imagen cedida por www.lakodorniz.com
España, en estos momentos difíciles, cuando la irresponsabilidad de los políticos profesionales y de sus partidos han dividido la sociedad en dos y el país parece a punto de quebrar su unidad por culpa del nacionalismo insaciable y de la frívolidad y debilidad del gobierno, necesita más que nunca respetar la Constitución de 1978 y abrazarla como la mejor manera de preservar la convivencia y la paz.
Durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX España vivió sacudida por los constantes enfrentamientos civiles. Pero en 1978, las distintas fuerzas políticas españolas, que hasta entonces se habían esforzado en el enfrentamiento mutuo, hasta el punto de degradar tanto la democracia que pudo ser abatida por el Franquismo, se mostraron dispuestas a convivir en paz y armonía, introduciendo factores de moderación y entendimiento. Aquel clima hizo posible la constitución de 1978.
Hoy, con tan sólo 28 años de vida, aquella Constitución que trajo a España los raros frutos de la convivencia en paz y la prosperidad, está de nuevo amenazada por los mismos de siempre, por esos políticos insensatos que hicieron de España un infierno en el pasado. Por ello le gritamos: “¡Insensatos, respetad la Constitución!”
Nadie debe, ni legítimamente puede, poner en riesgo la convivencia y los logros alcanzados. Quien lo hace (y son muchos los que, frívolamente, lo están haciendo), demuestra su vileza y odio a la verdadera democracia, anteponiendo las conveniencias de partidos o los intereses electorales al bien común.
Desde estos presupuestos y desde la necesidad real de preservar la democracia española, hoy en peligro, llamamos a todos los partidos, fuerzas sociales y ciudadanos a asumir la defensa de este marco de convivencia que es la Constitución de 1978, preservándola de los ataques irresponsables que lanzan contra ella los insolidarios y totalitarios que se camuflan en la política española.
Nos preocupa el uso sectario que se pretende hacer de nuestra Constitución al querer
vincularla a la Constitución de 1931, gesto que esconde la intención de retrotraernos a la época más radical y cruenta de nuestra historia. El proceso constituyente de 1978 no es comparable al de 1931. La actual es fruto del consenso y de la unión, mientras que la de 1931 nació en un clima de enfrentamiento y división que, irresponsablemente, algunos parecen querer recuperar.
Es cierto que la Constitución de 1978 es imperfecta y que necesita reformas. Pero hoy, sobre todo, necesita respeto.
Durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX España vivió sacudida por los constantes enfrentamientos civiles. Pero en 1978, las distintas fuerzas políticas españolas, que hasta entonces se habían esforzado en el enfrentamiento mutuo, hasta el punto de degradar tanto la democracia que pudo ser abatida por el Franquismo, se mostraron dispuestas a convivir en paz y armonía, introduciendo factores de moderación y entendimiento. Aquel clima hizo posible la constitución de 1978.
Hoy, con tan sólo 28 años de vida, aquella Constitución que trajo a España los raros frutos de la convivencia en paz y la prosperidad, está de nuevo amenazada por los mismos de siempre, por esos políticos insensatos que hicieron de España un infierno en el pasado. Por ello le gritamos: “¡Insensatos, respetad la Constitución!”
Nadie debe, ni legítimamente puede, poner en riesgo la convivencia y los logros alcanzados. Quien lo hace (y son muchos los que, frívolamente, lo están haciendo), demuestra su vileza y odio a la verdadera democracia, anteponiendo las conveniencias de partidos o los intereses electorales al bien común.
Desde estos presupuestos y desde la necesidad real de preservar la democracia española, hoy en peligro, llamamos a todos los partidos, fuerzas sociales y ciudadanos a asumir la defensa de este marco de convivencia que es la Constitución de 1978, preservándola de los ataques irresponsables que lanzan contra ella los insolidarios y totalitarios que se camuflan en la política española.
Nos preocupa el uso sectario que se pretende hacer de nuestra Constitución al querer
vincularla a la Constitución de 1931, gesto que esconde la intención de retrotraernos a la época más radical y cruenta de nuestra historia. El proceso constituyente de 1978 no es comparable al de 1931. La actual es fruto del consenso y de la unión, mientras que la de 1931 nació en un clima de enfrentamiento y división que, irresponsablemente, algunos parecen querer recuperar.
Es cierto que la Constitución de 1978 es imperfecta y que necesita reformas. Pero hoy, sobre todo, necesita respeto.
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