“Llorar, sí; pero llorar de pie, trabajando; vale más sembrar una cosecha (nueva) que llorar por la que se perdió”.
Alejandro Casona
En Algaso (territorio fabuloso, trasunto de mi patria chica, Tudela), capital de la ribera ibera de Navarra, y en Bastión (ídem, Pamplona), capital del susodicho reino (donde hay Baluarte y ciudadela), cuyos pros y contras, virtudes y vicios, sujetamos y predicamos por doquier, sobre todo, cuando nos da por cruzar y dejar atrás sus mugas, está muy, pero que muy mal visto y olido, y aun peor escuchado y degustado, cambiar de opiniones, ideas o criterios y, correspondientemente, mudar de almario, argumentario, ideario e/o ilusionario. Quiero decir y dar a entender que, si cada quien (apellídese Unamuno –o no-), hijo de vecino o cual (lleve el sobrenombre –o no- de Otramotro) piensa lo que piensa, o cree lo que cree, no puede, por ningún concepto habido ni por haber, dejar de pensar o creer tal cosa, eso mismo, hasta que sus seres más allegados y queridos, deudos o amigos, coloquen el ataúd que contenga los restos mortales de su cuerpo exánime sobre el túmulo o catafalco, donde los sobredichos, seguramente, rezarán un responso, en memoria del fallecido, por haber sido consecuente (con sus propias ideas o credo) a machamartillo o a rajatabla, hasta la tumba, nicho o urna funeraria.
De nada (positivo) le hubiera servido al occiso desdecirse (en público o en privado). Es más; tengo para mí que, cantar la palinodia, reconocer que hasta entonces había vivido en el error, sólo le hubiera acarreado, deparado, proporcionado, supuesto o traído al finado consecuencias garrafales, corolarios funestos; pues, por razones ignotas, la retractación suele volverse en contra de su autor, a la guisa o manera de un bumerán.
Sin ninguna duda, sería estupendo que todos, absolutamente todos, sin excepción, nos corrigiéramos a diario, reprendiéndonos, según fuera preciso o necesitáramos. Servidor tiene la sensación refractaria y hasta la certidumbre renuente, apodíctica, de ser cada día alguien distinto, nuevo, un mosaico de infinitas teselas, sí, y, por ende, imposible de completar.
Hace algún tiempo, subrayé y recogí en uno de mis dietarios las siguientes palabras que tuvo a bien urdir Fernando Aramburu: “Convendría, por higiene, cambiar de ideas, de convicciones, de principios, como se cambia uno de ropa interior. Quien profesa una ideología durante largo tiempo termina ensuciándola, no me hagan decir con qué”. Y es que, como dijo y dejó escrito en letras de molde don Miguel de Unamuno y Jugo, “si tú no te perdonas, no te perdona (ni) Dios”.
Ángel Sáez García
Alejandro Casona
En Algaso (territorio fabuloso, trasunto de mi patria chica, Tudela), capital de la ribera ibera de Navarra, y en Bastión (ídem, Pamplona), capital del susodicho reino (donde hay Baluarte y ciudadela), cuyos pros y contras, virtudes y vicios, sujetamos y predicamos por doquier, sobre todo, cuando nos da por cruzar y dejar atrás sus mugas, está muy, pero que muy mal visto y olido, y aun peor escuchado y degustado, cambiar de opiniones, ideas o criterios y, correspondientemente, mudar de almario, argumentario, ideario e/o ilusionario. Quiero decir y dar a entender que, si cada quien (apellídese Unamuno –o no-), hijo de vecino o cual (lleve el sobrenombre –o no- de Otramotro) piensa lo que piensa, o cree lo que cree, no puede, por ningún concepto habido ni por haber, dejar de pensar o creer tal cosa, eso mismo, hasta que sus seres más allegados y queridos, deudos o amigos, coloquen el ataúd que contenga los restos mortales de su cuerpo exánime sobre el túmulo o catafalco, donde los sobredichos, seguramente, rezarán un responso, en memoria del fallecido, por haber sido consecuente (con sus propias ideas o credo) a machamartillo o a rajatabla, hasta la tumba, nicho o urna funeraria.
De nada (positivo) le hubiera servido al occiso desdecirse (en público o en privado). Es más; tengo para mí que, cantar la palinodia, reconocer que hasta entonces había vivido en el error, sólo le hubiera acarreado, deparado, proporcionado, supuesto o traído al finado consecuencias garrafales, corolarios funestos; pues, por razones ignotas, la retractación suele volverse en contra de su autor, a la guisa o manera de un bumerán.
Sin ninguna duda, sería estupendo que todos, absolutamente todos, sin excepción, nos corrigiéramos a diario, reprendiéndonos, según fuera preciso o necesitáramos. Servidor tiene la sensación refractaria y hasta la certidumbre renuente, apodíctica, de ser cada día alguien distinto, nuevo, un mosaico de infinitas teselas, sí, y, por ende, imposible de completar.
Hace algún tiempo, subrayé y recogí en uno de mis dietarios las siguientes palabras que tuvo a bien urdir Fernando Aramburu: “Convendría, por higiene, cambiar de ideas, de convicciones, de principios, como se cambia uno de ropa interior. Quien profesa una ideología durante largo tiempo termina ensuciándola, no me hagan decir con qué”. Y es que, como dijo y dejó escrito en letras de molde don Miguel de Unamuno y Jugo, “si tú no te perdonas, no te perdona (ni) Dios”.
Ángel Sáez García