Incorporar a los Estados Unidos como miembro de pleno derecho a la Comunidad Iberoamericana de Naciones, o al menos obtener su patrocinio activo, es la única solución que garantizaría el futuro de ese renqueante sueño español, uno de los más ambiciosos proyectos de la diplomacia española en toda su historia y, al mismo tiempo, una de sus mayores frustraciones y su más ostentoso fracaso en el último siglo.
La debilidad del comunicado final de la reciente cumbre en Salamanca, algunos de cuyos mensajes debieron rectificarse tras la protesta de Estados Unidos, las notables ausencias de presidentes latinoamericanos y la generalizada falta de entusiasmo por el proyecto común demostrado por los mandatarios presentes, aconsejan un replanteamiento del proyecto, aunque España, muy interesada en impulsarlo para obtener un éxito que necesita con urgencia en el ámbito de la diplomacia internacional, se niegue a reconocerlo.
España, que se ha empeñado durante décadas en construir una comunidad de paises iberoamericanos al margen de los Estados Unidos, ofreciendo su liderazgo como alternativa al norteamericano y presentando el proyecto como una opción opuesta a una Organización de Estados Americanos (OEA) claramente dominada por Washington, debe reconocer ya que ese sueño es imposible.
A España no le queda otra opción que dar el generoso paso adelante de incorporar a los Estados Unidos, que ya tiene más población de habla hispana que la misma España, a la Comunidad Iberoamericana de Naciones, aunque ese movimiento signifique para España perder el liderazgo de la comunidad hispanoparlante y el fin de un sueño que hasta ahora sólo ha sabido acumular fracasos y convertirse en la mejor agencia de viajes internacional especializada en turismo de alto nivel para jefes de Estado y de Gobierno.
El futuro de Iberoamérica, como el de Europa, no puede construirse contra los Estados Unidos, sino que, por el contrario, debería aprender de Estados Unidos e incorporar los valores y métodos que han convertido al gran país del norte en la primera potencia del planeta y en el país del mundo que ha demostrado una mayor capacidad para integrar a diferentes culturas y pueblos en una nueva cultura viva y pujante.
Guste o no al gobierno "rojo" que encabeza Rodríguez Zapatero, Estados Unidos es hoy, por derecho propio, gracias a que cobija en sus fronteras a mas de 45 millones de hispanos, el segundo país del mundo con mayor población de habla hispana, sólo superado por México y por delante de Colombia y España. La riqueza y capacidad de consumo de los hispanos en USA, según los expertos, supera ya a la economía de la misma España.
En lugar de enfrentarse a Estados Unidos en una batalla que España siempre perderá y de la que únicamente extraerá perjuicios económicos y aislamiento internacional, la diplomacia española debería convencer a Estados Unidos a que se incorpore con lealtad y liderazgo a la Comunidad Iberoamericana e inyecte vida, sentido y futuro a ese sueño, que, pase lo que pase, siempre será una iniciativa ideada por España y beneficiosa para los españoles.
Por si los argumentos expuestos fueran insuficientes, que no lo son, existe una razón todavía más poderosa para reclamar la incorporación, o al menos el patrocinio de Estados Unidos al proyecto: todos los países latinoamericanos, excepto Cuba y Venezuela, recibirían hoy a Washington con los brazos abiertos en la Comunidad.
A pesar de las apariencias y del atractivo que esas revoluciones "antiyankis" puedan ejercer sobre los políticos que militan en las desideologizadas y sin programa izquierdas europeas, el antiamericanismo de Cuba y de Venezuela son dos lamentos estériles y sin futuro. Lo más probable es que la democracia se instale con vigor en Cuba cuando muera el dinosaurio, como ha ocurrido ya antes en todas las dictaduras comunistas del mundo, y que lo mismo ocurra en Venezuela pronto, cuando se agote el fenómeno Chavez, que está legitimado por las urnas y más que justificado por el comportamiento corrupto y traicionero de los antiguos partidos democráticos venezolanos.
La debilidad del comunicado final de la reciente cumbre en Salamanca, algunos de cuyos mensajes debieron rectificarse tras la protesta de Estados Unidos, las notables ausencias de presidentes latinoamericanos y la generalizada falta de entusiasmo por el proyecto común demostrado por los mandatarios presentes, aconsejan un replanteamiento del proyecto, aunque España, muy interesada en impulsarlo para obtener un éxito que necesita con urgencia en el ámbito de la diplomacia internacional, se niegue a reconocerlo.
España, que se ha empeñado durante décadas en construir una comunidad de paises iberoamericanos al margen de los Estados Unidos, ofreciendo su liderazgo como alternativa al norteamericano y presentando el proyecto como una opción opuesta a una Organización de Estados Americanos (OEA) claramente dominada por Washington, debe reconocer ya que ese sueño es imposible.
A España no le queda otra opción que dar el generoso paso adelante de incorporar a los Estados Unidos, que ya tiene más población de habla hispana que la misma España, a la Comunidad Iberoamericana de Naciones, aunque ese movimiento signifique para España perder el liderazgo de la comunidad hispanoparlante y el fin de un sueño que hasta ahora sólo ha sabido acumular fracasos y convertirse en la mejor agencia de viajes internacional especializada en turismo de alto nivel para jefes de Estado y de Gobierno.
El futuro de Iberoamérica, como el de Europa, no puede construirse contra los Estados Unidos, sino que, por el contrario, debería aprender de Estados Unidos e incorporar los valores y métodos que han convertido al gran país del norte en la primera potencia del planeta y en el país del mundo que ha demostrado una mayor capacidad para integrar a diferentes culturas y pueblos en una nueva cultura viva y pujante.
Guste o no al gobierno "rojo" que encabeza Rodríguez Zapatero, Estados Unidos es hoy, por derecho propio, gracias a que cobija en sus fronteras a mas de 45 millones de hispanos, el segundo país del mundo con mayor población de habla hispana, sólo superado por México y por delante de Colombia y España. La riqueza y capacidad de consumo de los hispanos en USA, según los expertos, supera ya a la economía de la misma España.
En lugar de enfrentarse a Estados Unidos en una batalla que España siempre perderá y de la que únicamente extraerá perjuicios económicos y aislamiento internacional, la diplomacia española debería convencer a Estados Unidos a que se incorpore con lealtad y liderazgo a la Comunidad Iberoamericana e inyecte vida, sentido y futuro a ese sueño, que, pase lo que pase, siempre será una iniciativa ideada por España y beneficiosa para los españoles.
Por si los argumentos expuestos fueran insuficientes, que no lo son, existe una razón todavía más poderosa para reclamar la incorporación, o al menos el patrocinio de Estados Unidos al proyecto: todos los países latinoamericanos, excepto Cuba y Venezuela, recibirían hoy a Washington con los brazos abiertos en la Comunidad.
A pesar de las apariencias y del atractivo que esas revoluciones "antiyankis" puedan ejercer sobre los políticos que militan en las desideologizadas y sin programa izquierdas europeas, el antiamericanismo de Cuba y de Venezuela son dos lamentos estériles y sin futuro. Lo más probable es que la democracia se instale con vigor en Cuba cuando muera el dinosaurio, como ha ocurrido ya antes en todas las dictaduras comunistas del mundo, y que lo mismo ocurra en Venezuela pronto, cuando se agote el fenómeno Chavez, que está legitimado por las urnas y más que justificado por el comportamiento corrupto y traicionero de los antiguos partidos democráticos venezolanos.
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