Anda preocupado el Papa Ratzinger por la decadencia de Europa y la atribuye, quizás con cierta razón, a la pérdida de su identidad y al alejamiento de sus raices cristianas. Benedicto XVI destila en sus escritos la idea de la regeneración, conectando en esa aspiración con muchos miles de demócratas europeos preocupados por la degeneración de la política y el pésimo liderazgo en una Europa que está siendo devastada por el mal gobierno.
Dicen los seguidores del Papa que la regeneración vendrá de una minoría que se convenza de la superioridad de los valores del cristianismo frente al nihilismo, que concilie razón y fe y que denuncie el relativismo en su creciente intolerancia y dogmatismo.
Ratzinger y sus seguidores piensan que el cristianismo puede abanderar la regeneración de Europa y que no existe hoy otra fuerza capaz de asumir ese liderazgo. Es probable que tengan razón en que no hay otros, pero no es menos cierto que a los demócratas europeos nos cuesta mucho aceptar el liderazgo de una Iglasia Católica que, a lo largo de la historia, ha apoyado casi siempre las posiciones más retrógradas, autoritarias y antidemocráticas.
Tiene razon el Papa cuando afirma que la clave de la regeneración está en la regeneración de cada uno de nosotros. También la tiene cuando afirma que el cristiano no puede imponer sus criterios, pero sí reclamar lo que pertenece a la base de la humanidad para construir un buen ordenamiento jurídico.
De cualquier manera, damos la bienvenida a los cristianos que se atrevan a converger en la arena política para impulsar la regeneración. La autoridad y la poderosa red de influencias de la Iglesia serían muy útiles si se pusieran al servicio de la verdad, la libertad y la democracia auténtica. Pero el Papa, si quiere ser consecuente con su predicación, debería tomar una decisión urgente, seria y de autoridad: poner todas las fuerzas de la jerarquía católica al servicio de esa regeneración que el parece añorar.
La jerarquía católica se parece hoy al ejercito de Pancho Villa. No muchos pastores son ejemplos de virtud y cada cual predica lo que quiere. En algunos casos, lo que se predica es una barbaridad que genera escándalo y repugnancia, como ocurre con ciertos prelados nacionalistas a ultranza, por ejemplo catalanes y vascos.
El Papa da en la diana cuando proclama el derecho a la resistencia pasiva y ofrecer testimonio de conciencia. También es cierto que sólo así se desarrollará una religión civil cristiana que devuelva nuestra conciencia y saque a la luz los grandes principios que hagan que Europa vuelva a ser ella misma.
Ojalá las palabras del Papa caigan en terrono fértil, pero eso sólo ocurrirá si la Iglasia asume que debe cambiar profundamente y dar ejemplo de virtud y valor. Sólo así, su liderazgo en la regeneración podrá ser posible.
FR
Dicen los seguidores del Papa que la regeneración vendrá de una minoría que se convenza de la superioridad de los valores del cristianismo frente al nihilismo, que concilie razón y fe y que denuncie el relativismo en su creciente intolerancia y dogmatismo.
Ratzinger y sus seguidores piensan que el cristianismo puede abanderar la regeneración de Europa y que no existe hoy otra fuerza capaz de asumir ese liderazgo. Es probable que tengan razón en que no hay otros, pero no es menos cierto que a los demócratas europeos nos cuesta mucho aceptar el liderazgo de una Iglasia Católica que, a lo largo de la historia, ha apoyado casi siempre las posiciones más retrógradas, autoritarias y antidemocráticas.
Tiene razon el Papa cuando afirma que la clave de la regeneración está en la regeneración de cada uno de nosotros. También la tiene cuando afirma que el cristiano no puede imponer sus criterios, pero sí reclamar lo que pertenece a la base de la humanidad para construir un buen ordenamiento jurídico.
De cualquier manera, damos la bienvenida a los cristianos que se atrevan a converger en la arena política para impulsar la regeneración. La autoridad y la poderosa red de influencias de la Iglesia serían muy útiles si se pusieran al servicio de la verdad, la libertad y la democracia auténtica. Pero el Papa, si quiere ser consecuente con su predicación, debería tomar una decisión urgente, seria y de autoridad: poner todas las fuerzas de la jerarquía católica al servicio de esa regeneración que el parece añorar.
La jerarquía católica se parece hoy al ejercito de Pancho Villa. No muchos pastores son ejemplos de virtud y cada cual predica lo que quiere. En algunos casos, lo que se predica es una barbaridad que genera escándalo y repugnancia, como ocurre con ciertos prelados nacionalistas a ultranza, por ejemplo catalanes y vascos.
El Papa da en la diana cuando proclama el derecho a la resistencia pasiva y ofrecer testimonio de conciencia. También es cierto que sólo así se desarrollará una religión civil cristiana que devuelva nuestra conciencia y saque a la luz los grandes principios que hagan que Europa vuelva a ser ella misma.
Ojalá las palabras del Papa caigan en terrono fértil, pero eso sólo ocurrirá si la Iglasia asume que debe cambiar profundamente y dar ejemplo de virtud y valor. Sólo así, su liderazgo en la regeneración podrá ser posible.
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