No se puede sufrir pacientemente tanta inquina, ataque y tergiversación. Aquella modélica transición que, con tanto esfuerzo y esmero, logró el ínclito Gobierno de Adolfo Suárez, estos del talante la han descalificado y procurado romper. Aquella filigrana de concordia, aquel encaje primoroso de consenso se han pisoteado y desecho. Con sus manejos sectarios y sus tendencias republicanas han vuelto a reanimar el malestar insidioso y el enfrentamiento odioso de unos tiempos que queríamos dejar olvidados y ya superados en el abrazo y en el común acuerdo de no suscitar revanchas y rencores, para venir al encuentro fraternal y a la convivencia cordial.
Desde el primer momento, remedando el Frente Popular en conciertos con la izquierda radical e independentista, abrieron su Pandora a las furias enfrentadas de las españas incontenibles e irreconciliables. Intentaron escribir su memoria histórica y su antigua aversión a la derecha, mandándola a las tinieblas exteriores del hostigamiento, la demonización y el desprestigio; achacándole sus propios demonios, se permitieron tildarla de mentirosa y la llamaron asesina. Si hoy, ante el vídeo amenazador de los terroristas por la presencia de nuestras tropas en Afganistán, se le llamara asesino a Zapatero, inmediatamente, saldrían los corifeos de turno retorciendo los argumentos, de que son maestros consumados, y haciendo lo blanco negro, donde cifran dos millones de manifestantes, ellos cuentan trescientos mil. Los sacó de Irak y los llevó a los talibanes. Rompieron todo contacto con el PP en la Oposición; disolvieron el pacto Antiterrorista; entablaron la reforma del desmadre con los Estatutos innecesarios, abrieron un proceso imposible con un terrorismo pertrechado de armas y sin arrepentimiento ni voluntad de diálogo y cedieron al chantaje. Acomodan y rebajan la democracia a sus aires y administran la libertad a sus directrices, imponiendo el campante intervencionismo con prohibiciones aquí desconocidas y desechadas. Mientras los ciudadanos se sienten constreñidos y los jóvenes, con sus mil euros, impotentes y agarrotados por las hipotecas.
División y crispación se respira por doquier; en el acto de inauguración del símbolo al 11-M, insultos y gritos adversos, carteles y signos, aplausos y abucheos hostiles: “Zapatero, ladrón, traidor, tú los mataste”, “el pago político a la banda”, “los rojos los mayores asesinos”, “fachas culpables”, “el asesino de Aznar”. En los últimos meses, más de veinticinco agresiones a militantes y sedes políticas se han contado en Madrid. Son las furias expandidas. Gente de la calle enzarzada, más de una hora, peleando y recriminándose los muertos del terrorismo, de la Guerra Civil, de la República, de la Dictadura, de todos los males pasados y presentes. Son las dos Españas. La tensión política que nació el fatídico día del “pásalo” y que avanza hiere y rechina desbocada hasta las barbas del talante. Es el rechazo y la hartura del ciudadano por los políticos, de todos, y de la política en general.
Camilo Valverde Mudarra
Desde el primer momento, remedando el Frente Popular en conciertos con la izquierda radical e independentista, abrieron su Pandora a las furias enfrentadas de las españas incontenibles e irreconciliables. Intentaron escribir su memoria histórica y su antigua aversión a la derecha, mandándola a las tinieblas exteriores del hostigamiento, la demonización y el desprestigio; achacándole sus propios demonios, se permitieron tildarla de mentirosa y la llamaron asesina. Si hoy, ante el vídeo amenazador de los terroristas por la presencia de nuestras tropas en Afganistán, se le llamara asesino a Zapatero, inmediatamente, saldrían los corifeos de turno retorciendo los argumentos, de que son maestros consumados, y haciendo lo blanco negro, donde cifran dos millones de manifestantes, ellos cuentan trescientos mil. Los sacó de Irak y los llevó a los talibanes. Rompieron todo contacto con el PP en la Oposición; disolvieron el pacto Antiterrorista; entablaron la reforma del desmadre con los Estatutos innecesarios, abrieron un proceso imposible con un terrorismo pertrechado de armas y sin arrepentimiento ni voluntad de diálogo y cedieron al chantaje. Acomodan y rebajan la democracia a sus aires y administran la libertad a sus directrices, imponiendo el campante intervencionismo con prohibiciones aquí desconocidas y desechadas. Mientras los ciudadanos se sienten constreñidos y los jóvenes, con sus mil euros, impotentes y agarrotados por las hipotecas.
División y crispación se respira por doquier; en el acto de inauguración del símbolo al 11-M, insultos y gritos adversos, carteles y signos, aplausos y abucheos hostiles: “Zapatero, ladrón, traidor, tú los mataste”, “el pago político a la banda”, “los rojos los mayores asesinos”, “fachas culpables”, “el asesino de Aznar”. En los últimos meses, más de veinticinco agresiones a militantes y sedes políticas se han contado en Madrid. Son las furias expandidas. Gente de la calle enzarzada, más de una hora, peleando y recriminándose los muertos del terrorismo, de la Guerra Civil, de la República, de la Dictadura, de todos los males pasados y presentes. Son las dos Españas. La tensión política que nació el fatídico día del “pásalo” y que avanza hiere y rechina desbocada hasta las barbas del talante. Es el rechazo y la hartura del ciudadano por los políticos, de todos, y de la política en general.
Camilo Valverde Mudarra
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