Históricamente, en todas las épocas y culturas, la mujer ha ocupado un estrato de segundo orden en el entramado civil, público y privado. Ha sido sometida y considerada casi una esclava, un ser sin entidad social ni jurídica. Tal vez, contribuyó, desde el principio, la conciencia colectiva, por la que el hombre, sabiéndola superior, amparado en los largos periodos de gestación y en su fuerza física decidió relegarla. Pero, sacudiéndose la vejación, va recuperando su dignidad. El avance femenino es imparable; la mujer avanza y asciende; ha entrado en todos los estamentos, en la enseñanza, en sanidad, en empresas y demás cargos y puestos de trabajo, hace poco impensables. El futuro es de la mujer.
La candidata socialista, S. Royal de 53 años, se encamina hacia el Elíseo, al cosechar la decisiva victoria que los militantes del PS le han otorgado con su masiva presencia en las urnas, mediante un índice de participación equivalente a un 82,04%, que fue calificado de histórico. Feliz y agradecida, la presidenta regional de Poitou-Charentes, tendiendo la mano a sus rivales derrotados, Laurent Fabius y Dominique Strauss-Kahn, afirmaba que «Francia va a escribir una nueva página de su Historia; que ahora es el momento de unir el máximo de las fuerzas de izquierdas en las Presidenciales del próximo 22 de abril, que no va a decepcionar y se mantendrá fiel a sus valores de atención y observación de la realidad auténtica.
Esta mujer, casada con el Jefe del PS, F. Hollande, es la primera francesa que, en los próximos comicios de abril, se proyecta con posibilidades reales de acceder a la Presidencia. La Madonna, madre de cuatro hijos, se dibuja impulsora del «orden justo» y de la «democracia participativa»; bajo su firme mano femenina ha sabido aunar la responsabilidad de los socialistas con el objetivo de derrotar a la derecha; con su aire de fenómeno mediático, se ha impuesto. Ya, desde que anunció su propósito, ha jugado la baza de ser la primera mujer con posibilidades de ganar y se ha presentado como la encarnación de la renovación política, a pesar de llevar tiempo en los aledaños del poder. Su victoria la convierte en un bastión difícil de abatir. Inaprensible, innovadora, rejuvenecida por la lucha; en esta época de la imagen, su figura se ha realzado, se crece ante la dificultad, se robustece en el ataque y se siente más responsable de su palabra.
No obstante, su política ha de superar la gran prueba. La ilusión, tras los entusiasmos, termina; la magia se acaba. Los franceses, cansados de las famosas experiencias de la izquierda, guardan memoria de las imprecisiones del presupuesto en el 1981 y de las derivas socialistas en 1997, que lastrarían largo tiempo las empresas nacionales; quieren concreciones, realidades terminantes; las vacilaciones cobran tributo y los errores se pagan. Cuando la imagen y las palabras ya no encuentren el lecho del espejismo entusiasta, el vacío de su programa económico y social, la quimera del crecimiento súbitamente hallado en la euforia de la elección, el mito de la artificiosa innovación como única vitamina para alcanzar la competitividad, la esperanza de salarios más productivos, el sueño de un Estado desendeudado y libre de la obligación, aflorarán, presentarán su negro rostro; una vez que las alegrías y las poses terminen por el cansancio, los suyos le pasarán la cuenta, sus aliados le exigirán garantías; y, a fuerza de tomar libertades con las armas de la izquierda, las perspectivas de la unidad se disiparán. Su línea política, ya desfondada, se difuminará y la máquina triunfante se atorará.
Camilo Valverde Mudarra
La candidata socialista, S. Royal de 53 años, se encamina hacia el Elíseo, al cosechar la decisiva victoria que los militantes del PS le han otorgado con su masiva presencia en las urnas, mediante un índice de participación equivalente a un 82,04%, que fue calificado de histórico. Feliz y agradecida, la presidenta regional de Poitou-Charentes, tendiendo la mano a sus rivales derrotados, Laurent Fabius y Dominique Strauss-Kahn, afirmaba que «Francia va a escribir una nueva página de su Historia; que ahora es el momento de unir el máximo de las fuerzas de izquierdas en las Presidenciales del próximo 22 de abril, que no va a decepcionar y se mantendrá fiel a sus valores de atención y observación de la realidad auténtica.
Esta mujer, casada con el Jefe del PS, F. Hollande, es la primera francesa que, en los próximos comicios de abril, se proyecta con posibilidades reales de acceder a la Presidencia. La Madonna, madre de cuatro hijos, se dibuja impulsora del «orden justo» y de la «democracia participativa»; bajo su firme mano femenina ha sabido aunar la responsabilidad de los socialistas con el objetivo de derrotar a la derecha; con su aire de fenómeno mediático, se ha impuesto. Ya, desde que anunció su propósito, ha jugado la baza de ser la primera mujer con posibilidades de ganar y se ha presentado como la encarnación de la renovación política, a pesar de llevar tiempo en los aledaños del poder. Su victoria la convierte en un bastión difícil de abatir. Inaprensible, innovadora, rejuvenecida por la lucha; en esta época de la imagen, su figura se ha realzado, se crece ante la dificultad, se robustece en el ataque y se siente más responsable de su palabra.
No obstante, su política ha de superar la gran prueba. La ilusión, tras los entusiasmos, termina; la magia se acaba. Los franceses, cansados de las famosas experiencias de la izquierda, guardan memoria de las imprecisiones del presupuesto en el 1981 y de las derivas socialistas en 1997, que lastrarían largo tiempo las empresas nacionales; quieren concreciones, realidades terminantes; las vacilaciones cobran tributo y los errores se pagan. Cuando la imagen y las palabras ya no encuentren el lecho del espejismo entusiasta, el vacío de su programa económico y social, la quimera del crecimiento súbitamente hallado en la euforia de la elección, el mito de la artificiosa innovación como única vitamina para alcanzar la competitividad, la esperanza de salarios más productivos, el sueño de un Estado desendeudado y libre de la obligación, aflorarán, presentarán su negro rostro; una vez que las alegrías y las poses terminen por el cansancio, los suyos le pasarán la cuenta, sus aliados le exigirán garantías; y, a fuerza de tomar libertades con las armas de la izquierda, las perspectivas de la unidad se disiparán. Su línea política, ya desfondada, se difuminará y la máquina triunfante se atorará.
Camilo Valverde Mudarra