La hoy todopoderosa partitocracia y el sentimiento antinorteamericano, profesados por buena parte de la política mundial, caerán pronto en declive y serán sustituidos, quizás en torno al año 2030, por una democracia directa, muy cercana a la clásica de la Grecia de Pericles, y por un fuerte odio a China, imperio defensor de la democracia representativa, que entonces será el símbolo de la degeneración política y de la opresión al ciudadano.
El siglo XXI, gracias al empuje de los ciudadanos, que exigirán el protagonismo que les corresponde en democracia, va a resolver, por fin, el viejo y trágico conflicto entre la democracia representativa, defendida con uñas y dientes por los partidos políticos y por los políticos profesionales, conservadora de intereses de clase y de naciones, y la naciente democracia directa, producto de la radicalización de la Ilustración en el nuevo contexto intercultural.
En la tercera década de este siglo XXI, el imperio mundialmente más rechazado por la gente libre será China, representante y defensora de la actual democracia representativa, un concepto político que, poco a poco, será abandonado por la gran mayoría de las naciones del planeta, que adoptarán una versión de la democracia más directa, basada en el protagonismo de los ciudadanos y de la voluntad popular, que tendrá que ser tenida en cuenta por unos políticos que estarán sometidos a fuertes controles por parte de la sociedad.
La versión de la democracia que actualmente vivimos en España, Francia, Alemania y otros muchos países, basada en una hipertrofia de la representatividad y en el intocable poder de los partidos y las castas profesionales de la política, irá perdiendo fuerza en los próximos años, hasta ser considerada como una despreciable degeneración de la verdadera democracia.
Estados Unidos, apoyado por otras naciones con influencia anglosajona, será el principal adalid de estos cambios, mientras que China, convertida ya en un imperio y dirigida con mano de hierro por un partido profesional y por elites políticas privilegiadas, similares a las que gobiernan hoy en muchos países, será la defensora del “antiguo estilo” y el paradigma del retraso y la opresión.
La izquierda mundial perderá pronto el favor de las masas y el poder. Su derrota en las urnas le obligará a transformarse y a protagonizar un proceso doloroso del que surgirá cargada de ética y de valores como máxima defensora de la democracia directa y ciudadana. En torno al año 2025, tras haber abandonado por fin el viejo marxismo que, aunque no lo reconozca, sigue presidiendo hoy, a principios del siglo XXI, sus análisis y sueños, volverá a plantarle cara a la derecha, a la que también le costará un enorme esfuerzo desprenderse de la representatividad, del elitismo de sus castas políticas y del monopolio profesional del poder político.
El mundo, a partir del año 2030, volverá a ser dual, con dos imperios dominantes: China, cuya ideología, autoritaria, estará basada en una rigurosa interpretación de la representatividad democrática, similar a las que hoy profesan políticos occidentales como el español Zapatero, y por Estados Unidos, defensor de la democracia directa.
Desgraciadamente, muchas de las actuales democracias, por culpa de la obsesión de poder de sus partidos políticos y del gusto por el privilegio y el dominio de los políticos profesionales, no evolucionarán y se mantendrán apalancadas en el pasado, acompañando en su antipopular y antidemocrático viaje totalitario a China, que volverá a la tradición autocrática y cruel de sus viejos imperios.
El siglo XXI, gracias al empuje de los ciudadanos, que exigirán el protagonismo que les corresponde en democracia, va a resolver, por fin, el viejo y trágico conflicto entre la democracia representativa, defendida con uñas y dientes por los partidos políticos y por los políticos profesionales, conservadora de intereses de clase y de naciones, y la naciente democracia directa, producto de la radicalización de la Ilustración en el nuevo contexto intercultural.
En la tercera década de este siglo XXI, el imperio mundialmente más rechazado por la gente libre será China, representante y defensora de la actual democracia representativa, un concepto político que, poco a poco, será abandonado por la gran mayoría de las naciones del planeta, que adoptarán una versión de la democracia más directa, basada en el protagonismo de los ciudadanos y de la voluntad popular, que tendrá que ser tenida en cuenta por unos políticos que estarán sometidos a fuertes controles por parte de la sociedad.
La versión de la democracia que actualmente vivimos en España, Francia, Alemania y otros muchos países, basada en una hipertrofia de la representatividad y en el intocable poder de los partidos y las castas profesionales de la política, irá perdiendo fuerza en los próximos años, hasta ser considerada como una despreciable degeneración de la verdadera democracia.
Estados Unidos, apoyado por otras naciones con influencia anglosajona, será el principal adalid de estos cambios, mientras que China, convertida ya en un imperio y dirigida con mano de hierro por un partido profesional y por elites políticas privilegiadas, similares a las que gobiernan hoy en muchos países, será la defensora del “antiguo estilo” y el paradigma del retraso y la opresión.
La izquierda mundial perderá pronto el favor de las masas y el poder. Su derrota en las urnas le obligará a transformarse y a protagonizar un proceso doloroso del que surgirá cargada de ética y de valores como máxima defensora de la democracia directa y ciudadana. En torno al año 2025, tras haber abandonado por fin el viejo marxismo que, aunque no lo reconozca, sigue presidiendo hoy, a principios del siglo XXI, sus análisis y sueños, volverá a plantarle cara a la derecha, a la que también le costará un enorme esfuerzo desprenderse de la representatividad, del elitismo de sus castas políticas y del monopolio profesional del poder político.
El mundo, a partir del año 2030, volverá a ser dual, con dos imperios dominantes: China, cuya ideología, autoritaria, estará basada en una rigurosa interpretación de la representatividad democrática, similar a las que hoy profesan políticos occidentales como el español Zapatero, y por Estados Unidos, defensor de la democracia directa.
Desgraciadamente, muchas de las actuales democracias, por culpa de la obsesión de poder de sus partidos políticos y del gusto por el privilegio y el dominio de los políticos profesionales, no evolucionarán y se mantendrán apalancadas en el pasado, acompañando en su antipopular y antidemocrático viaje totalitario a China, que volverá a la tradición autocrática y cruel de sus viejos imperios.
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