitivamente, una época nefasta para Latinoamérica y una forma de desprecio demencial por la vida de los propios paraguayos. Si se tiene que ir, que descanse en Paz, y que sus ideas no se reproduzcan jamás.
eduardo caldarola de bello
Es el penúltimo “tiranosaurio” de América latina (a los “viejos y caducos” políticos mexicanos del PRI los bautizaron como “dinosaurios”; a los longevos dictadores, “tiranosaurios”): el último, como ya todo el mundo sabe, es Fidel Castro, que acaba de cumplir 80 años y también está postrado en una cama de un hospital de La Habana.
Seguramente, muy pocos paraguayos de bien sentirán hoy pena ante el “viaje final” de este hijo de un inmigrante alemán nacido en Baviera que llegó al Paraguay hacia 1895, Hugo Stroessner, y de una campesina nativa, Heriberta Matiauda, y que nació en Encarnación (departamento de Itapúa) en 1912. Ingresó en el Ejército Paraguayo a los 17 años y completó su formación en academias militares de Brasil y Francia.
En 1932 participó en la Guerra del Chaco contra Bolivia; a los 36 años (en 1948) se convirtió en el General más joven de Sudamérica y en 1951 se afilió al Partido Colorado. No obstante, por lo que será siempre recordado es por el golpe de Estado que dio el 4 de mayo de 1954 contra el presidente Federico Chávez, que le aupó –en agosto de ese año- a la Presidencia de Paraguay, con el apoyo de las Fuerzas Armadas y el Partido Colorado, la cual no abandonaría hasta 1989 –gracias a ocho reelecciones fraudulentas-, cuando el también general y consuegro de Stroessner, Andrés Rodríguez Pedotti, lo derrocó “para devolver la vigencia de la democracia y los derechos humanos al país”.
Fervoroso anticomunista –contó casi hasta el tramo final de su dictadura con el apoyo de los Estados Unidos- y reconocido pro-alemán durante toda su vida, muy pronto –en 1960- rompió relaciones con la Revolución Cubana, y no dudó en dar cobijo a muchos nazis huidos de Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos el infame “científico” Joseph Mengele, célebre por sus “experimentos” con cobayas humanas en los campos de exterminio nazis. También amparó a dictadores latinoamericanos como el nicaragüense Anastasio Somoza, conocido como “Tachito”, aunque no pudo evitar su asesinato en Asunción, en 1979, por un comando del grupo guerrillero y terrorista argentino Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), presuntamente dirigido por uno de sus líderes, Enrique Gorriarán Merlo.
Distintas fuentes estiman en unos 4.000 ciudadanos los asesinados durante su dictadura. Persiguió y reprimió con saña a todo aquel que no comulgase con sus ideas –individuos, movimientos sociales y, desde luego, organizaciones armadas- e incluso llegó a enfrentarse con la propia Iglesia Católica. Su lema esencial fue: “Paz, Trabajo y Bienestar con Stroessner” (ya conocemos el trasfondo de estos mensajes), que mantuvo hasta que en 1978, ante los cambios que se producen en el entorno regional e internacional, comienza a perder aliados y comienza “el principio del fin” de su terrible dictadura.
Hoy yace cadaver en un hospital brasileño, lejos de su antiguo “cortijo”, la República del Paraguay, olvidado por casi todos y apenas rodeado de algunos de sus hijos –su esposa Eligia Mora falleció en febrero pasado, a los 95 años, en Asunción- de alguna forma seguidores de sus ya extravagantes, aunque siempre peligrosas, peroratas sustentadas en “la novela del enemigo interno” y en soflamas extremadamente anticomunistas y nazis. Con el acaba, esperemos que definitivamente, una época nefasta para Latinoamérica y una forma de desprecio demencial por la vida de los propios paraguayos. Si se tiene que ir, que descanse en Paz, y que sus ideas no se reproduzcan jamás.
eduardo caldarola de bello