Nuestra Ley Electoral necesita ser reformada y puesta al día. Tiene unos escollos inaceptables. Ya, en varias ocasiones, lo hemos indicado desde estas mismas páginas. No es oportuno ni lógico que los más votados se queden fuera y unos partidillos escasos de apoyos, mediante “pactos” postelectorales, tiranicen a los mayoritarios, decidan y accedan al mandato. No criticamos su nacimiento; en su momento, pudo tener el planteamiento que originaba la transición y la circunstancia; “errare humanum est”, lo denunciable está en el “mantenella y no enmendalla” y, ahí, está el Legislador, para corregir y adaptar aquello que se ve necesario.
La idea parece que germina. Ello nos satisface y exhorta a insistir. Con interés, vemos, en la prensa, la noticia: “El PP apoya la reforma de la ley electoral que propone Paco Vázquez”. El ex Alcalde Coruñés aboga por el cambio de la Ley para impedir que la grandes mayorías queden sometidas a la pequeña representación; todo el arco político debiera hacer una reflexión respecto a esta modificación desde un consenso amplio, incluidos los nacionalismos. Mucho mejor hubiera sido, para la estabilidad española, el acuerdo con CIU. Hay que reformar la Ley, para impedir que un partido, como el PNV con doscientos mil votos, tenga más diputados, que IU con un millón. Dada la extensión del problema, añade el PP, y la demasiada frecuencia con que se produce la sobrevaloración del rango de unos partidos y la devaluación del de otros, se vienen produciendo abusos, que llevan a pensar que el sistema está viciado. Y A. Mas, en la Vanguardia, dice que, “cuando se fuerzan las reglas, como se está haciendo ahora mismo en Cataluña, de modo escandaloso, afecta al ánimo colectivo de la Nación y no sólo a los votantes de CIU; un partido que gana las elecciones tiene derecho a gobernar”. Y se lamenta: “He debido hacer entender al pueblo catalán la trascendencia histórica de estas elecciones”
Es la realidad, no ya la opinión, la que está exigiendo la rectificación y la reforma. Se cae en la retrogradación del proceso electoral, en la ilógica y en el sinsentido. La práctica desquiciada del mal uso y las ambiciosas componendas instan sin ambages a que se acometa su corrección. Tal vez, con una segunda vuelta, no habríamos asistido a tantos desvíos de las mayorías indicadas por el elector, en tantos Consistorios, Comunidades y demás entidades representativas.
Dice Cervantes que “no son todos los hombres tan discretos, que sepan poner las cosas en su punto” (Q. I, 249). Muchas veces, los males no proceden de cuestiones intrínsecas, sino más bien de su tergiversada utilización, parten de la ambición, del interés y la corrupción del ser humano.
Camilo Valverde Mudarra
La idea parece que germina. Ello nos satisface y exhorta a insistir. Con interés, vemos, en la prensa, la noticia: “El PP apoya la reforma de la ley electoral que propone Paco Vázquez”. El ex Alcalde Coruñés aboga por el cambio de la Ley para impedir que la grandes mayorías queden sometidas a la pequeña representación; todo el arco político debiera hacer una reflexión respecto a esta modificación desde un consenso amplio, incluidos los nacionalismos. Mucho mejor hubiera sido, para la estabilidad española, el acuerdo con CIU. Hay que reformar la Ley, para impedir que un partido, como el PNV con doscientos mil votos, tenga más diputados, que IU con un millón. Dada la extensión del problema, añade el PP, y la demasiada frecuencia con que se produce la sobrevaloración del rango de unos partidos y la devaluación del de otros, se vienen produciendo abusos, que llevan a pensar que el sistema está viciado. Y A. Mas, en la Vanguardia, dice que, “cuando se fuerzan las reglas, como se está haciendo ahora mismo en Cataluña, de modo escandaloso, afecta al ánimo colectivo de la Nación y no sólo a los votantes de CIU; un partido que gana las elecciones tiene derecho a gobernar”. Y se lamenta: “He debido hacer entender al pueblo catalán la trascendencia histórica de estas elecciones”
Es la realidad, no ya la opinión, la que está exigiendo la rectificación y la reforma. Se cae en la retrogradación del proceso electoral, en la ilógica y en el sinsentido. La práctica desquiciada del mal uso y las ambiciosas componendas instan sin ambages a que se acometa su corrección. Tal vez, con una segunda vuelta, no habríamos asistido a tantos desvíos de las mayorías indicadas por el elector, en tantos Consistorios, Comunidades y demás entidades representativas.
Dice Cervantes que “no son todos los hombres tan discretos, que sepan poner las cosas en su punto” (Q. I, 249). Muchas veces, los males no proceden de cuestiones intrínsecas, sino más bien de su tergiversada utilización, parten de la ambición, del interés y la corrupción del ser humano.
Camilo Valverde Mudarra
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