La democracia española es mundialmente conocida porque sus políticos nunca dimiten, ni siquiera cuando son responsables de graves errores y fallos. La casta polítiica española, arrogante y encastillada en un mundo de poder y de privilegios, se niega a dimitir porque hacerlo sería reconocer públicamente debilidades y carencias que lesw perjudicarían electoralmente.
Sin embargo, dimitir es saludable e imprescindible en democracia, sobre todo cuando los errores cometidos indignan a la población, además de justo, porque los políticos, aunque no lo reconozcan, deben rendir cuentas a unos ciudadanso que son los soberanos del sistema y, además, les pagan el sueldo.
España vive en la actualidad uno de esos casos que en cualquier democracia menos degradada se saldaría con numerosas dimisiones. El informe PISA revela que el sistema educativo español se hunde y que la calidad de la enseñanza ha descendido en los tres íultimos años hasta niveles peligrosos, impropios de un país avanzado y competitivo, un fallo del gobierno que hipoteca el futuro de la nación, pone en peligro la prosperidad ganada con el esfuerzo de las últimas generaciones y hasta la permanencia de España entre los paises desarrollados del planeta.
En lugar de dimitir la ministra española de Educacióm y los responsables del sector en las distintas comunidades autónomas. los políticos echan vergonzosamente balones fuera, sin reconocer que los colegios y universadades de España son territorios comanches marcados por el desinterés, la violencia y el irrespeto, donde estudiar está mal visto y la excelencia brilla por su ausencia.
El presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha dicho que los padres son lo más importante en un sistema educativo, declaración extraña y sorprendente que tal vez pretenda desviar hacia los padres, cobardemente, la responsabilidad contraida por los rectores de un sistema educativo público que no funciona.
En Andalucía, donde los índices son todavía más bajos que en el resto de España y los resultados del informe PISA harían sonrojarse y dimitir avergonzado a cualquier gobernante responsable y honesto de una democracia occidental, las autoridades han dictaminado que la mala educación es consecuencia del "atraso histórico", una excusa surrealista que quizás pretenda culpar a la historia del desastre.
¿Qué tendría que ocurrir para que un ministro español dimitiera? La pregunta surgió esta mañana en la tertulia del desayuno. Yo dije que tal vez dimitiría si la policía lo detiene por conducir borracho, pero un colega periodista, quizás exagendo, dijo tampoco habría dimisión porque es probable que el incidente fuera silenciado para que la opinión pública nunca lo llegara a conocer.
Es obvio que opinar sobre qué provocaría la dimisión de un ministro en España es pura especulación, pero lo que no es especulación y sí una realidad preocupante es el elitismo arrogante y soberbio de los representantes políticos españoles y de sus partidos, que prácticamente han prohibido la dimisión y hasta el reconocimiento de culpas ante la sociedad.
Sin embargo, dimitir es saludable e imprescindible en democracia, sobre todo cuando los errores cometidos indignan a la población, además de justo, porque los políticos, aunque no lo reconozcan, deben rendir cuentas a unos ciudadanso que son los soberanos del sistema y, además, les pagan el sueldo.
España vive en la actualidad uno de esos casos que en cualquier democracia menos degradada se saldaría con numerosas dimisiones. El informe PISA revela que el sistema educativo español se hunde y que la calidad de la enseñanza ha descendido en los tres íultimos años hasta niveles peligrosos, impropios de un país avanzado y competitivo, un fallo del gobierno que hipoteca el futuro de la nación, pone en peligro la prosperidad ganada con el esfuerzo de las últimas generaciones y hasta la permanencia de España entre los paises desarrollados del planeta.
En lugar de dimitir la ministra española de Educacióm y los responsables del sector en las distintas comunidades autónomas. los políticos echan vergonzosamente balones fuera, sin reconocer que los colegios y universadades de España son territorios comanches marcados por el desinterés, la violencia y el irrespeto, donde estudiar está mal visto y la excelencia brilla por su ausencia.
El presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha dicho que los padres son lo más importante en un sistema educativo, declaración extraña y sorprendente que tal vez pretenda desviar hacia los padres, cobardemente, la responsabilidad contraida por los rectores de un sistema educativo público que no funciona.
En Andalucía, donde los índices son todavía más bajos que en el resto de España y los resultados del informe PISA harían sonrojarse y dimitir avergonzado a cualquier gobernante responsable y honesto de una democracia occidental, las autoridades han dictaminado que la mala educación es consecuencia del "atraso histórico", una excusa surrealista que quizás pretenda culpar a la historia del desastre.
¿Qué tendría que ocurrir para que un ministro español dimitiera? La pregunta surgió esta mañana en la tertulia del desayuno. Yo dije que tal vez dimitiría si la policía lo detiene por conducir borracho, pero un colega periodista, quizás exagendo, dijo tampoco habría dimisión porque es probable que el incidente fuera silenciado para que la opinión pública nunca lo llegara a conocer.
Es obvio que opinar sobre qué provocaría la dimisión de un ministro en España es pura especulación, pero lo que no es especulación y sí una realidad preocupante es el elitismo arrogante y soberbio de los representantes políticos españoles y de sus partidos, que prácticamente han prohibido la dimisión y hasta el reconocimiento de culpas ante la sociedad.
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